Siempre he dicho que no soy creyente. Sin embargo, como todos los años para esta misma fecha, mis supersticiones agnósticas se ven rebatidas por los irrefutables milagros de Navidad. En las vísperas de estas fiestas fuimos testigos azorados de cómo el espíritu navideño hizo lo que nadie creía posible. Cristina, a quien injustamente se acusó de dividir a los argentinos, de instilar el odio dentro de las familias, de separar a los amigos, de enfrentar a los compañeros de trabajo, una vez más nos dio ese ejemplo de paz y de amor que tanto necesitamos.

Los argentinos asistimos a ese abrazo fraterno entre aquellos que jamás debieron estar separados. Y, quién sabe, acaso jamás lo hayan estado. Los cuerpos fundidos de los diputados De Mendiguren y Rossi, el de Facundo Moyano y Axel Kiciloff, el de Felipe Solá y de Nicolás del Caño fue el maravilloso ejemplo que habría de cundir en las calles, particularmente frente al Congreso, cuando el jueves de la semana anterior y el lunes pasado estallaron los fuegos de artificio que casi hace estallar la cúpula del Palacio Legislativo. Pese a que fueron los fuegos más artificiales que se hayan visto, no dejaron de ser fuegos. Y quemaban.

Pero esos abrazos que hicieron arder las más bajas pasiones tuvieron su lado oculto. Esa arista de la política en la que tanto nos gusta indagar.

Como todos saben, tengo un diputado espía, un hombre que ve todo y me lo informa en el momento. Me refiero al diputado Fabio Qué Glasses, que así se llama porque espía el congreso a través de sus gruesos anteojos, toma nota y me las envía inmediatamente. El diputado puesto por el índice insidioso de Alfredo Leuco nos transcribió, en exclusiva, los diálogos picantes, calientes, la trastienda de esa unión de los cuerpos legislativos del kirchnerismo, el massismo y el trotskismo.

Pudimos ver en la pantalla de TV el tórrido abrazo de Horacio de Mendiguren con el Chivo Rossi. Pero nadie escuchó los acalorados diálogos que mantuvieron al oído. Nadie… salvo nuestro hombre: el diputado Fabio Qué Glasses. Esto escuchó él y aquí, en exclusiva, insisto, lo trasncribimos:

-Nunca te dije cómo me excita tu pelada… -le susurró Rossi a De Mendiguren

-¿Muchio? Mmmm… como ponés, UIA… -le contestó el ex presidente de la asociación empresarial homónima.

-Siiiiii, quiero ver ese pelado… con polera -le musitó al oído Rossi -Estoy que ardo…

-Lo percibo… por el Chivo…Rossi

-Vámonos de acá, vamos a la plaza, te quiero romper todo -dijo, mientras extraía un martillo de picapedrero del interior del saco.

Más allá, en un rincón del recinto, se enlazaban los cuerpos legislativos de Facundo Moyano y Axel Kiciloff, con una pasión mucho más auténtica que el que unía al pequeño camionero con Nicole Newman.

-Moyano… -le dijo Kiciloff al sindicalista.

-Sí….

-Agarrámela con la mano… -le decía mientras le estiraba una lapicera para firmar un pacto sindical-militante, como aquél que fue la piedra de toque para intentar voltear a Alfonsín.

-Te quiero voltear… como a Macri, petiso.

-Petiso, pero me la piso…

-Alardeó el pequeño exministro, que solía exagerar con los números y el crecimiento.

Un poco más allá, se veía el revolcón pornográfico de Solá prendido Del Caño del diputado de izquierda.

El diputado massista apretó su cuerpo con el del trotskista y al sentir la pasión encendida, le murmuró…

-Me parece a mí o estás…

-No, no te parece, bobo, estoy completamente del Caño…

-Mmmmm…. ¡Qué trozko! -suspiró Solá -Y yo que desde hace tanto tiempo, desde que rompí con De Narváez me sentía tan… Solá…

-Colgate de este y hacé piruetas, saltá sobre la burguesía y subite a este Del Caño -le dijo el diputado de la izquierda hecho un salvaje.

Esa unión ardorosa se tradujo en las calles aledañas al congreso. Toda esa pasión contenida entre el kirchnerismo, el massismo y la izquierda estalló como un volcán y pudimos ver el fuego y las piedras de la erupción. La síntesis más acabada es la figura épica del “Gordo Mortero” enarbolando su fusil enhiesto hacia el Palacio y la militante del PO dándole Massa al pedestal de “El pensador” de Rodden.

Pero nadie sabe que todos estos acontecimientos estuvieron precedido por el Encuentro secreto Cristina-Massa. En efecto, en las vísperas de Navidad, La expresidente y su exfuncionario se abrazaron y, entre lágrimas, se preguntaron:

-¿Qué nos pasó, Cristina?

-Vení, dame Massa, tontito peiname con frenesí como antaño…

-¿Cómo hace tantos años?

-No, como Antaño Cafiero cuando, ante los incidentes entre sindicalistas en el traslado de los restos de Perón, preguntó “¿Murió alguno?”.

-No, Cristina, lamentablemente no murió ninguno y no pudimos hacer caer la sesión.

Entonces a Cristina se le transformó esa expresión serena y volvió a su gesto de siempre al comprobar que los fuegos no pudieron evitar que se aprobara la reforma jubilatoria, que el Congreso funcione normalmente, que no hubo saqueos, que los cacerolazos fueron un ruidoso fracaso y que, a su pesar, tuvimos las fiestas en paz. Ese sentimiento que ella jamás conoció.