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Adicciones: tiempos de química y esclavitud

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El placer es un nar-cinismo
El placer es un nar-cinismo

“La vida cuando queda reducida al campo del placer es un nar-cinismo (mezcla de narcisismo con cinismo)…todo vale para conseguirlo”. (Colette Soler, psicoanalista francesa)

 

Los terapeutas no solo aprendemos en el consultorio sino fundamentalmente escuchando lo que sucede en la calle. Escuchar es aprender y eso nos ayuda a pensar. El pensar surge de la escucha. Valores claves en un mundo que parece ser de sordos y de gritos. Es el silencio de la escucha lo que nos permite crecer y comprender la angustia creciente que vivimos.

Las estadísticas de los organismos oficiales son duras. El 20% de los consumidores de marihuana tienen signos de adicción o sea tolerancia (necesidad de mayores dosis), abstinencia (necesidad imperiosa del consumo con signos fisiológicos y psíquicos), perdida de la noción de las consecuencias del consumo y evidentes daños en su sistema cognitivo y motivacional (abulia) y en el estado de ánimo (depresión) para al final llegar a delirios. La edad de comienzo es promedio a los 15 años y en personas altamente vulnerables (familiares en carrera, abusos infantiles, traumas severos, abandonos) le consumo se agudiza. Los que comenzaron a consumir en la adolescencia (30%) presentan consumo abusivo y llegan a consumir otros estupefacientes (46%). La cocaína fumable (mezcla de tabaco, marihuana y cocaína), el llamado “nevado” es común en estas poblaciones.

 

Padecimientos humanos

Juan trabaja como delivery de pizzas. Gana alrededor 20.000 pesos al mes y las propinas. Diariamente se lo da la “dealer” para su “amada y odiada” pasta base. Trabaja para drogarse. Esclavo perfecto. Un brote psicótico tóxico lo acerca a Gradivacon padres extenuados y agotados. Va descubriendo un mundo nuevo más allá de las compulsiones y empieza a hablar y relatar su historia y dolores. Si hoy Marx viviera diría que “las drogas son el opio de los pueblos”, ya no la religión.

 Un taxista escucha una conversación mía con otro profesional sobre las crisis de los pacientes mientras nos transporta de un punto a otro de la ciudad Interviene en la misma y me dice que para él la “milonga” es fundamental (la marihuana), recrimina al Poder no tener su “plantita” en su casa. Me comenta las peripecias para comprarlas pero que no puede vivir sin ella y que a la noche cae muerto en la cama y es el mejor hipnótico para su vida. Temo porque que maneja un vehículo seguramente drogado pero sigue contándome en tono frenético historias de la Ciudad y las drogas. No a la “merca” me dice y tampoco a la pasta base: “esos están terminados: “llega a decirme”. Pero, para él, la milonga es la panacea. Hacen cola en la Villa para comprar, me sigue diciendo. Hay tres colas: una para “la milonga”, otra para la “merca” y por último para el “paco”. Todo bien ordenado me dice sin parar de hablar. Cuando baje sentí que me salvaba por el temor ante un conductor que parecía drogado pero al mismo tiempo crecí; esta es una parte de la Argentina actual que luego ira o no a los consultorios.

Los dos hechos clínicos, uno social y otro en los límites de un consultorio muestran el grado notable de aceptación social del consumo y de la caída del discurso preventivo ya sea como alerta primaria basada en la salud como de la detección precoz. Los dos manejando vehículos pero evidenciando el des-manejo de sus vidas. La responsabilidad de todos como Estado y sociedad ha sido cedida. la Palabra preventiva es inaudible y triunfa un discurso social que nos aproxima a la enfermedad social con características epidémicas.

No solo son tiempos tecnológicos en donde el aparato parece condensar el mundo de imágenes, comunicación y ruidos sino que fundamentalmente son tiempos de química. La solución parece pasar por la aguja que penetra incisivamente en las venas, la nariz como si fuera una “cañería” por donde penetran sustancias o, de lo contario o al mismo tiempo, meterse algo en la boca para lograr un efecto rápido buscando cambios de conducta y fundamentalmente de estados de ánimo.

 

El “último hombre”

Es el tiempo de lo que F.Nietzche (Alemania-1844/1900) llamaba el “Último Hombre”: el que no se trascendía a sí mismo, conformista, masificado, con metas que sean nada más que el “aquí y ahora del ya”. “Ahí ningún árbol elevado puede crecer en esta tierra yerma”, nos decía. Estos “últimos hombres” son pequeños, demasiado pequeños y se van sometiendo a la esclavitud, resignados e inmersos en el más alienado conformismo. Este “Ultimo Hombre” está representado por un camello que soporta toda carga como un esclavo pero debe recuperar al niño que esta caído en él para jugar, inventar y crear.

Aparece así un individuo haciendo gala de su soledad más absoluta ahí con el químico que es consuelo y rabia y que al mismo tiempo anuncia su desvinculación del Otro y los otros. Soledad buscada y rabiosamente temida y odiada porque muestra el vacío y por ende la angustia que tiene que volver a ser tapada por otra bocanada o pinchazo. Y así vamos inaugurando la letanía mortífera y suicida del individuo libre, solo y esclavo a la vez. Fundamentalmente el vacío nos persigue. Son tiempos de des-vinculación que paradójicamente es vivido como tiempo de libertad, pero no hay libertad sin vínculos.

Tecnología y química como centros del universo y ejes del Paraíso prometido en donde falta la Palabra que es el eje humano por excelencia. Palabra difícil de encontrar en la casa, la escuela, las iglesias, los centros culturales. Ahí hay silencios o consignas políticas pero faltan encuentros. Seres des-vinculados en donde las palabras como medios de comunicación y crecimiento emocional no tienen prestigio en el mundo de los impactos, las imágenes, los aparatos y de las pócimas mágicas. Vínculos y Palabras parecen faltar en las góndolas de la post-modernidad mientras nuevos Mecenas esclavizan a miles gozando de la plusvalía y asistimos entonces a la paradoja que el individuo libre lucha por salir de una esclavitud química, tecnológica mientras se va fundiendo en su desvinculación y soledad.

No son tiempos de imperativos categóricos morales que imponen el Deber en una sociedad ya que ahora todo es relativo. Triunfó el relativismo. Todo se puede. Hay un nuevo Poder Blando que no es imponer el No sino mostrar que todo puede ser Sí. Cuando el Si ya nos esclaviza una fría sala de hospital lo recibirá o la “dignidad” del vivir en los suburbios o en las calles con su “tetra” o en la soledad de un departamento vip esperando la muerte. Su muerte o su deterioro no son anunciados sino escondidos en las estadísticas de los que llamo los nuevos desaparecidos de hoy. Esconder bajo la alfombra es la tarea en la post-modernidad. Mientras tanto se anuncia un nuevo y ascendiente Poder Blando en donde todo se puede frente a la antigua sociedad del No.

No se necesitan bayonetas. Ni regímenes estalinianos, Nazis o Falangistas ni consignas morales. La Ley es a la medida de cada cual. Todo se puede porque el relativismo ha triunfado. La química nos libera, la tecnología nos acerca y la convivencialidad es peligrosa siendo el “touch and go” (toco y me voy) lo fundamental. Compromisos, lealtades, fidelidades son ya palabras viejas; o sea del Antiguo Orden.

El Poder blando actual te manda a la descarga inmediata, al caos pulsional que no es libertad sino sumisión como ese paciente que trabaja silenciosamente para darle de comer al “dealer”.

El nuevo Deber, ahora, en esta post-modernidad es gozar al límite mismo de la vida. Goce masturbatorio como el mismo Fred lo definió cuando dijo que la adicción es un signo masturbatorio, auto-erótico en donde el otro y los Otros importan poco. Así llegamos a que en esta sociedad el único vínculo prestigiado es el consumo del consumo. Todo lo demás parecen ser anti-valores.

 

Una luz en el camino

Muchos me preguntan al leer estas notas y tomar conciencia del problema que tienen a su alrededor, en su casa o en su barrio en cómo salir de esta situación. Primero asumir que el problema existe o sea no negarlo y rescatar nuestro papel de ciudadano, padre o hijo. En segundo lugar unirse a movimientos escolares y sociales que quieren luchar por la salud y generar una red masiva de centros de detección precoz, alerta temprana, desintoxicación y de tratamientos; de lo contrario nos debemos preguntar quién se hará cargo de los miles de discapacitados psiquiátricos y crónicos por este consumo en relación a la epidemia que padecemos. El dolor soterrado y escondido es mucho y muy grande. 

 

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