En los últimos días, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, hizo algunas declaraciones, que son una síntesis del mal enquistado en nuestro ADN argentino, mal que dejó de estar latente y que se expresa con todos sus síntomas desde hace casi 100 años.
"Somos pragmáticos, no nos atamos a una receta”. "El gradualismo es hijo de algo superior, que se llama pragmatismo”.
Quiero suponer que el ministro se declara pragmático, no desde la rústica acepción de “preferencia por lo práctico o útil”, sino desde el lado de la escuela filosófica y política nacida en EEUU a comienzos del siglo XX y que en palabras de uno de sus fundadores, John Dewey, propone: "el intelecto es dado al hombre, no para investigar y conocer la verdad, sino para poder orientarse en la realidad… Su verdad consiste en la congruencia de los pensamientos con los fines prácticos del hombre, en que aquellos resulten útiles y provechosos para la conducta práctica de éste".
Así vemos, que los dos puntos centrales de la política pragmática son: un rechazo formal de todos los estándares fijos, y una aceptación incondicional de los estándares predominantes. Utilitarismo puro, subjetivismo acomodaticio e improvisación políticamente correcta; un coctel que sólo puede terminar en fracaso.
Esto del pragmatismo, ¿es bueno aplicarlo en una ciencia? Quizás en la ciencia económica sea más difícil de visualizar, pero veámoslo con ejemplos en otras disciplinas:
“Tranquilo señor paciente, vamos a ir decidiendo en la cirugía según nos parezca, no seguimos ningún protocolo de ninguna escuela quirúrgica”
“Mire, acá el ingeniero soy yo. No diseño planos ni sigo los datos que me da el calculista, creo que lo mejor para este edificio, a medio construir, es ponerle columnas más finitas ahora que vamos por el piso 8, después veremos que hacemos en el 9”.
“Vamos a volar en este avión que terminé de armar. En realidad no seguí las instrucciones del fabricante, cualquier cosa, arreglamos en pleno vuelo lo que no ande bien”.
Suena muy loco ¿no? Pues es así de loco en cualquier ciencia y la economía ES una ciencia. Está muy bien improvisar en el arte; como un guitarrista en un recital (cuidado con la extraña conjunción entre político y rockero; ya la padecimos y no hace tanto), pero en la ciencia debe existir coherencia en las acciones que se tomen; debe haber un plan de acción.
En otras declaraciones el Ministro Dujovne asegura que “Siempre estamos atentos a reaccionar de la mejor manera que consideramos favorece más a la sociedad argentina". “Si las condiciones internacionales cambian, debemos cambiar".
Cito como análisis de estas afirmaciones, parte del libro El Imperio de la Decadencia Argentina: “una reacción (humana) es una respuesta a un evento que la genera y tiene ciertas características peculiares. Aunque parezca paradójico, la reacción es una actitud pasiva que no se motoriza por sí misma…es una actitud instantánea de carácter instintivo, pues equivale a la maniobra que ejecuta un animal ante un peligro… La reacción está más cerca de la animalidad que de la humanidad. Por otra parte, la acción implica tomar partido, involucra de la nada hacer algo, es constructiva, es creativa, es mirar y proyectar en el futuro… Actuar es imaginar y trasladar nuestros pensamientos, nuestras ideas, nuestros sueños a la realidad; es pasar del ser potencial al ser concreto, es el crear, es lo que nos hace semejantes a un dios. Miguel Ángel imaginó el David y mediante la acción lo plasmó, Beethoven llevó de su mente al pentagrama la novena sinfonía por la acción; Sarmiento y Alberdi soñaron un país y con sus acciones nos lo regalaron”.
¿Cuándo dejaremos de creernos los más vivos? ¿Cuándo entenderemos que la viveza criolla y los consejos del Viejo Vizcacha sólo nos conducen a la mediocridad? ¿Cuándo dejaremos de pensar en “zafar” y direccionaremos nuestro esfuerzo aplicándolo a un orden coherente, respetuoso y consecuente de nuestra sociedad?
No es pecado tomar el ejemplo de los países que han salido adelante, y copiar y adaptar las medidas pertinentes para revertir esta decadencia. Hay que hacer lo que hay que hacer.
No más cuentos de hadas, no más dulces mentiras políticamente correctas; dejemos de buscar atajos que no nos conducen a ningún lado… ¡Maduremos!