Hacia el año 1860, Argentina comienza a recibir la inmigración europea que nos posibilitó el crecimiento y el desarrollo que nos convirtió en una potencia mundial.
La gran mayoría de esa “mano de obra” trajo también consigo las ideas políticas que estaban en auge en el viejo mundo: el anarquismo y el socialismo.
La semilla de la lucha de clases entre el trabajo y el capital quedó sembrada en nuestro país.
Las bases socialistas expuestas en “El Manifiesto Comunista” (Carlos Marx) apuntaban, no sólo a reivindicaciones en las condiciones de trabajo, sino principalmente a la toma del poder estatal a través de una revolución para instalar una economía socialista, sin capital ni propiedad privada.
Por su parte, los anarquistas planteaban el asambleísmo permanente, la desaparición del Estado, las leyes y los partidos políticos y proponían un marco social que debía auto-gestionarse sin instituciones de ningún tipo.
Asimismo, los antecedentes de las actuales Obras Sociales -que se encuentran bajo la conducción de los sindicatos- fueron en aquellos tiempos “las mutuales” y “las sociedades de socorros mutuos” creadas por los obreros hacia 1855 con la finalidad de agrupar individuos de idénticas tradiciones y poder hacer frente a los problemas de salud de esas comunidades.
De esta manera las organizaciones sindicales se fueron multiplicando rápidamente. Hasta los propios empleadores crearon las suyas: la Sociedad Rural Argentina (SRA) y la Unión Industrial Argentina (UIA).
El objetivo de la unidad sindical fue sufriendo distintos avances y retrocesos. En un momento de coincidencia circunstancial entre organizaciones anarquistas y socialistas confluyeron, hacia el año 1901, en la Federación Obrera Argentina (FOA) la cual tuvo una existencia efímera.
En efecto, los socialistas dieron un portazo a la FOA y en 1903 crearon la Unión General de Trabajadores (UGT).
Los anarquistas se vieron, entonces, obligados a repensar su organización. Cambiaron la FOA por la Federación Obrera Regional Argentina (FORA).
Lo trascendente es qué en aquellos tiempos, al igual que hoy en día, todas las declamaciones en búsqueda de la unidad sindical escondían los verdaderos propósitos de las organizaciones: la lucha por un único poder a la que cada una de ellas pretendía acceder con sus hombres para controlar la totalidad de la masa de trabajadores.
Para llegar a tal fin necesitaban demostrar cuál era la más virulenta en sus propuestas y acciones.
Anarquistas, socialistas y sindicatos revolucionarios competían para quedarse con el cetro. Eso explicaría las acciones en los años venideros.
Esta reseña sirve de introducción para comprender en qué momento el sindicalismo comenzó a convertirse en un “factor de poder” y en un importante “grupo de presión” en la política del país.
En el año 1904 Alfredo Palacios en representación del Partido Socialista se convierte en la voz de los trabajadores en el Congreso Nacional.
Este hecho les abrió las puertas a los sindicatos para intensificar los reclamos sobre mayores conquistas sociales a favor del sector obrero.
El problema radicaba en que la cuestión de las “leyes y pretensiones laborales” no se circunscribía al ámbito del Parlamento.
Al tiempo de ser electo Presidente de la República Hipólito Yrigoyen (1916) el socialismo logra una gran representación en el Congreso Nacional.
La Revolución Rusa (1917) constituyó una bisagra en las acciones de las organizaciones sindicales respecto del gobierno de turno, ya que la violencia iba en aumento.
A pesar de que Yrigoyen apoyó la legislación laboral y la negociación colectiva, los sindicatos y federaciones se radicalizaron volviéndose más combativas en búsqueda de su gran objetivo: tomar el control del Estado para sus propios fines.
Fueron desapareciendo los sindicatos por oficios (o por empresas) para transformarse en sindicatos por industrias (o por actividad) que aspiraba a un modelo centralizado y poderoso para enfrentar a las corporaciones empresarias y al propio gobierno.
La Confraternidad Ferroviaria fue una de las primeras en conformarse acorde al nuevo modelo.
Mientras tanto la principal Federación de Trabajadores(FORA) se dividía entre anarquistas y revolucionarios (Fora del V Congreso) y un sector sindical más dialoguista (Fora de IX Congreso).
Los revolucionarios de la Fora del V Congreso constituían el bloque desestabilizador del gobierno de Yrigoyen. A través del copamiento de los Talleres Metalúrgicos Vasena forzaron una huelga salvaje que derivó en la famosa semana trágica de enero de 1919.
Con diferentes acciones los sindicatos continuaron con el proceso combativo: la violencia que la Fora anarquista desarrolló en el sur del país (Santa Cruz) – falsamente conocida como la Rebelión de la Patagonia de 1922- terminó con fusilamientos que en rigor de verdad fueron la respuesta a los actos vandálicos y de sangre organizados por socialistas revolucionario y anarquistas para jaquear al gobierno nacional de entonces.
Hacia 1930 el panorama gremial era el siguiente: la Unión Sindical Argentina (USA) que se conformó con los integrantes de la disuelta Fora del IX Congreso, dominada por los sindicalistas revolucionarios; la Confederación Obrera Argentina (COA) dominada por los socialistas y que sumaban a la Confraternidad Ferroviaria y se organizaban en sindicatos por ramas; y la Fora del V Congreso que era típicamente anarquista y terrorista.
La pre-organización sindical fue gestando el proyecto de organización unificada y poderosa, como la veremos desarrollarse en los años posteriores.