“Es necesario hacer el esfuerzo para lograr el objetivo que muchos hombres y mujeres que pasan necesidades están esperando: lograr erradicar a un Gobierno que solo ha traído miseria, endeudando a las generaciones futuros. Y estoy convencido de que lo vamos a lograr, fundamentalmente cuando los humildes, la gente sin trabajo y los trabajadores y las organizaciones gremiales se pongan a trabajar para eso”.

Estas fueron las palabras de Hugo Moyano después de que el polémico juez Carzoglio rechazara el pedido de prisión del fiscal Scalera para su hijo Pablo Moyano por el fraude el club Independiente que se investiga.

Hugo Moyano nos tiene acostumbrados a estas demostraciones de poder, a sus amenazas y a su proceder tan turbio como su fortuna. Pero lamentablemente Moyano es un exponente más, no el único, de un sindicalismo golpista que desprecia la democracia y las leyes. Palabras que recuerdan la tristemente célebre Triple A: “Erradicar”, “Exterminar”, ya conocemos ese vocabulario.

La historia nos recuerda el caso emblemático de Arturo Illia. En estos momentos, en necesario apelar a la historia para comprender mejor el presente.

Las elecciones del 7 de julio de 1963 estuvieron marcadas por la proscripción del peronismo impuesta por los militares a la decorativa figura de José María Guido. En este escenario resultó triunfante Arturo Illia, victoria que sería refrendada por el Colegio Electoral reunido ese mismo año.

Illia, perteneciente a la Unión Cívica Radical del Pueblo, era un médico de vida austera y discreta. En Cruz del Eje, ciudad cordobesa en la que residía se había ganado el afecto de los más pobres a fuerza de trabajo duro y desinteresado. Como médico rural solía recorrer las tortuosas distancias serranas a lomo de mula para atender pacientes sin recursos y llevarles medicamentos que él mismo pagaba de su bolsillo.

La primera decisión política de Arturo Illia fue la de legalizar el peronismo y devolverle todos sus derechos. Por primera vez desde el derrocamiento de Perón en 1955, un día como hoy de 1963 se volvió a celebrar el acto del 17 de octubre.

Las medidas del gobierno de Illia atacaron varios frentes y tocaron intereses muy poderosos: cambió la matriz petrolera; sancionó la Ley de Salario Mínimo, Vital y Móvil; estableció el Consejo del Salario integrado por representantes del gobierno, empresarios y sindicatos; impulsó la Ley de Abastecimiento para asegurar el acceso a la canasta familiar y fijó montos mínimos para las jubilaciones y las pensiones. En el plano de la educación el presupuesto creció del 12% al 23% en sólo dos años; puso en marcha el Plan Nacional de Alfabetización y en 1966 se tocó el techo histórico de graduados de la Universidad de Buenos Aires.

Muchas de las medidas económicas de la gestión de Illia provocaron el repudio de sectores de poder cuyos intereses fueron afectados; pero la sanción de la ley 16.462 marcó el principio del fin de su gobierno.

La norma conocida como Ley Oñativia, en referencia al ministro de Salud Arturo Oñativia, establecía una política de control de precios y expedición de medicamentos bajo receta según la droga genérica y no la marca. Reguló la publicidad y los desembolsos a los laboratorios extranjeros, y se exigió un análisis de costos que puso en evidencia una brecha del 1.000% entre el costo de fabricación y el precio al paciente.

Como podemos advertir la administración de Illia no fue tibia, ni lenta ni perezosa como quiso presentarla el poderoso y variado arco opositor compuesto por voceros de empresas extranjeras, militares vociferantes, conservadores de distinto pelaje y sindicalistas de dudosa ética.

Illia hundió el bisturí en el órgano más emponzoñado de la anatomía argentina con la firme decisión de extirpar el cáncer del corporativismo.

Illia fue caracterizado como un anciano irresoluto, incapaz de conducir los destinos del país. Se desató entonces una campaña de prensa tenaz y organizada, cuyos brulotes fueron las revistas Primera Plana y Todo.

Mientras tanto, en el plano político, la CGT fue la punta de lanza al poner en marcha el «Operativo Tortuga», consistente en caricaturizar al presidente con una caparazón y una expresión morosa y timorata. El sindicalismo lanzó un plan de lucha aunque la economía mostraba señales de recuperación. Se tomaron más de diez mil fábricas y el 18 de diciembre del 64 Illia sufrió un salvaje paro general.

Desde algunos medios se exigía la intervención de los militares para “erradicar” al «desgobierno». Se exaltaba la resolución del general Juan Carlos Onganía, en oposición a la supuesta lentitud de Illia. En rigor, lo que llamaban «lentitud» era, paradójicamente, la vitalidad del presidente para tomar medidas que disgustaban al poder económico, militar y eclesiástico.

La mayor parte de los medios presentaban a Illia como un presidente viejo, lento.

Fue un trabajo propagandístico carente de toda sutileza; de hecho, cuando la perorata neoconservadora de Primera Plana y el totalitarismo del “plan de lucha” del sindicalismo no resultaron lo suficientemente convincente, ahí estuvieron las Fuerzas Armadas para hacer entrar la letra con sangre. Y el 28 de junio de 1966 todos unidos derrocaron al presidente democrático Arturo Illia.