Juan Perón, Donald Trump y Jair Bolsonaro: ¿Es posible encontrar semejanzas entre estos personajes? Veamos.
Aclaro que mi interés en este escrito, no es hacer valoraciones éticas de los procesos y menos aún de los actores, sino pretendo analizar los porqués.
Sin dudas, los tres presidentes mencionados, poseen (Perón murió, pero por agilidad literaria lo trataré en presente) un carácter fuerte, asertivo, arrollador; todos caudillos en los que los ciudadanos (al menos una parte mayoritaria), depositaron un claro propósito reivindicatorio.
Los tres son populistas de derecha, representantes de una ideología que, en condiciones de estabilidad y convivencia armónica y pacífica, no tienen un caudal electoral significativo.
Perón captó el sentimiento de menoscabo de un conjunto de argentinos, que más allá de encontrarse en una situación económica igual o mejor que la de los países europeos (países de los que ellos o sus padres emigraron), “sentían”, en gran parte con razón, que sus opiniones no valían.
Durante siglos, en todo el mundo, la política perteneció al grupo de ciudadanos con estudios superiores y con tiempo y recursos suficientes para dedicarse a “la cosa pública”. Las personas que no contaban con estas condiciones, focalizaban sus esfuerzos en satisfacer sus necesidades básicas y quizás un poco más; dicho esfuerzo, les demandaba todas las horas del día, todos los días del año y los alejaba de la vida política.
En el mundo, esta situación de dedicación exclusiva al trabajo para poder sobrevivir fue cambiando, tal como lo muestra este cuadro comparativo de Gran Bretaña
Año |
desocupación |
Horas trabajo semanal |
Ganancia por hora |
Ganancia anual (PBI) |
1785 |
60% |
62 |
1,29 u$s |
1.505 u$s |
1950 |
55% |
40 |
7,86 u$s |
6.847 u$s |
2000 |
50% |
30 |
28,71 u$s |
19.817 u$s |
En Argentina, desde principios del siglo XX, la situación económica de los asalariados mejoró en forma consistente (en 1895, Argentina tenía el PBI per cápita más alto del mundo); así como también mejoraron las condiciones laborales, valgan como ejemplo las siguientes leyes:
Ley 4661 (1905, Roca), descanso dominical.
Ley 5291 (1907, Figueroa Alcorta), regulación del trabajo de mujeres y niños.
Ley 9688 (1915, Saenz Peña), accidentes de trabajo.
Ley 11 289, (1923, Alvear), jubilación universal y obligatoria.
Ley 11.544 (1929, Yrigoyen), jornada diaria de 8 horas o 48 horas semanales.
Ley 11640 (1932, Justo), sábado inglés o media jornada.
Ley 11.723 (1933, Justo), indemnizaciones y vacaciones pagas.
Ley 11.933 (1934, Justo), licencia por maternidad.
No pretendo evaluar si estas leyes eran o no justas; lo quiero remarcar, es que el tiempo de ocio y los ingresos (salarios) de los “trabajadores”, crecieron más rápido que lo que lo hizo la consideración para con ellos de parte de la “oligarquía”. Los asalariados comenzaban a ambicionar una participación activa en los acontecimientos y en las decisiones públicas.
Ni los socialistas, ni los comunistas, ni los anarquistas, supieron descifrar el anhelo de este segmento de la población, que no se focalizaba en consignas revolucionarias, ni en reivindicaciones laborales o económicas (conseguidas varios años antes); tan sólo pretendían un trato social y ciudadano más “igualitario” y justo. Perón interpretó este sentimiento.
Donald Trump también supo interpretar al norteamericano medio, el del “país profundo”; aquel que veía estancado su desarrollo económico (los “yankies” protestantes son más “materialistas” y menos “sentimentales” que los criollos católicos), que veía el aumento en los impuestos (menos plata en el bolsillo) y que veía que sus contribuciones se destinaban para acciones “políticamente correctas” que no forman parte de los idearios fundamentales del país del norte: “self made man” y “my decision, not your business” (cada cual es artífice de su destino y mis decisiones no son tu problema).
La política inmigratoria fue otro de los fuertes de Trump. Los norteamericanos son muy respetuosos de su privacidad y de su casa; para ir a visitar a un amigo (incluso un amigo íntimo), debe “combinarse” una cita. Pues resulta que también son muy patriotas y en una clara analogía, no les gusta que “gente extraña” les “invada” su hogar patrio.
¿Y Bolsonaro? Los dos pilares que parecen sustentar su éxito, son su clara y terminante posición en contra de la delincuencia común y de la corrupción.
Por un lado el ciudadano de a pie, cansado de pagar con sus bienes o con su vida, el tributo que imponen los malhechores, dueños de las calles; y por el otro los sectores trabajadores (empresarios, empleados y cuenta partistas), hartos de los negociados que todo Brasil debe solventar; vieron reflejadas en el discurso llano y directo de este extrovertido político, tanto sus desvelos como también una decidida y contundente propuesta para terminar con esos flagelos.
Es posible que tanto Trump como Bolsonaro, sean más en lo discursivo que en lo efectivo… pero esta característica no le es ajena a todos los políticos.
En Argentina, Macri no alcanzó a encarnar este perfil de personaje. Su discurso resultó muy tibio y sus políticas casi heladas; pero aun así, se convirtió en la “opción menos mala” de todo lo malo.
Ahora pregunto. ¿Estará nuestro país esperando un Bolsonaro? ¿Estará nuestro país preparado para un Bolsonaro? Sólo el tiempo lo dirá.
Llevamos muchas décadas padeciendo El Imperio de la Decadencia Argentina, tanto que “se les ha hecho carne” a muchos argentinos; sin embargo, asoman en el horizonte algunos destellos de esperanza, personificados principalmente en analistas “políticamente incorrectos”. ¿Será esto suficiente para desatar en nuestra patria La Rebelión de los Mansos?