La que mejor definió la situación fue la diputada Paula Oliveto. Ella milita con una católica consecuente como Elisa Carrió y dijo: “Que tristeza, convertir a la iglesia, a mi iglesia en una Unidad Básica”.
Un abogado prestigioso formado en las parroquias y en las misas, sintió vergüenza ajena, pidió reserva sobre su identidad y me dijo: “Lo único que falta es que decreten que el nuevo santo patrono del trabajo sea San Moyano y no San Cayetano”.
A esta altura poco importa quien dijo la verdad entre Pablo Moyano y el obispo Agustín Radrizzani dos feroces críticos del gobierno de Mauricio Macri. El capo de Independiente y de los Camioneros apodado “El Salvaje” aseguró que “esta misa no se podría haber realizado sin la venia del Papa”.
Y el religioso que en su momento agradeció a Cristina por los 120 millones de pesos que le dio para poner en valor la hermosa Basílica de Luján y que además, apoyó la ley de medios K mediante un comunicado, negó cualquier tipo de injerencia del Papa Francisco. Juró que Bergoglio no estaba al tanto y se hizo cargo de toda la responsabilidad por esa misa insólita que abrió una grieta profunda en la propia feligresía católica.
Digo grieta porque un obispo que aprecio mucho, por lo bajo me preguntó cómo era posible que “el vicario de Cristo en la tierra” tuviera como vocero a un muchacho descontrolado y patotero acusado de lavado de dinero y asociación ilícita”.
A esta altura no hace falta explicar si el Papa estaba enterado o no de la misa. Está claro que el Papa, fiel a su militancia peronista en Guardia de Hierro durante su juventud, resolvió hace tiempo empujar a la Iglesia argentina hacia esa camiseta partidaria.
A esta altura eso no tiene discusión. Es una realidad que la mayoría de las autoridades eclesiásticas tienen ese pensamiento ideológico. En la basílica de Luján estaban los mejores amigos del Papa en el peronismo, los más irracionales integrantes del club del helicóptero y el discurso de Radrizzani fue la culminación de un rosario de hechos en el mismo y la confirmación de que estaba más cerca de las 20 verdades peronistas que de los 10 mandamientos. De hecho lo más inquietante fue que entre sus críticas, el obispo a cargo de la diócesis de Mercedes Luján, no tuvo una palabra de condena hacia la corrupción más grande de la historia democrática.
Fue como si se hubiera olvidado del séptimo mandamiento de “no robarás”. Radrizzani se encargó de criticar al FMI y el plan económico del oficialismo pero lo verdaderamente imperdonable es que se puso como protector de los delincuentes cuando dijo textualmente:” Sufrimos un poder judicial que cree que hacer justicia es desechar la presunción de inocencia”. ¿Escuchó bien? Radrizzani salió en defensa de los presos por corrupción.
Dice que la justicia desechó la presunción de inocencia. ¿A quién se habrá referido? Al millonario estafador de los pobres, el Caballo Suárez que tenía su despacho tapizado con fotos del Papa y que había armado una radio que bautizó con el nombre de “Francisco”.? ¿Quién está padeciendo el desecho de la presunción de inocencia? ¿Lázaro Báez, que se levantó y anduvo hasta concretar robos de dimensiones bíblicas? ¿Julio de Vido? Radrizzani todavía no explicó con claridad que pasó en el monasterio donde otros preso y perseguido político llamado José López intentó esconder 9 millones de dólares por orden de Cristina, según el mismo confesó.
Creo que este es el corazón de la desilusión que muchos católicos sienten y el mensaje más peligroso de este sector de la iglesia. Su opción por lo pobres no la discuto. Por el contrario, me parece lo mejor de la religión.
Si me parece extraño que ingresen en territorio técnico y cuestionen determinados modelos económicos. Me encantaría preguntarle a Radrizzani, ¿cuál es el modelo que él prefiere? ¿El que llevó adelante Daniel Scioli en Buenos Aires?
Pregunto porque ayer el ex gobernador estaba en primera fila y dejó la provincia quebrada? ¿Prefiere el modelo del chavismo en Venezuela? Pregunto porque ayer estaban Wado de Pedro por La Cámpora, ayudó a oficiar misa el ex titular del Sedronar de Cristina, el padre Juan Carlos Molina y Daniel Catalano, el dirigente que usa camperas de Venezuela en los actos de la CTA. O tal vez el obispo se inclina por el gobierno de Alicia Kirchner en Santa Cruz donde está todo tan floreciente para los más humildes.
De todos modos, este tema tampoco me parece el más trascendente. Difícilmente su propuesta económica sea aplicada con éxito por algún gobierno democrático. De hecho no hay países que sirvan como ejemplo de su pensamiento jurásico y anticapitalista.
Lo más grave es que una parte de la sociedad puede decodificar el mensaje de la misa como un respaldo a los ladrones. Eso es nefasto como señal para todos los argentinos en general, incluso para la iglesia que pierde seguidores porque mancha sus sotanas cada vez que abraza a personajes nefastos, con graves acusaciones de corrupción y comportamientos mafiosos. Ayer, Jorge Fernández Díaz escribió que algunos obispos hacen acordar a la vieja tradición siciliana: “Ungir por su carácter popular a la Cosa Nostra”.
Le doy un par de ejemplos. Hugo Moyano y Guillermo Moreno son dos de los argentinos con mayor imagen negativa. La inmensa mayoría de los argentinos lo rechazan. Moyano incluso tiene un gran porcentaje de repudio entre los votantes de Cristina. ¿Cuál es el antídoto o el rezo que tiene Agustín Radrizzani para no deteriorar la imagen de la iglesia con semejantes apoyos?
Al Papa Francisco le pasa lo mismo. La foto con Pablo Moyano lo demuestra. Los rosarios a Milagro Sala, las cartas a Hebe de Bonafini, el abrazo y la bendición a muchos personajes impresentables y su silencio frente al tema de la corrupción o la dictadura venezolana lo colocan en una franja muy sesgada y muy angosta en la Argentina.
La semana pasada le dije que Los Moyano se habían pintado la cara porque desafiaron a un poder constitucional como la justicia. Descalifican a un fiscal, le dicen “payaso al servicio de Clarín” y reciben a Pablo en Ezeiza como si fuera una caricatura de Perón. Un día antes, monseñor Jorge Lugones había recibido a Hugo como una forma de respaldar esos gestos antidemocráticos.
Lugones es otro militante del peronismo que le viene de familia. Hermano de un funcionario de Scioli y pariente de los Bruera que tienen que explicar en los tribunales muchas cosas inexplicables que hicieron en el gobierno platense. Lugones es el mismo irrespetuoso que le reclamó falta de sensibilidad a María Eugenia Vidal en un acto de la Iglesia en Mar del Plata al que la gobernadora había concurrido generosamente.
Hay que sumarle en los últimos tiempos la oración que el obispo de la Plata, Víctor Fernández rezó con Emilio Pérsico y Roberto Baradel, entre otros dirigentes de ese perfil tan kirchnerista y tan virulentamente opositores a Cambiemos. Fernández, fue rector de la UCA y es un intelectual al que el Papa Francisco suele recurrir con frecuencia. Dicen que el fue el redactor del documento de Aparecida. Juan Grabois no pudo estar en Luján por un tema personal pero si estuvo en la butaca al lado de Moyano, su lugarteniente, Esteban “El Gringo” Castro.
Que los sacerdotes pongan el grito en el cielo denunciando pobreza y desocupación es algo positivo. Por lo general hacen un aporte a la distribución de alimentos para calmar necesidades básicas insatisfechas y a la contención social. Eso es muy respetable: apuestan a la paz y a la no violencia. Pero hay algunos que en lugar de ayudar a calmar las actitudes y a los personajes más extremos, deciden tirar nafta al fuego.
Una cosa es reclamar ayuda para combatir la pobreza y la exclusión y otra muy distinta es bendecir a los corruptos y mafiosos. No robarás. Lo dicen los diez mandamientos. Y eso es que lo que hay que defender siempre: la ley. Y condenar el delito. Los delincuentes y los golpistas al infierno. La iglesia no puede actuar como defensora de Cristina y ni de Moyano o sus hijos. Ni corruptos ni golpistas para consolidar la República. Ni corruptos ni golpistas. Ni en el cielo, ni en la tierra.