He sido un niño adoctrinado desde el vientre. Provengo de una familia marxista. Me llamo Carlos Federico en homenaje a Marx y Engels. Fui a un jardín de infantes vinculado al Partido Comunista en el que aprendí La Internacional antes que el Himno. Mi abuelo fue un hombre extraordinario, amoroso y honesto que, paradojas de la moral comunista, amaba a Stalin. Razones no le faltaban: había derrotado a Hitler.
Mi abuela, una mujer diminuta, inofensiva, estuvo presa en las cárceles de Perón por ser judía y cultivar la lectura. Ella y otras mujeres que integraban los leienkrais, grupos de lectura organizados por el Teatro IFT, fueron encarceladas en los claustros que gentilmente la Iglesia le cedía a Perón.
Años más tarde, decepcionado por el apoyo descarado del PC a la dictadura militar, mi abuelo me dijo: “Fijate en qué lugar está parado el Partido Comunista y cruzate a la vereda de enfrente”. Tenía razón: hoy veo al PC abrazado a un Papa que supo tratar a sus enemigos de “zurdos”. De esa iglesia peronista, conservadora e intolerante proviene Jorge Bergoglio.
Conozco el pensamiento comunista desde adentro. Hasta hace pocos años yo mismo recitaba el credo del “progresismo”. Ese que nos impedía poner en duda el número de desaparecidos. Estaba prohibido hablar de los asesinatos que cometieron los grupos armados en los ‘70. Si alguien osaba mencionar esos crímenes aberrantes, el manual del bienpensante nos enseñaba que debíamos acusar a tales herejes de esgrimir la “teoría de los dos demonios” y ocultar de esa manera el terrorismo de las organizaciones armadas bajo la sombra del terrorismo de Estado.
Hoy no sólo no se puede poner en duda el relato que escribieron las mismas organizaciones de DDHH que inventaron la “desaparición forzosa” de Santiago Maldonado, sino que tampoco nos está permitido conjeturar que el propio Jorge Bergoglio fue parte de la represión ejercida por la dictadura militar.
¿Qué hay detrás de la sobreactuación del romance de Bergoglio con Bonafini? El conmovedor intercambio epistolar entre ambos hay que entenderlo bajo el código gestual que el Sumo Pontífice maneja como un jugador de truco más que como un intermediario entre el Cielo y la Tierra.
“No hay que tener miedo a las calumnias. La calumnia sólo ensucia la conciencia y la mano de quien la arroja”.
Las calumnias son un desvelo de Jorge Bergoglio. En varias ocasiones se quejó de haber sido víctima de difamación. Bonafini dijo en 2007: “La basura va junta: Macri, Bendini y Bergoglio son de la misma ralea. Son fascismo, son la dictadura misma”. Fue mencionado entre los obispos que bendecían a los militares “cuando tiraban a nuestros hijos vivos al río”. La esquela del Papa suena como una velada advertencia a Hebe: “me calumniaste en el pasado, no lo vuelvas a hacer porque eso hablaría mal de vos”.
El 8 de noviembre de 2010 Bergoglio debió declarar ante la justicia en el juicio por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar. Debió explicar bajo juramento su papel por el secuestro de dos sacerdotes jesuitas, Yorio y Jalics, que permanecieron cinco meses desaparecidos, detenidos ilegalmente en la ESMA, donde fueron torturados. Bergoglio sostuvo que intercedió ante Videla y Massera a favor de los religiosos. Yorio murió y Jalics vive en Alemania. Jalics no acusó explícitamente a Bergoglio, pero tampoco fue demasiado elocuente en su defensa: “Estoy reconciliado con los acontecimientos y considero que es hora de dar todo por terminado”. El ex Obispo de Buenos Aires nunca quiso que se hablara de este tema.
El kirchnerismo extorsionaba a sus enemigos. Y Bergoglio era para Néstor “el diablo con sotana”. Los carpetazos de los servicios de inteligencia fueron uno de los recursos más temidos de Néstor y Cristina. De hecho, podemos escuchar la voz de la propia ex presidenta cuando le ordena a su fámulo que se dedique a “apretar jueces”. Durante los primeros días del Papado de Francisco, el kirchnerismo empleó toda su artillería para atacarlo. Horacio Verbistky mostró apenas una parte de las numerosas carpetas del “Caso Bergoglio” y dedicó una serie de columnas a hablar de su papel durante la dictadura. Presentó testimonios, insinuó pruebas y sugirió que había mucho más para mostrar. Parte de la prensa mundial reaccionó con interés. Pero a los pocos días hubo una negociación y ambas partes cambiaron abruptamente de posición y hasta de roles: los “progresistas” se convirtieron a un catolicismo fanático y el Papa se abrazó con aquellos a los que, hasta ayer, trataba de “zurdos”. ¿En qué consistieron las negociaciones secretas?
En primer lugar, Verbitsky accedió a retirar los artículos periodísticos contra el Papa, según él mismo admitió. ¿Qué otros hechos habría dado a conocer Verbitsky de no haber mediado una privadísma negociación de dos horas entre el Papa y Cristina Kirchner?
Bergoglio era la máxima autoridad provincial de los jesuitas entre 1973 y 1979, cuando la jerarquía eclesiástica daba capellanes que para mantener la moral de los militares y reconfortar a los que sentían culpa por los crímenes aberrantes. Las declaraciones de Yorio desmienten las excusas de Jorge Bergoglio. Yorio le dijo al propio Horacio Verbitsky que el hoy Papa no hizo nada para evitar que él y Jalics fueran secuestrados y torturados. “No tengo ningún motivo para pensar que hizo algo por nuestra libertad, sino todo lo contrario”.
Tal vez no sea casual que, en ese mismo código gestual, Nicolás Maduro haya apelado al Papa Francisco para que interceda a favor de su régimen: “No deje que nos desaparezcan”, dijo el dictador venezolano con una mueca amenazante que conocen bien los tahúres de pueblo chico.