Desde que asumí mi cargo como Defensor del Lector, en el año 2011, convocado por los editores de Tribuna de Periodistas, supe que se avecinaba para mí una misión ardua y compleja.
No solo me llamaron para atender las quejas de los que se nutren de la información de este portal, sino también para mejorar la calidad periodística de quienes aquí escriben.
En un principio tuve serias dificultades para hacerlo, ya que me encontré con gran resistencia por parte de los periodistas, pero pronto entendieron que mi función era ayudarlos, no perjudicarlos.
Al principio, les molestaba que les marcara sus errores y les pidiera explicaciones por sus pifies. Me costó mucho tiempo —y diálogo— hacerles entender qué era lo que yo venía a hacer (y por qué a ellos les serviría).
Es lógico que estuvieran perdidos: no hay medios en la Argentina que tengan un Defensor del Lector. Salvo uno, diario Perfil, que cuenta entre sus filas con uno de los mejores, Julio Petrarca.
El paso del tiempo logró que todos trabajáramos en consonancia y respeto. Cada uno entendiendo qué papel le tocaba jugar. Lo importante era que la calidad informativa fue creciente, no decreciente.
Desde esos días de 2011 hasta ahora, hemos tenido logros que son dignos de festejarse: muchos menos errores —ortográficos y de tipeo—, mejor enfoque en las notas, mejores fotografías, e incluso mayor producción periodística.
Todo ello fue festejado oportunamente por los lectores, que nos lo hicieron saber a través de todas las maneras posibles.
Nos falta mucho todavía, lo sabemos. Hay errores que persisten y que cuesta desterrar. Pero lo vamos logrando de a poco, con la paciencia de siempre.
El camino es largo, pero tiene un final, hay luz al final del túnel. Y ello siempre redundará en mejorar la calidad del periodismo que hace Tribuna de Periodistas.
El único que sigue siendo totalmente independiente y honesto. Al menos, para mí.