Ayer fue un día muy importante por varios motivos. No sólo comenzó el debate en el Senado por la Ley de despenalización del Aborto, que ya tiene media sanción en Diputados, sino, además, se inició una gran discusión acerca de qué tipo de país queremos ser.
Era un debate pendiente, habida cuenta que en 12 años el kirchnerismo jamás lo habilitó.
Marcos Peña ratificó que si sale la Ley el presidente no la vetará, tal como exige la Iglesia. Este debate, es una radiografía profunda de nuestra sociedad. Muestra hacia dónde queremos ir o en qué lugar nos queremos quedar. Existe un mundo que avanza hacia más y mayores derechos, y otro en el que los dogmas religiosos rigen la vida civil de las personas. África, los países árabes y gran parte de América Latina vive todavía bajo la influencia de la Iglesia o el islam. Instancia que ya superada por Europa, EE.UU., Canadá, Australia y gran parte del Asia laica.
Cristina Kirchner y Mauricio Macri son líderes no sólo de distinto cuño, sino, más bien de diferentes épocas: Macri no es el antiguo líder verticalista que impone su criterio a todos sus funcionarios ni a los simpatizantes de su partido. En discusiones de orden moral, como lo es el aborto, es fundamental que exista la disidencia, el debate y la libertad de conciencia.
En la Argentina nos acostumbramos a los gobiernos populistas, verticalistas, de corte militarista. La mayor parte del siglo XX el país fue gobernado por peronistas o militares.
El peronismo surgió del golpe militar de 1943, el propio Perón era oficial del ejército y todavía cargamos con este estigma militarista. La estructura vertical del peronismo, que tan obedientemente ejerció el kirchnerismo, proviene del orden militar que se reprodujo en Montoneros, la Triple A y en el funcionamiento del partido que siempre necesita de un conductor.
No había lugar para discutir la palabra de Néstor primero y Cristina después. El tono autoritario de las cadenas nacionales, la claque de reidores, aplaudidores y el trato a Parrilli son algunos ejemplos del estilo peronista de mando.
Macri, en cambio, señaló el orgullo por la fortaleza y la construcción de Cambiemos como espacio político sustentado a partir de la diversidad.
Ante la menor turbulencia, tenemos el reflejo de buscar la respuesta en el líder mesiánico que ofrezca su santa palabra para que todos obedezcan. Casi un lugar de confort.
Macri inaugura un estilo de conducción horizontal que, por momentos, se confunde con falta de autoridad. Resulta incluso sorprendente para la sociedad que un presidente admita errores y que permita el disenso puertas adentro, a tal punto que él y su vice admiten pensar distinto en algunos temas, sin que eso signifique un acto de insubordinación, como tomó Cristina el voto de Cobos.
La senadora Gladys González se manifestó a favor de la ley, mientras la Gobernadora María Eugenia Vidal se mostró con el pañuelo celeste de quienes la rechazan. Y son amigas. Los amigos piensan distinto; un partido no es un cuartel, el disenso debería estar presente como sucede en una familia o en un grupo de amigos. Nos cuesta superar un modelo de país enfermo de autoritarismo.
El planteo es claro: la ley permite a quienes quieran o necesiten abortar, hacerlo sin actuar clandestinamente y ser pasible de castigos. Las mujeres que no están de acuerdo podrán seguir naturalmente con sus ideas y con su embarazo; se trata de no obligar a una parte de la sociedad a vivir bajo los dogmas de la otra parte.
La Iglesia está destinando enormes esfuerzos para torcer voluntades y presionar a políticos y medios de comunicación. Sería bueno que direccionaran recursos similares para expulsar a los curas pedófilos y para que vayan presos los corruptos que integran el partido con el cual se identifica Su Santidad en lugar de enviarles rosarios.
Pretender que Macri vete la ley si sale en el Senado (como lo expresó en la Homilía el Obispo Fernández, hombre del Papa en La Plata) equivale a exigirle una reacción autoritaria y contradictoria: fue el Ejecutivo quien habilitó el tratamiento. Pero la Iglesia insiste, y presiona por todos los medios para que la Ley sea rechazada en el Senado.
Paradójicamente, la presión de Francisco lo único que consiguió fue quebrar el frente interno del peronismo al enfrentar a los senadores Pichetto y Mayans y obligar al PJ a discutir democráticamente.
La Iglesia alega por la vida del inocente, mientras Juan Grabois y los curas villeros argumentan delirantes teorías sobre las exigencias abortivas del FMI, pensamientos estrafalarios que dan la espalda al drama de medio millón de argentinas que abortan por año en el mercado negro de la salud.
Mientras la Coalición Cambiemos da muestras de progresismo al admitir las distintas ideas y dar el debate, espacios como la izquierda retrograda siguen apostando a formas verticalistas y a la bajada de línea dogmática.
La discusión de esta ley debería ser el modelo que nos permita construir un país que superó el populismo, sin líderes mesiánicos y con el disenso y el debate como saludable ejercicio cívico.