En los últimos días en Neuquén, una vez más, los cristinistas demostraron que odian al periodismo. Intolerantes y agresivos insultaron con fanatismo a Claudio Andrade, el corresponsal del diario Clarín.
El editor de política de Página 12, Sebastián Abrevaya, una cronista de Tiempo Argentino llamada Gimena Fuertes y el secretario general del gremio de prensa de esa provincia, Oscar Livera fueron los escrachadores.
El más irracional era el sindicalista que incluso llegó a decir que si Claudio se moría de Hanta virus, él iba a festejar. Y ese señor que celebra la muerte se vé a sí mismo como revolucionario o progresista. Lo dijo porque Andrade hace unos días estuvo enfermo y por los síntomas parecía que tenía el virus que contagian los ratones colilargos. Pero por suerte fue una falsa alarma.
Basura humana, mierda, mercenario de Clarín fueron algunos de los calificativos que le escupieron a los gritos amenazantes. Después, Abrevaya escribió un tuit describiendo la situación como “un dato de color” del proceso electoral.
Ignacio Miri, colega de Clarín le contestó: “Dato de color las pelotas. Un ataque directo a la libertad de prensa. Basta. Dejá laburar, facho. Facundo Landívar aseguró que se trató de “un escrache fascista contra el periodista que contó la verdad de la opereta berreta sobre Maldonado. Payasos”.
Efectivamente, varios de los reclamos que le hacían a Andrade eran por el tema Maldonado. Es que los cristinistas en general y Página 12 en particular fueron los autores intelectuales y materiales de la mayor estafa moral vinculada a los derechos humanos con una mentira atroz que inventaron, mantuvieron en el tiempo y aún hoy repiten.
Creen y nos quieren hacer creer que a Maldonado lo mató la gendarmería de Macri luego de torturarlo y desaparecerlo. Son falsedades del tamaño de la Patagonia.
La justicia y 55 peritos de parte certificaron una y mil veces que Maldonado se ahogó en el río, que no fue movido nunca de ese lugar y que varios de los mapuches apelaron a falsos testimonios y en algún caso al abandono de persona que terminó con la muerte de Maldonado. “Macri ya tiene su primer desaparecido”, tituló el comandante Verbitsky, casi como una expresión de deseo.
El diario tiene varias tapas antológicas por el respaldo que le dieron al invento de algunos integrantes de organismos de derechos humanos y de miembros de la violenta organización llamada RAM cuyo jefe está preso en Chile. Una tapa de Página12 decía en título catástrofe: “Entre los tres lo arrastraron con golpes hasta lo alto”. Era uno de los varios falsos testimonios.
Claudio Andrade, periodista humilde, certero y prudente investigó como es su deber y entre otras cosas le sacó la careta a la mentira. Eso no se lo van a perdonar nunca.
Abrevaya no sólo calificó de nota de color a todo esta salvajada. También dijo que no fue un escrache. Que fue solo una expresión de repudio. Supongo que a él no le gustaría sufrir una “expresión de repudio”, semejante. Insólito.
Ya dijimos una y mil veces que el escrache es un acto de cobardía mussoliniana. No importa quién sea el escrachador o el escrachado. No importa quién sea la víctima o el victimario. Es una actitud profundamente antidemocrática y patotera. Tal vez por eso, Gonzalo Aziz le dijo a Abrevaya: “Si no te gusta no lo leas, si cometió un delito, denuncialo”.
El reino del revés: los responsables de las mentiras que mancharon a todos los organismos de derechos humanos y profanaron un tema tan sagrado como el de los desaparecidos, señalan con el dedo y dicen que van a celebrar la muerte del periodista que hizo su trabajo, desmontó la farsa y escribió la verdad.
Esto es lo que pasó ayer y se puede comprobar con los videos que algunos filmaron con sus celulares. Pero no es un hecho aislado o un descontrol de tres personas. El cristinismo inoculó odio sobre el oficio de periodista y muchos de sus militantes se sumaron alegremente a la estigmatización de los colegas.
Hay cientos de ejemplos. Y no me refiero solamente a la cloaca de las redes sociales donde los cobardes anónimos son capaces de decir cualquier verdura e intentar ser hirientes hasta con cuestiones personales.
Muchas veces le dije que desde la recuperación democrática de 1983 nadie había atacado con tanta ferocidad y ensañamiento a los cronistas y a la libertad de prensa en la Argentina como el matrimonio Kirchner.
En octubre del 2006, hace trece años, escribí que había una libertad de prensa de bajas calorías, de baja intensidad. Que los Kirchner siempre en su vida política quisieron controlar todo para que nadie los controle a ellos.
Por eso persiguieron y siguen persiguiendo tanto a los periodistas como a los jueces y fiscales independientes. Porque no toleran que alguien denuncie los hechos de corrupción o les marque los errores políticos. No toleran. Por eso son intolerantes.
Han agredido a medio mundo, pero sus principales objetivos a destruir fueron y siguen siendo los fiscales, los jueces y los periodistas que no se arrodillaron ante sus latigazos ni se dejaron domesticar por millonarias pautas publicitarias o prebendas.
Por eso Cristina y todos los que son citados ante la justicia con pruebas muy contundentes de los delitos que cometieron, responsabilizan a la justicia y el periodismo. Así lo dicen todo el tiempo. Mienten tan sistemáticamente que terminan por creerse sus propias mentiras.
Victor Hugo, por ejemplo, el gran relator del relato, ya superó la categoría de deglutidor de sapos y se convirtió en el abogado defensor de todo lo que hagan Cristina y sus muchachos. Igual que Horacio Verbitsky. Son la contracara de lo que realmente significa ser periodista. Hoy y siempre. Deberían celebrar el día del alcahuete.
Durante esos doce años de terror, muchos periodistas hicieron muy bien su trabajo. Investigaron, indagaron, buscaron fuentes, revelaron testimonios que luego se verificaron en su totalidad. Ese es el periodismo que hay que reivindicar.
El que puede iluminar lo que el poder quiere ocultar. Y hablo de una mirada crítica hacia todos los poderes. El político y el económico. Y hacia todos los gobiernos. También hacia este gobierno de Macri, por supuesto. Esa es nuestra función. La mirada crítica que duda de lo que dicen los funcionarios está en el ADN de nuestro maravilloso oficio. Los que chupan medias y se colocan las camisetas partidarias no son periodistas. Son propagandistas o militantes en el mejor de los casos, o corruptos que cobran fortunas por mirar para otro lado.
Desde sus comienzos en Santa Cruz hasta la actualidad, tanto Néstor como Cristina han tenido una obsesión muy fuerte contra el periodismo. Siempre les molestó. Y siempre trataron de amordazarlo. Y por eso atacan con todas sus fuerzas.
La docena de años K fueron los de menor libertad de prensa desde 1983. Hubo libertad, por supuesto, de lo contrario, no podría haber dicho todo lo que dije. Pero fue una libertad vigilada, de bajas calorías y que todo el tiempo persiguió al que la ejerció.
Castigos de todo tipo: insultos desde los medios adictos y los programas del estado y los grupos de tareas de la blogósfera, agresiones callejeras , juicios en plazas públicas, afiches con caras de periodistas a las que se incitaba a escupir, escraches, aprietes a los dueños de los medios para que censuren o excluyan a tal o cual periodista, presión a los empresarios para que no pongan publicidad en los medios independientes, hostilidad desde la AFIP y los servicios de inteligencia, cero apertura informativa, no hubo ni conferencia de prensa.
Estos son solamente algunos de los métodos que utilizaron. Nadie nos puede decir que es lo que tenemos que decir y nadie nos puede hacer callar. Andrade no se rinde. Es un periodista de alma y de raza. El principal insumo del periodista es la libertad. Y por eso hay que defenderla aunque se paguen las consecuencias.
El periodismo no se vende. Ni se alquila. Ni la dignidad ni la libertad tiene precio. Eso lo saben los verdaderos periodistas a los que solamente los mueve la búsqueda de la verdad. Como Claudio Andrade para quien va toda nuestra solidaridad. Los alcahuetes de estado miran para otro lado y mancillan nuestro hermoso oficio.