Hemos pasado un año sin ellos. Buscándolos sin descanso pero sin éxito. Asumiendo con dolor que velan por nuestro mar desde las profundidades y que lo seguirán haciendo para siempre.
Los hemos honrado de todas las maneras posibles, salvo con una digna y sentida ceremonia de Estado y con un duelo nacional como hubiera correspondido. No hemos encontrado el modo de hacerlo, aunque lo han hecho por nosotros marinos de todo el mundo.
Los hemos recordado cada día. Eran camaradas, en muchos casos amigos entrañables. Por eso no hemos dejado de pensar en ellos, primero con una tenue esperanza, luego con el dolor de lo evidente y finalmente con la desolada resignación de hoy.
Durante este triste año ha ocurrido lo previsible: algunos de los responsables directos o indirectos han sido severamente impugnados por sus posibles omisiones, y seguramente deberán responder por ellas ante la ley.
Pero eso sí, sólo algunos. Ninguna investigación alcanzará a los otros responsables, a los que no visten uniforme pero toman las decisiones del más alto nivel y definen las políticas de Estado, entre ellas las de Defensa.
Paradójicamente, algunos de estos otros responsables se han convertido en cuestionadores agudos, preguntándose indignados de quién ha sido el error, sin siquiera considerar que tal vez tengan la respuesta frente al espejo.
Señores legisladores de ceño adusto preguntan por qué fue abierta tal o cual válvula, utilizan terminología técnica que seguramente han aprendido la semana pasada y plantean sutiles dudas sobre las acciones y la competencia de la tripulación y de su comandante.
Resulta dolorosa la idea de que ninguno de estos señores legisladores aceptaría la banca que ocupa, si cobrara el sueldo de esos tripulantes, o tuviera que prepararse para su función durante largos años, como esos tripulantes.
No sabemos y probablemente no sabremos nunca, qué fue lo que ocasionó la tragedia del submarino ARA San Juan, pero es poco probable que la causa de su pérdida haya sido una única y catastrófica falla humana o material.
Los marinos hemos asegurado hasta el cansancio que ningún Comandante pondría en riesgo a su buque y a su tripulación innecesariamente. Que ningún buque, menos aún un submarino, zarpa sin haber sido minuciosamente revisado. Que conocemos los riesgos y a veces los asumimos, pero nunca de manera irresponsable. Que siempre hay fallas, porque el presupuesto es mínimo, los mecanismos y los sistemas de un barco son muchos y muy complejos, y que a veces esas fallas pueden ser graves, pero que sabemos cómo lidiar con eso.
Hemos tratado de explicar que la nuestra es, debe ser, una profesión de riesgo y que en el mar las tragedias a veces ocurren, porque el medio es naturalmente hostil.
Lo hemos sostenido con toda la vehemencia posible, pero parece que es necesario que el responsable inmediato de la tragedia sea alguno de los que ya no pueden defenderse. Si el error se debió a una orden mal dada o mal ejecutada o a una decisión operativa equivocada, entonces no hay más nada que investigar y nadie podrá culpar a los presupuestos exiguos ni a la indiferencia irresponsable de los gobernantes.
Pero no es ese el modo en que sus camaradas vamos a recordar a los 44. Jamás serán "los que perdieron su buque". Seguiremos guardando ese sentido minuto de silencio al navegar cerca de su última posición conocida, porque ese es el máximo honor que podemos tributarles. Seguiremos en fin, haciendo lo que no podemos dejar de hacer, que es lo mismo que ellos hicieron hasta su último segundo: defender a la Patria en el mar.