En América latina, decir
“Historia Oficial” es denunciar su condición de instrumento ideológico del
poder. Hay tantas Historias Oficiales como países iberoamericanos, y una
Historia Oficial Latinoamericana para el subcontinente. Comparten mitos sobre
los orígenes y proyecciones nacionales y suscriben a idénticas agencias
internas y externas de pensamiento y acción política y económica abonadas al
tronco liberal europeo, cuya real implementación devino en seudoliberalismo
cuando la alianza histórica entre oligarquías o burguesías y gobiernos
locales, con las burguesías y
gobiernos de las potencias de turno, se realizó en perjuicio de los pueblos y
naciones latinoamericanos. Así surgieron estas Historias Oficiales
falsificadas, reproductoras estratégicas de dicha
relación.
Ningún historiador niega ya tamaña prosapia, sea un
impugnador del servilismo de la Historia o un conciente beneficiario del mismo;
y aunque los de este tipo lo desmientan en sus libros o públicamente, a
conciencia coincidirán junto a los primeros con aquel Perón para quien “hay
un solo modo para definir a la Historia. La Historia es una puta, va siempre con
aquel que paga más”.
Historias de bronces y oropeles, de mitos y dogmas,
refractarias al cuestionamiento, proclives a la censura, pierden credibilidad
aceleradamente pese a su enorme carga simbólica y a su monopolio de la oferta
educativa en Historia. Su desconfianza y rechazo promueven la búsqueda de
respuestas históricas profundas y dolorosas que, sistematizadas, constituyen
Otras Historias, nacionales
y latinoamericanas.
La ascendente reputación de éstas como veraces y
comprometidas con el utopismo progresista supera al efectivo y necesario grado
de estudio de la historiografía independiente exigida de verdad. Ello explica
una percepción popular igualadora, indiferenciada, cuando presenta una variedad
de tendencias historiográficas desconectadas, a diferencia de las Historias
Oficiales.
Existen, pues, varias
Otras Historias, con supuestos y
conclusiones filosóficos, ideológicos y políticos diversos y una polisemia en
sus categorías analíticas.
La historiografía marxista de este espacio produce
historias adocenadas de la dominación capitalista burguesa en América
soslayando las modalidades de actuación concreta de muchas variables históricas
en contextos, situaciones y oportunidades particulares. Mientras tanto, la clásica
ecuación capitalismo más neoliberalismo,
igual a país con exclusión social,
no se verifica por igual en los países periféricos, cuestionándose
así la proclamada fatalidad de su cumplimiento y su condición de ariete
de la Otra Historia.
Lo abstruso de sus libros los vuelve incomprensibles: la
mayoría prefiere Historias atenidas, confrontadas y validadas a escala humana,
la única que registra y confiere sentidos distintivos a la experiencia concreta
del existir. Es que aún relevando un sustractum de variables y comportamientos homologables en las
formaciones sociales concretas, sobresale lo singular, lo particular,
configurando por contraste las diferencias históricas, de modo que ni los
sistemas sociales ni sus disecciones históricas, políticas o sociológicas
pueden reducirse a modelos y categorías únicos, abstraídos de la realidad,
sin correr riesgos de deshumanizar la historia. Algo frecuentemente olvidado por
quienes priorizan las generalizaciones interpretativas en desmedro de la
singularidad de lo fáctico.
En los ´70, una visión popular simplificadora de los
sistemas socialistas marxistas les atribuía homogeneidad, coherencia y
solidaridad, cuando las diversas experiencias socializantes existentes
presentaban grandes diferencias entre si que impedían volcar la totalidad en
una única historia del socialismo y formular leyes evolutivas comunes, dado que
la Historia, como hija del poder, lo es del poder concreto y singular en un
contexto capitalista, socialista, comunista, fascista o no democrático en
general, lo cual implica reconocer la gravitación de variables frecuentemente
desconocidas o despreciadas desde ciertos enfoques ideológicos.
El historiador Norberto Galasso registra varias líneas de análisis
histórico que constituyen Otras Historias alternativas a la Oficial, y todas
implican tácitamente doctrinas y programas políticos diferentes. Algo
incuestionable pues no existe historia científica sin supuestos ni finalidades
ideológicas. La Historia se mueve constantemente entre su pretensión científica
y un inconfesado afán de trascendencia que la convierte en herramienta y
programa, religión, fe, dogma, deber y propaganda. No comprender esta tensión
lleva a someter lo histórico-social a enfoques distorsionantes que ensombrecen
el conocimiento de la naturaleza, valor y función de la Historia en la
sociedad.
Y si no, ¿qué representan la Historia Oficial y la Otra
Historia en un país como Cuba?
La Oficial se arroga la representación exclusiva del mentado
humanismo socialista, corriente Fidel Castro, saludado por los partidarios
marxistas latinoamericanos de la Otra Historia, pese a que aquella es fruto del
poder (castrista), pero como éste sería un poder “bueno” adoptan su
historiografía y postulan la extensión de la revolución al resto del
subcontinente. La clásica solvencia izquierdista en materia de clichés,
iconografía y frases célebres,
tan efectivos para el anclaje de los mitos, no excusa la ignorancia y la
superficialidad con que exaltan la revolución desde afuera, a despecho de
millones de disidentes cubanos, partidarios de la construcción de Otra
Historia, que son perseguidos y encarcelados por Castro y vilipendiados por
aquellos procastristas stalinistas latinoamericanos.
¡O sea que existen dos Otras Historias de signos opuestos:
una, fuera de Cuba, procastrista y enamorada de la Historia Oficial de la
revolución, y otra contestataria dentro de Cuba! ¡Y los representantes de
ambas se asumen como marxistas pero son enemigos mortales! Esto desconcierta a
los honestos creyentes en el carácter
científico de la Historia, incluyendo su pretensión de universalidad, y
demuele la presunta coherencia del campo “progresista”.
En ese marco, en 2004 se amplió la brecha entre ambas Otras
Historias. Canek Sánchez Guevara, nieto del Che, declaró a la revista mejicana
Proceso que la revolución “no
es democrática ni comunista; que parió una burguesía, aparatos
represivos dispuestos a defenderla del pueblo y una burocracia que la aleja de
éste. Pero sobre todo es antidemocrática por el mesianismo religioso de su líder”.
Tras denunciar “la vigilancia y la represión perpetua sobre los
individuos" caracterizó al régimen como un vulgar capitalismo de Estado
que acabará cuando muera Castro, calificando al marxismo cubano como "sólo
una asignatura escolar", y
sosteniendo que desde las ideas de Marx es desde donde "puede verse en su
conjunto el estrepitoso fracaso de un ideal falsificado".
"Seamos honestos -agregó-, un joven rebelde como fue
Fidel Castro, en la Cuba de hoy sería inmediatamente fusilado, no condenado al
exilio […] La revolución hace años falleció en Cuba: hubo de ser asesinada
por quienes la invocaron para evitar que se volviera contra ellos, tuvo que ser
institucionalizada y asfixiada por su propia burocracia, por la corrupción, por
el nepotismo y por la verticalidad de la tan mentada organización: el Estado
'revolucionario' cubano".
Sus destempladas opiniones cuestionan los mitos
revolucionarios cubanos y desmienten en su personalidad, en su pensamiento y su
conducta, los estereotipos izquierdistas sobre portación de apellido en un ser
diferente a quien lo hiciera famoso: “Me aburre ser el Nieto del Che; me gusta
más ser canek (así, con minúscula)”,
afirmó, descolocando a los guardianes del Templo de la Revolución.
Dolorida, tía Aleidita, hija del Che y cubana oficialista,
lo cruzó inmediatamente reivindicando los reputados logros de la revolución.
Pero Canek se le adelantó:
“La idea
fundamental en todas estas discusiones es la siguiente: ¿puede la idea del
socialismo exorcizar los excesos que en su puesta en práctica se cometieron? ¿Podemos
cerrar los ojos ante la dictadura enarbolando como excusa la bandera de la
salud, la educación, el deporte o la propiedad social? Para muchos sectores de
la izquierda latinoamericana la respuesta no puede sino ser positiva, para mí
no. Eso quería explicar: que la idea del socialismo se pervirtió en la práctica,
que no se puede tapar el sol real con el dedo de lo ideal... Que la realidad es
tan terca que se niega a someterse a las ideas. Y más cuando éstas son
absolutas”.
En síntesis, no existe comunismo en Cuba sino dictadura
fascista.
En este punto intervino el intelectual exilado John Pérez-Sampedro,
en nombre de los nacionalistas cubanos que quieren construir Otra Historia sobre
bases distintas a los descendientes del Che, refutando la posición de Canek de
que nunca se implementó el comunismo en Cuba (extensible a la ex URSS, a China,
etc):
“El fracaso del comunismo en la Unión Soviética […] ha
obligado a los comunistas a crear el mito de que ni los mesiánicos dictadores,
ni sus revoluciones han sido realmente comunistas, así es que según ellos,
habrá que comenzar a experimentar de nuevo. El comunismo, el de Lenin, el
verdadero, el que conocemos todos, el que millones de jóvenes inmaduros y soñadores
en todo el mundo luchan por implantar con un fervor mesiánico religioso, no fue
creado para mejorar, sino para engañar al hombre y mover las masas, pero sobre
todo, para perpetuar a unos pocos en el poder […] Y yo le pregunto al Sr.
[Canek] Guevara: ¿Acaso los calificativos de burguesía, aparatos represivos,
burocrático, antidemocrático y sobre todo lo de mesianismo religioso, no se
aplica a todas las revoluciones comunistas y sus líderes desde Lenin? ¿Acaso
no vivieron como burgueses inspirados por el mismo mesianismo religioso que Ud.
parece aplicar solamente a Castro”?
Luego volvió a arremeter contra el Che, mostrando sus
fracasos, sus contradicciones y sus delirios, y convengamos que no le faltaron
razones.
¿Ha sido el Che un humanista? ¿Puede ser arquetipo del
“Hombre Nuevo” quien en su Mensaje a la Tricontinental, en 1967, invitara al
“odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más
allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva,
violenta, selectiva y fría máquina de matar”?
¿Fue un humanista el responsable de cuatrocientas
ejecuciones sumarias en La Cabaña, sobre un total de cuatro mil en toda la
isla? ¿En qué se diferencia de Hitler o de Pol Pot? ¿Acaso existen víctimas
buenas y víctimas malas?
¿Fue un humanista quien tuviera “posiciones tan
radicalizadas como enfurecerse hasta el insulto con Kruschev por haber retirado
los misiles en lugar de declarar la guerra atómica, que, en primerísima
instancia, hubiera arrasado con la isla caribeña y todos sus habitantes,
Guevara incluido”? (según Pacho O´Donell, su ecléctico defensor).
¡Pensar que hace cuarenta años sonaba tan lindo aquello del
Che de que “hay que endurecerse sin perder jamás la ternura”!
Entretanto, sus admiradores, contrarios a la pena de muerte
por causas políticas, son garantistas en Argentina y en América latina, ¡pero
no en Cuba!
Como la existencia de Otra Historia cubana nacionalista es
despreciada y demonizada por Castro y sus amigos por basarse en los cubanos de
Miami, muy cercanos al gobierno norteamericano, existe otro cuestionamiento a
disposición de los interesados, insospechable de yankofilia, el de Eduardo
Galeano:
“La mala conciencia no me enreda la lengua para repetir lo
que ya he dicho dentro y fuera de la isla: no creo, nunca creí, en la
democracia del partido único […], ni creo que la omnipotencia del estado sea
la respuesta a la omnipotencia del mercado”.
Además, la Historia, como hija de su tiempo, añade a las
anteriores otras memorias colectivas coexistentes que expresan percepciones
diferenciadas y distancias diversas en relación al poder. La mezcla de todas
ellas en el imaginario social nutre y moviliza el devenir, en Cuba y en todas
partes.
¿Será posible entonces construir Otras Historias distintas
a las Historias Oficiales sin recaer programática ni metodológicamente en el
marxismo? Los fracasos del socialismo real y el avance de la conciencia democrática
mundial deberían promover un “sí” abrumador. Sin embargo, resalta la opción
contraria, aunque no por su número ni por la autopregonada solidez del
marxismo, sino por su capacidad propagandística y por la
renuencia de muchos intelectuales a pensar autónomamente, cuando no por
la renuncia a sus convicciones y a los compromisos implícitos en su condición
de tales.
Por tanto, no es fácil comprender qué se quiere expresar
diciendo “la Otra Historia”. Si “la historia es la política de ayer y la
política es la historia de mañana”, aceptemos entonces que es muy difícil
pretender gobernar la historia -lo histórico, no la historiografía- valiéndose
exclusivamente de palabras y teorías, sobre todo cuando están regimentadas.
Carlos Schulmaister