Las denuncias acerca de hechos abominables sucedidos en la pensión del club Independiente, nos llaman a la reflexión sobre ciertas reacciones que se derivaron de ellos (o quizás mejor dicho de ciertas no reacciones).
Al respecto, me he preguntado: ¿Por qué los organismos de defensa de los derechos humanos, los partidos políticos de izquierda y las organizaciones que dicen defender a los desvalidos y sojuzgados, no han reaccionado ante un hecho aberrante como lo es el de la prostitución de menores?
En todas las películas de desastres y en la vida real en un pasado cercano, en situación de catástrofe, se imponía el grito “las mujeres y los niños primero”. Hoy esta prioridad parece haber dejado de tener sentido.
Entiendo que las mujeres, en su búsqueda de “igualdad”, se nieguen a subirse primero a los botes salvavidas de un naufragio (aunque pensándolo bien, en la búsqueda de esa “igualdad”, también deberían negarse a jubilarse antes que los hombres), pero no es eso lo que me preocupa.
Me preocupa que se declaren como defensores casi exclusivos de los derechos humanos, a aquellos actores que guardan silencio o que no se expresan con la furia esperable y deseable, en defensa de los menores que habrían sufrido semejante flagelo.
Estos mismos grupos, paladines de la lucha contra la trata de personas, parecen olvidar que los hombres (masculino) también son personas; si, creo que el motivo del “olvido” que han sufrido estos adolescentes prostituidos, por parte de estos colectivos auto titulados defensores de los derechos humanos, es el hecho de que estas víctimas son del sexo equivocado, son varones.
“Con los niños no” reza un famoso slogan, con los niños no. Parece que los niños no les son útiles a los líderes revolucionarios y contestatarios. Quizás porque no tienen capacidad de movilización, quizás porque no votan o quizás simplemente porque coincidentemente son niños y no niñas, quienes el día de mañana serán hombres y no mujeres.
Me preocupa sobremanera que esto fuese así, me inquieta pensar que esta “discriminación” fuese inconsciente (secuela del feminismo fanático), pero mucho más me alarma suponer que fuese intencional. Deseo fervientemente que esto no sea así. Pero por más perversa y desquiciada que suene esta última teoría, no le encuentro otra explicación.
No importa si se trata de un hombre, de una mujer o de un niño o una niña. No importa si es católico, judío, negro, pelirrojo, sabio, discapacitado, peronista, radical o del pro. Todos debemos ser considerados iguales ante la ley.
Lo que sí nos debe hacer diferentes ante la ley, es nuestro respeto por los derechos del otro. Debemos defender la libertad y la igualdad de derecho y cada uno de nosotros debe responder por las consecuencias que acontezcan por el buen o mal uso de esa libertad e igualdad.
Mientras no entendamos que la igualdad ante la ley (igualdad) es lo opuesto a la igualdad por medio de la ley (igualitarismo); mientras no entendamos que estas dos “igualdades” son contradictorias y que no pueden aplicarse ambas al mismo tiempo, seguiremos generando diferencias tanto o más graves que las que se pretendemos evitar.
Sólo cuando entendemos que el respeto irrestricto por el derecho y el proyecto de vida del otro, es debido exclusivamente a su condición de ser humano; que lo único que importa para su implementación es que ES un ser humano y que todas las diferencias personales que luego se desprendan, propias de cada individualidad, son consecuencias de ese respeto y no su fundamento; recién ahí seremos una sociedad madura.