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Recordando los 70

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UNA REFLEXIÓN OBLIGADA
UNA REFLEXIÓN OBLIGADA

"Un mundo invertebrado”, esta célebre frase del filósofo español José Ortega y Gasset viene de perillas para definir el estado del galvanizado globo terráqueo, en la controvertida década del 70. Este período comienza con el siniestro fantasma de Vietnam a la sombra de los viajes espaciales, culminando con el síndrome causado por la intervención soviética en Afganistán durante la navidad de 1979.

 

 La humanidad, a lo largo de todo este período, se resigna a convivir bajo la amenaza del hongo atómico. El equilibrio del terror entre los EEUU y la URSS, signa como una espada de Damocles nuclear toda manifestación de la vida cultural, artística e intelectual. El miedo a un posible holocausto, provoca una mayor revalorización de la paz como única salida viable a la solución de los conflictos humanos.

 Pero a pesar de ese terror, los acontecimientos bélicos jalonaron durante esos diez años a este planeta partido a la mitad.

 Las convulsiones sociales, étnicas, religiosas y políticas sacudieron por igual a numerosas poblaciones de varios países.

 

Vietnam: de la escalada a la huída

 

 El gran tema de este período es la guerra de Vietnam, tanto en su significado geopolítico-militar como en la cicatriz aún profunda que produjo en el seno de la sociedad estadounidense. El compromiso, adquirido por John Kennedy a principios de los 60, al enviar los primeros “asesores” militares del Pentágono en apoyo de las fuerzas de Vietnam del Sur, se había convertido durante el mandato de Lyndon Johnson –su sucesor luego del magnicidio de Dallas- en una escalada acelerada que afectó a más de medio millón de tropas estadounidenses, con una enorme potencia de fuego representada por la 7° Flota y los aviones de su fuerza aérea, incluyendo a los superbombarderos B-52 del Comando Estratégico.

 Sus enemigos eran las fuerzas del Frente Nacional de Liberación (FNL), encabezadas por los comunistas, a quienes la prensa norteamericana llamaba vietcongs.

 A estas fuerzas mayormente irregulares —guerrilleros— se sumaron, hasta adquirir predominio absoluto a partir del comienzo de esta década, las fuerzas regulares de Vietnam del Norte, que se infiltraban en territorio sudvietnamita. Los integrantes del FNL y sus refuerzos del Norte contaban con armamento soviético, además del que capturaban a sus oponentes del Sur abastecidos por los EEUU. A diferencia de estos últimos, los vietcongs y los integrantes del ejército regular del Norte contaban con una moral de combate irreductible, que luego de diez años de intensa lucha los llevaría a la victoria.

 En Vietnam del Sur, la corrupción generalizada de los gobiernos de Nguyen Van Thieu y de su sucesor Nguyen Cao Ky, provocaron la animadversión de la población y la impulsaba a colaborar cada vez más con el FNL.

 Doblegar la voluntad de los comunistas del Norte, conducidos por el sucesor del legendario Ho Chi Minh, el general Vo Nguyen Giap, fue una de las metas de los norteamericanos. Para ello, apelaron a demoledoras incursiones aéreas que se proponían, según uno de los generales de la fuerza aérea estadounidense, “hacer volver a los comunistas a la edad de piedra”.

 A pesar de los éxitos conseguidos a finales de la década anterior (como la ofensiva del Tet en 1968), los combatientes del FNL sufrieron grandes pérdidas. Entre tanto, la guerra se había vuelto impopular en EEUU, pues la opinión pública iba quedando muy impresionada con la amplia cobertura por parte del periodismo televisivo norteamericano. Eso a su vez influyó en la actitud del Congreso que frecuentemente restringió los recursos que la Casa Blanca deseaba colocar en la lucha.

 Fue prevaleciendo entonces, bajo la nueva administración del presidente Nixon, la idea de vietnamizar la guerra, es decir dejar que el peso de la contienda recayera totalmente en el gobierno de Saigón. Mientras que los EEUU aumentaban los bombardeos, y emprendía complicadas negociaciones, para lograr una salida diplomática que muchas veces se empantanaba.

 Con la lucha propagándose también en Laos y Camboya, la oposición interna en EEUU se radicalizó de tal manera que aceleró la decisión de Washington de retirarse cuanto antes del lodazal indochino. En 1973, Le Duc Tho, en nombre del gobierno norvietnamita de Hanoi y Henry Kissinger, secretario de estado norteamericano, lograron algunos puntos coincidentes en las reuniones tediosas de París.

 Fundamentalmente, se convino el retiro de las fuerzas de EEUU y el repliegue de los norvietnamitas de Camboya, Laos y Vietnam del Sur.

 Pero este acuerdo entre Haoni y Washington resultó imposible, y sin la presencia militar norteamericana el régimen del Sur pronto se derrumbó. Entre 1974 y 1975, mientras los EEUU se debilitaban por el caso Watergate , y Gerald Ford reemplazaba al renunciante Nixon, las fuerzas del Norte se impusieron en todo el territorio del Sur. Así, el 30 de abril de 1975, la roja bandera del Norte ondeaba en lo alto del Palacio de la Independencia. Nacía la república popular de Vietnam.

 

La coexistencia pacífica

 

 Tanto EEUU y la URSS coincidían en que su portentoso crecimiento de sus respectivos arsenales nucleares, hacían inviable toda posibilidad de enfrentamiento directo. Por eso, era preciso negociar y ganar escaños en el campo de la geoestrategia mundial, estableciendo treguas mediante acicalados acuerdos de desarme para superar los puntos más conflictivos.

 Cada bando, lógicamente, tenía su propia y peculiar interpretación de tal posibilidad. Kissinger era partidario de la negociación desde posiciones de fuerza, enfrentándose a las aspiraciones de Leonid Brezhnev, el mandamás del Kremlin, quien consideraba que su expansionismo no era otra cosa que una política razonable frente a las amenazas occidentales.

 Los acuerdos sobre limitación de armas nucleares (SALT 1 Y 2), firmados en 1974 y 1979, parecieron alejar el peligro de una guerra atómica de aniquilación masiva.

 No obstante, a Brezhnev muchas veces le gustaba jugar con fuego. El 24 de diciembre de 1979, el ejército rojo invadió su vecina Afganistán, y el mundo aterrado vio como revivía el espectro mortal de una contienda inminente. Pero el presidente estadounidense James Carter se abstuvo de intervenir en forma directa, limitándose a abastecer de armamento a los rebeldes islámicos.

 

El factor chino

 

 A comienzos de 1970, las relaciones entre la URSS distaban mucho de ser cordiales. La revolución cultural encabezada por Mao Tse Tung, aisló a este inmenso país de la órbita occidental y de la influencia soviética.

 Pero a partir de 1972, se produce un vuelco espectacular en la política internacional china con respecto a los EEUU, promovido por el primer ministro Chou En Lai que produjo gran conmoción. EEUU recoge el guante, y al poco tiempo Kissinger visita a Chou En Lai en su casa. Le seguirá Nixon, que hace lo propio con Mao. Así, da comienzo una nueva etapa en la relación entre ambos países, implicando al mismo tiempo una gran derrota diplomática a la URSS.

 A partir de la muerte de Mao en 1976, sus sucesores Chou y Den Xiao Ping, demostraron que a partir de ese viraje, su interpretación del comunismo no excluía el acercamiento al mercado capitalista mundial, y la incorporación de los elementos tecnológicos tomados o adaptados de Occidente.

 

España: de la dictadura a la democracia

 

 Este período marcó el final de la era franquista, y el gradual ingreso del país a la democracia. Cuando Franco falleció el 20 de noviembre de 1975, se advirtió cuán profundamente había cambiado la sociedad española en los últimos años. La transición fue conducida por el heredero del trono, Juan Carlos I, y por el primer ministro Adolfo Suárez, a quien este joven pero hábil monarca designó para modernizar la política peninsular. Contra la expectativa de quienes apostaban que España no estaba en condiciones de cambiar, pueblo y gobierno eligieron los caminos del diálogo que hiciera factible un futuro mejor. Los Pactos de la Moncloa fueron quizá la expresión total de esa voluntad integradora, que estableció en 1977-78 un nuevo marco constitucional para el gobierno y la oposición.

 

Medio Oriente: de la guerra santa a la frágil paz

 

 El hombre había llegado a la Luna, pero aún no lograba erradicar los viejos conflictos étnicos. El conflicto árabe-israelí seguía siendo uno de los enfrentamientos más complejos de esa época: los estados árabes se negaban a aceptar la existencia de Israel, y parecía que éste tampoco aportaba soluciones efectivas al problema de los refugiados palestinos.

 El valor estratégico de la región, debido a la presencia del Canal de Suez y a la riqueza petrolera, así como la intervención de las grandes potencias a favor de uno u otro bando, eran los factores que más contribuían al agravamiento de esa complejidad.

 Luego de la derrota de los estados árabes tras la Guerra de los 6 días en 1967 por parte de Israel, la situación tendió a empeorar. Los árabes se niegan a negociar e Israel a abandonar los territorios ocupados. La URSS repuso los arsenales de los vencidos, y EEUU hizo lo propio con el vencedor. Las acciones de los terroristas palestinos y las duras represalias israelíes, mantuvieron latente la tensión bélica.

 En 1970, la muerte del líder egipcio Gamal Abdel Nasser despejó el camino a su amigo y segundo Anwar el Sadat, quien proyectó una nueva escalada militar con el objetivo de negociar desde una posición de fuerza. Con sutileza tendió conexiones hacia Occidente y, sin renunciar al apoyo logístico de Moscú, forzó el retiro de los asesores militares soviéticos en 1971.

 La nueva guerra sorprendió a los israelíes el 6 de octubre de 1973, cuando celebraban la fiesta religiosa de Yom Kippur (Día del Perdón), durante la cual se paraliza toda actividad.

 Mientras los egipcios irrumpían a través del Canal de Suez y barrían las defensas israelíes en el Sinaí, los sirios avanzaban desde el Norte, y los nuevos misiles SAM rusos neutralizaban la superioridad aérea israelí. El gobierno de la ministra israelí Golda Meir debió enfrentar el inminente desastre con un desesperado intento por retomar la iniciativa, para evitar que un eventual cese del fuego dejara a su país en posiciones desventajosas.

 Cuando la intensa presión de EEUU logró imponer un cese del fuego, ambos bandos se encontraban en mejor disposición para negociar pues esta breve contienda les había salido muy cara. En 1974, la diplomacia viajera de Kissinger logró las bases para los acuerdos de Camp David, que se iban a firmar en 1977. Pero la tensión bélica no declinó, y continuó expresándose en atentados sangrientos y terribles represalias.

 Sadat visitó Israel en 1977, dando pie para la firma del tratado de paz entre Egipto e Israel en 1979 bajo los auspicios del presidente James Carter. El apretón de manos entre Beguin, Sadar y Carter en Washington, no significó la solución de la locura en Medio Oriente, sino que constituyó solo una precaria tregua.

 

Chile: del socialismo a la dictadura

 

 En 1970 los socialistas chilenos llegaron al poder, después de conseguir la primera minoría en los comicios presidenciales de septiembre.

 El presidente electo, Salvador Allende, encabezó el gobierno de la coalición de izquierda llamada Unidad Popular, pero pronto encontró dificultades insalvables en la hostilidad de las fuerzas armadas, la animadversión del binomio Nixon-Kissinger, la reacción de los sectores oligárquicos amenazados por sus reformas y la desmesura de muchos de sus partidarios. Su acercamiento a Cuba y a otros países de la órbita socialista y la acción de las empresas yanquis –como la ITT-, afectadas por su política proteccionista, sumaron a esas dificultades la presión manifiesta y encubierta –a través de la CIA- de Washington.

 Entre las medidas más importantes adoptadas por Allende, se registra la expropiación de 2.400.000 de hectáreas de tierras fértiles, más la incautación sin indemnización de los yacimientos de cobre explotados por filiales de empresas yanquis.

EEUU respondió con un bloqueo económico, que potenció la acerba oposición que encabezaban en el Congreso chileno la democracia cristiana y el ultraconservador Partido Nacional.

 En marzo de 1973, las elecciones parlamentarias ratificaron la mayoría del gobierno de Allende. Pero la ola de huelgas y la escasez de artículos de primera necesidad, fue agravándose en el curso del invierno siguiente. No obstante, el sector más radicalizado de la Unidad Popular intentó profundizar las reformas.

 El 11 de septiembre estalló un sangriento golpe militar, Salvador Allende intentó resistir en la Casa de la Moneda y fue muerto por los sediciosos. El régimen que lo reemplazó, liderado por el general Augusto Pinochet, desencadenó una despiadada represión sobre todos los cuadros de Unidad Popular y los sectores sospechosos de apoyarlos.

 Así, miles de muertos, torturados, encarcelados, exiliados y desaparecidos fueron el luctuoso saldo de esta ominosa intervención militar con la venia total de Washington.

 

Argentina: del retorno de Perón al Proceso de Reorganización Nacional

 

 Apenas despunta la década, se desploma el sueño cesarista del general Juan Carlos Onganía de perpetuar su Revolución Argentina. Los sucesivos gobiernos militares de Levingston y Lanusse, significaron el punto final del proyecto hegemónico conservador instaurado en 1955.

 Jaqueado por la presión popular y la creciente presencia de las organizaciones armadas, el régimen de Alejandro Agustín Lanusse anunció la convocatoria a elecciones para el 11 marzo de 1973. Estas aseguraron el triunfo absoluto del Frejuli (Frente Justicialista de Liberación Nacional), que aunque estaba encabezado por Alberto Cámpora tenía que representar la voluntad política del exiliado líder Juan Domingo Perón. Pronto el primero tuvo que ceder el espacio al segundo, anulando la experiencia breve de la patria socialista y girando ostensiblemente a la derecha.

 Durante la presidencia del anciano general, la Argentina busca la apertura hacia nuevos mercados, particularmente del Tercer Mundo y la órbita socialista debido a las políticas restrictivas del Mercado Común Europeo y EEUU.

 Sin embargo, la muerte de Perón el 1 de julio de 1974 frena este proceso, y durante la presidencia de su mujer Isabel Martínez –quien era virtualmente digitada por José el Brujo López Rega, comienzan a acentuarse los enfrentamientos entre la izquierda y la derecha peronistas. Sumado al marasmo económico, esto constituyó un excelente caldo de cultivo para que los conspiradores militares planearan otro golpe de estado. Este se dio el 24 de marzo de 1976, y una junta militar encabezada por el general Jorge Rafael Videla se apodera del poder. La misma tiene como objetivo transformar de manera sangrienta las estructuras socioeconómicas del país, uno de los más avanzados de América Latina. Una agresiva y entreguista política económica, encarada por el ministro José Alfredo Martínez de Hoz, arrasa con la industria nacional al abrir la libre importación de productos extranjeros. Miles de desaparecidos, encarcelados y millones de desocupados son el saldo engorroso de esta nefasta experiencia.

 

América Central: la sonrisa del jaguar

 

 Nicaragua es tal vez el más clásico ejemplo de la sordidez del poder unipersonal. En 1971, el Congreso vota su propia disolución y se suicida, al pasar sus funciones al presidente Anastasio Tachito Somoza. Al año siguiente, la Asamblea Constituyente es copada ampliamente por los partidarios de Somoza, nombrando un triunvirato que gobernará hasta las elecciones de 1974. Obviamente, no hace falta pensar mucho para saber quien las ganó por “abrumadora” mayoría. A partir de ese momento, la dinastía de Somoza pasó a convertirse en una atroz dictadura con el abierto apoyo de los EEUU.

 Poco a poco fue tomando cuerpo una oposición armada, denominada Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que comenzó una larvada guerra civil contra el régimen somocista. A medida que el FSLN tomaba posiciones en el interior del país, la oposición a Somoza crecía a pasos agigantados particularmente en los sectores universitario y eclesial. Con la asunción de Carter en 1976, los EEUU fueron retaceando el apoyo a la dictadura hasta anularlo completamente en abril de 1979.

 Sin el necesario sostén yanqui, el somocismo se derrumbó sin lucha y sin honor.

 El 17 de julio de 1979 Somoza renuncia a su cargo, y se exilia en los EEUU. El FSLN entra triunfalmente en Managua, constituyendo una Junta de Reconstrucción Nacional que asume el poder.

 El Salvador es otro ejemplo de una suma de horrores, desaciertos, guerrilla y represión. En 1970 se firma la paz con su vecino Honduras, concluyendo la denominada guerra del fútbol; el primer conflicto armado en la historia de la humanidad motivado por un partido de fútbol entre las selecciones de ambos países.

 En 1972, la Asamblea Nacional designa presidente al coronel Arturo Molina, mientras que el líder democristiano opositor José Napoleón Duarte es obligado a exiliarse.

 En 1974, surge el movimiento guerrillero Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional que se enfrenta al ejército, apoyado por EEUU.

 En 1977, es elegido otro militar al frente del país. Se trata del general Humberto Romero, quien sería destronado por un golpe militar en 1979. Ni la junta militar surgida de éste, ni el presidente Alvaro Magaña (elegido por la Asamblea Constituyente en 1982) mejoraron el temporal político, definido por el enfrentamiento entre el FMLN, el ejército y los escuadrones de la muerte.

 

Europa: tiempos de cambio

 

 Las coordenadas de la nueva sociedad europea, pasan tanto por el fin de las dictaduras como por un relanzamiento del viejo continente hacia empresas comunes. Europa padece un proceso de retraimiento, al quedar clasificada como Segundo Mundo. Los dos grandes vencedores de la Segunda Guerra Mundial, EEUU y la URSS, la van relegando a un segundo plano casi simbólico en la hora de tomar decisiones de peso. Su identidad es tan cambiante, que varias veces el continente parece volverse sobre sus pasos. Incide también el apogeo de la “tercera generación”, aquellos hombres que acceden al poder luego de la retirada a cuarteles de invierno de los grandes protagonistas de la Segunda Guerra Mundial. Winston Churchill ya había sucumbido en 1965, mientras que a su par francés, Charles de Gaulle, se sorprende la muerte frente al televisor justo al comienzo de la década.

 Los nacionalismos restallan en un festival del odio de sangre y juego; Irlanda es el caso típico al combinarse el factor religioso con el enfrentamiento al ocupante británico. En España, los separatistas vascos de la ETA(Euskadi Ta Askatasuna, Tierra Vasca y Libertad) lucharán tanto contra el agonizante franquismo como contra su sucesor.

Europa ofrece el panorama de que uno de sus pilares, el espectro germánico, se encuentra dividido y sujeto a los constantes vaivenes de los dos colosos imperiales. Alemania del Oeste es una república federal, mientras que su vecina Oriental sirve de punta de lanza para las pretensiones soviéticas de avanzar más allá de la Cortina de Hierro. Aún, el ominoso muro que separa Berlín goza de buena salud.

 También Italia se plantea la gran incógnita de una nueva estructuración del Estado, precisamente por las crueles diferencias entre el sur y el norte, además de la amenaza terrorista de tendencia fascista e izquierdista. Estas últimas, encuadradas en las Brigadas Rojas, jaquean de manera contundente al Estado mediante el secuestro y asesinato del líder democristiano Aldo Moro en 1978.

 

El despertar africano

 

 En realidad, no puede hablarse de una etapa descolonizadora en Africa, ya que la independencia de cada territorio se sucede a lo largo de décadas, mientras en esta situación coexisten estados con soberanía propia desde hace largo tiempo.

 Sin embargo, debido a las distintas áreas de las influencias de las potencias colonizadoras, Africa sufre los diversos cambios que tras la Segunda Guerra Mundial se producen en Europa.

 Al panorama del continente negro se lo puede delimitar con el continuo problema de Francia en Chad, las dictaduras de Macías en Guinea Ecuatorial y de Mobutu Seso Seko en Zaire, los problemas del “cuerno de Africa”, la invasión de Tanzania a Uganda para derrocar al pintoresco dictador Idi Amín Dadá, la guerra civil angoleña en la que intervinieron cubanos y sudafricanos, la monarquía caricaturesca de Bokassa I y los conflictos raciales en Rhodesia y Sudáfrica.

 Otra de las causas de las convulsiones en este continente, estriba en el descubrimiento de ingentes riquezas en su subsuelo, pues bajo los desiertos de arena y piedra se esconden petróleo, uranio, tungsteno, estaño y fosfatos.

 

Irán: de la corona al turbante

 

 En esta zona ya conflictiva, Irán se va a convertir en otro problema. La megalomanía del sha Mohammed Rezah Pahlevi, que le lleva a despilfarrar millones de dólares para celebrarse a sí mismo, en un país con graves desigualdades sociales; unido a sus enormes errores políticos, va a encender la mecha de la revolución islámica.

 A comienzos de los 70, el país se convierte en una niña mimada de Occidente debido a su petróleo, sumado a su papel de espía e interceptor de las redes de comunicación soviéticas. No obstante la bonanza económica, el régimen se endurece hasta llegar a una extraña combinación de occidentalismo con estructura feudal.

 La religión oficial es la musulmana en su versión chiíta, que se derrocha en un feroz antioccidentalismo. Esta rama islámica se caracteriza por la rigurosidad de las costumbres y por llevar a la práctica al pie de la letra, todos los dictados del Corán, por lo que no acepta ninguna innovación del Primer Mundo.

 Durante 1978, las huelgas y manifestaciones sacuden la geografía del país persa. Rezah Palhevi comete la estupidez de reprimir a tiros a los descontentos, al mismo tiempo que la SAVAK –su criminal policía secreta- hace lo que más sabe: no dejar títere con cabeza.

 Como las protestas son cada vez más radicalizadas, y los estudiantes se suman a los trabajadores y estos al clero chiíta, el cercado sha decreta la ley marcial. Es el principio del fin para la autocracia. Pronto será reemplazada por otra, pero de otro signo.

El 11 de febrero de 1979, triunfa la revolución islámica encabezada por el ayatollah Ruhollah Khomeini. Rezah Palhevi debe tomarse vacaciones anticipadas junto a su familia, en el exilio.

 Se constituyen truculentos tribunales revolucionarios, que llegan a dictar más de 600 condenas a muerte. Los sentenciados son fusilados sin más trámite en las calles, por las milicias denominadas guardianes de la revolución. Ellos serán el brazo ejecutor de un nuevo régimen de características singulares. Por un lado, existe un gobierno presidido por el primer ministro Medhi Bazargán y, por el otro, el de los ayatollahs, presidido naturalmente por Khomeini. Esto da origen a un enfrentamiento de poderes, que se da entre dos ciudades que se convertirán en antagónicas. Teherán es la sede del gobierno civil, en tanto que la “ciudad santa” de Qom es la sede los radicalizados clérigos chiítas.

 En esta situación, se produce el levantamiento de los kurdos, que son reprimidos duramente por las ciudades paralelas.

 Entretanto, las posturas más radicalizadas, encarnadas en el estamento estudiantil, adquieren cada vez más influencia. En noviembre de 1979, estos mismos ocupan la embajada de USA y toman como rehenes a sus funcionarios. Este gesto pretende presionar al gobierno de Carter, a la par que crea una fuerte tensión en una zona altamente estratégica. Con la mencionada invasión soviética a su vecino Afganistán, el pulso del mundo entra en clímax.

 

Fernando Paolella

 

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