La expresidenta y actual senadora nacional electa por la minoría, Cristina Fernández de Kirchner, hipócritamente volvió a hablar del tópico tarifario, esta vez en la Cámara Alta, y mencionó que “las tarifas le están reventando la vida a la gente”.
La exjefa de Estado, en el marco de la votación por la modificación del Código Procesal Penal, sentenció: “En el país están pasando cosas muy graves; panazos, verdurazos, tarifazos y nadie tiene esa premura. Senadores y senadoras, pongan la misma rapidez, esfuerzo y búsqueda de consenso que están poniendo para intentar sancionar esta reforma, para modificar las tarifas que le están reventando la vida a la gente”.
Es un tanto fariseo que la ex primera mandataria hable de las tarifas cuando fue ella misma quien vendía la energía, específicamente el gas, a otros países, entre ellos China, cuando no alcanzaba para abastecer la demanda en Argentina.
Como si eso fuera poco, el gas era adquirido en Bolivia, donde el BTU (British Thermal Unit – Unidad Térmica Británica en español), unidad utilizada para medir los costos energéticos, es ostentosamente más caro que en Argentina.
Pero no es de sorprender que la senadora actúe de esta forma, ya ha tenido otras actitudes similares, sobre todo cuando era candidata a ocupar una banca en el Senado.
Un ejemplo que se puede brindar, sucedió después de las primarias del 13 de agosto pasado, cuando se reunió en Ituzaingó con pequeños y medianos empresarios, trabajadores y comerciantes de la zona, para pedirles que voten “no al ajuste”, es decir, al macrismo.
También, en una conferencia de prensa, más o menos por la misma fecha, la líder del frente Unidad Ciudadana aseguró que “es necesario lograr la unidad del voto opositor no para que gane Cristina o pierda Macri. El que no tiene que ganar es el ajuste, porque si gana el ajuste empeora la situación, no solo de los trabajadores asalariados, que van a tener el impacto de lo que quieren hacer con la precarización laboral, sino del conjunto de la sociedad que también tendrá el impacto del aumento de las tarifas que están postergando para después de las elecciones”.
Pero si se hace memoria la política económica kirchnerista fue asaz paupérrima a nivel nacional. Es dable destacar que durante los doce años de Gobierno de Néstor y Cristina la inflación se incrementó drásticamente, en algunos casos superando el 1000%.
Incluso ha sabido “lavarse las manos” sin ponerse colorada, se puede mencionar una entrevista que le brindó al diario español El País en septiembre del 2017, donde supo aludir: “Creo que hubo hechos de corrupción y funcionarios que cometieron hechos de corrupción, es innegable y deben responder. Pero tachar a todo un Gobierno de corrupción por unos funcionarios, no. No creo que haya ningún Gobierno en el mundo exento de funcionarios que cometan corrupción, pero ahora tenemos un Gobierno que utiliza al Estado para favorecer los negocios de su familia. Tenemos Panama Papers, que provocó la caída del primer ministro de Islandia, del ministro Soria en España, acá no pasó nada, hubo hechos de corrupción pero yo no blanqueé plata negra, el que lo hizo fue el hermano del presidente y su amigo del alma (Nicolás) Caputo quien blanqueó 35 millones”.
Pero aún más grave fue su declaración respecto de la tragedia de Once, cuando atribuyó el siniestro y la consecuente muerte de 51 personas al simple hecho de que “el motorman no frenó”.
Situaciones y ejemplificaciones pueden mencionarse hasta el hartazgo, donde se puede encontrar una Cristina que pareciera tener una mezcla entre cinismo, hipocresía y mitomanía. Cada vez que abre la boca solo habla, sin trastabillar, sobre la base de mentiras y ocultamientos, sin reparo alguno.
En el mismo contexto, que Cristina hable del mal manejo en la política económica del oficialismo, es como que Hitler se exprese a favor de la libertad de los judíos, algo totalmente insólito.
La otrora presidenta de la Nación no es tonta y sabe moldear sus ideas dependiendo de la coyuntura que esté viviendo el país, siempre devota a su comodidad y sin sentirse avergonzada a la hora de llevar una “careta” con la convicción de que quedará como “amiga del pueblo”.