En Río Negro y, antes, en Neuquén, el electorado le dio la espalda a los dos grandes oponentes nacionales: Macri y Cristina.
Hay dos lecturas posibles que no son excluyentes entre sí: una, que se imponen los oficialismo provinciales; otra, que la gente se hartó de la grieta. Esto último se puso en evidencia con la aparición de Roberto Lavagna que enfurece a macristas cristinistas.
Lavagna ya es candidato. No tiene ninguna interna que resolver. No necesita competir en el espacio de Sergio Massa y Juan Manuel Urtubey. Al contrario, debe diferenciarse de aquella ancha avenida del medio que no condujo hacia ninguna parte.
“Estamos en dos proyectos distintos”, dijo con todas las letras y, por las dudas, agregó: Yo formo parte de un proyecto que busca formar consensos para gobernar.”
Lavagna ya había dejado en claro que no tiene ningún vínculo con Cristina Kirchner y se diferenció también de Eduardo Duhalde y de su delirante propuesta de dictar una amnistía para esos industriales corruptos: “No, terminantemente no”, contestó le preguntaron sobre la posibilidad de un indulto.
Roberto Lavagna pateó el tablero del ajedrez suicida que venían jugando Mauricio Macri y Cristina Kirchner. Más allá de las chances del economista, su irrupción les abrió los ojos a muchos desencantados que vieron una vía de escape a la pistola en la cabeza con la que Durán Barba los tenía de rehenes con la frase “Macri o Venezuela”.
Pero la aparición de Lavagna puso en pánico también al kirchnerismo en cuyos medios titularon: “Lavagna fragmenta a la oposición y le hace el juego a Macri”. Es cierto; el mapa electoral se abre y el peronismo se atomiza de cara a las elecciones: Cristina, Massa o Urtubey y Lavagna dan por tierra con el sueño de la unidad justicialista.
Hay una confusión generalizada respecto de las PASO. Muchos creen que se trata de una interna cuando, en realidad, son elecciones primarias que fueron pensadas precisamente para evitar las internas y dividir a la oposición. Hasta tal punto es así, que su creador, Néstor Kirchner, jamás compitió con otros candidatos.
Las inventó para que se desgastaran sus oponentes. Él y su esposa siempre se presentaron en su agrupación, el FpV, como candidatos únicos. El finado ex presidente hizo escuela: ni Macri ni Cristina ni Lavagna tendrán competidores en sus respectivos espacios. De modo que las PASO serán, otra vez, una gran encuesta para ver quiénes tienen chances de seguir en carrera.
Muchos creen que la estrella de Macri se apagó. Existía una suerte de deadline, de límite de la paciencia que la sociedad le puso al presidente. Todos pensaban que marzo sería el mes en que la economía empezaría a repuntar, la inflación quedaría más o menos controlada y el consumo comenzaría a dar señales de vida.
Al contrario de esta creencia, todos los indicadores se enloquecieron y el sector más castigado de la sociedad entró en desesperación: la pobreza alcanzó un imperdonable 32%, la indigencia el 6,7% y el dólar araña los 45 $ a pesar de que las tasas de interés son las más altas del mundo.
“No soy cantor, no soy poeta…, soy mecánico dental”, recitaban con genial sentido del absurdo aplicado Les Luthiers. Al contrario de lo que afirma el dicho, el hábito sí hace al monje.
La sociedad se fija con mucha atención en la profesión de los candidatos. No casualmente, tanto el licenciado Daniel Scioli como el Dr. Sergio Massa completaron sus carreras universitarias, ya entrados en la madurez, con asombrosa velocidad.
Así como la derrota de Malvinas significó la saturación de la dictadura y de los militares, 2001 marcó el hartazgo de la sociedad no sólo con los políticos, sino también con los abogados.
Hagamos un repaso sumario de los oficios y profesiones de nuestros presidentes democráticos desde la década del 70 en adelante: Cámpora era odontólogo, Perón era militar, Isabel Martínez de Perón era bailarina exótica, Alfonsín, Menem, De La Rúa, Néstor y Cristina Kirchner, abogados.
Así como el kirchnerismo supo hacer entrar a los viejos conocidos de siempre mientras todavía resonaba el eco del “Que se vayan todos”, con los kirchner también volvieron los abogados al poder. Como presidente, Mauricio Macri ha demostrado ser un excelente ingeniero.
No es una ironía: la obra pública se ha manejado con transparencia y agilidad, se han hecho rutas, cloacas, se ha llevado agua potable a lugares que vivían en el medioevo sanitario, se multiplicó la explotación de las energías renovables y el aprovechamiento de los recursos naturales como la energía solar y eólica, se ampliaron las rutas aéreas y el negocio de la aeronavegación y se modernizó el Estado en muchas instancias.
Sin embargo, todas las buenas intenciones terminaron estrellándose contra el muro infranqueable de la economía.
La sociedad, otra vez, muestra cansancio. Nada comparable, por supuesto, a 2001. Se respira un aire de decepción. Desde las barriadas pobres del conurbano hasta Wall Street, por distintos motivos, hay desilusión y se perdió la confianza.
A nadie le gusta que le pidan que se ajuste el cinturón después de haber tenido que correr la hebilla dos agujeros. Winston Churchill prometió “sangre, sudor y lágrimas” para enfrentar a un enemigo criminal a ocho meses de iniciada la Segunda Guerra Mundial.
No se puede exigir ese sacrificio a los habitantes de un país que no se enfrenta a una guerra ni a un desastre natural, que tiene un territorio vasto, tierras fértiles, recursos humanos y una tradición industrial que pocos países emergentes podrían exhibir.
Una vez más, la historia vuelve a confirmar la máxima que pronunciara Bill Clinton en 1992: “Es la economía, estúpido”. Y esa frase que tanto preocupa a los ingenieros, es la que ilusiona a los economistas que esperan una última oportunidad en un país que ha sido gobernado por bailarinas exóticas pero jamás por un licenciado en economía.