"Es la práctica de todos los tiranos apoyarse en un sentimiento natural, pero irreflexivo de los pueblos para dominarlos". Domingo F. Sarmiento
El jueves por la mañana, al difundirse la noticia del crimen que costó la vida a Miguel Yadón e hirió gravemente al diputado Héctor Olivares, la Argentina se paralizó de susto. Con razón, creyó que había regresado la violencia política, en especial en medio de una campaña electoral que ya está lanzada, aún cuando se deba esperar hasta el 22 de junio para que se confirme, oficialmente, quiénes serán los candidatos presidenciales en octubre. Cuando trascendió un motivo personal para el terrible suceso, un triste respiro de alivio recorrió el país entero.
Por la noche, Cristina Fernández presentó en la Feria del Libro su ópera prima, en medio de un acto que transformó el evento más grande de la literatura de Sudamérica en un bastardo acto partidario.
Amerita pensar a qué género pertenece ese verdadero adefesio al que tituló “Sinceramente”. Porque, a poco que se interna uno en la obra, descubre que, más allá de su ramplona sensiblería personal y familiar y su falta de calidad –se percibe que fue dictado, y está lleno de errores y mentiras-, no se trata de un trabajo biográfico, histórico o político; en realidad, ni siquiera humorístico.
La lista de los impresentables asistentes (la Policía se hubiera podido llevar presos a muchos) permitió confirmar, con la presencia de Hugo Yasky y Roberto Baradel, sumadas a las recientes definiciones desestabilizadoras de Pablo Micheli, cuáles son los reales objetivos de los paros y movilizaciones con las que la CTA nos tortura a diario y de las huelgas salvajes de los maestros de la Provincia de Buenos Aires.
La primera sorpresa llegó cuando invocó, como modelo a seguir, a José Ber Gelbard, ex Ministro de Economía y conspicuo miembro del Partido Comunista, que nombró, nada menos que como Director de Precios, a Roberto Lavagna. La ex Presidente, injusta pero seductoramente, agradeció a éste habernos sacado de la crisis del 2001, cuando fue Jorge Remes Lenicov quien lo logró. Las medidas dirigistas que Gelbard adoptó desde los gabinetes de Héctor Cámpora, Raúl Lastiri y Juan Domingo Perón, tendientes a implantar una economía planificada al mejor estilo soviético, desembocaron, sin escalas, en el “Rodrigazo” de 1975, que destruyó el salario, la moneda y todas las variables económicas.
La segunda, por cierto superior, llegó cuando ponderó la gestión de Donald Trump y recomendó a los actuales funcionarios argentinos que lo imitaran. Ignoro si hablaba de su posición respecto a la inmigración y su apetecido un muro fronterizo, a la guerra comercial con China, a la denuncia de los tratados climáticos, comerciales y atómicos, o a su vocación para encontrar una salida, quizás militar, a la trágica crisis venezolana. Los más cercanos adláteres de Cristina, a pesar de sus comprobadas violaciones de los derechos humanos, siguen apoyando en la calle y con violencia al asesino Nicolás Maduro, que privilegia su relación con la ex Presidente; sin embargo, ella ni siquiera mencionó ese feroz drama humanitario en su discurso.
Lo que no constituyó algo novedoso fue la propuesta de firmar un nuevo “contrato social” al mejor estilo del fascismo italiano, o sea, modificar la constitución para suprimir el Poder Judicial del terceto constitucional y transformarlo en una dependencia del Ejecutivo, con todo lo que ello implica en materia de libre persecución a la oposición (“al enemigo ni justicia”) e impunidad total a los propios, incluida ella misma y su familia, para reintegrar a la Argentina al mundo del tan exitoso “socialismo del siglo XXI”. Sería interesante descubrir por qué no hay argentinos –salvo Florencia Kirchner- radicándose en Cuba o Venezuela, que viven bajo esos regímenes que dicen tanto admirar.
Como sostiene desde hace tiempo Alejandro Boreinsztein en su fantástica columna dominical de Clarín, ni Jaime Durán Barba podría haber imaginado un mejor aporte a la campaña de Mauricio Macri: el kirchnerismo en estado puro, pero disfrazado de vegano, se exhibió sin vergüenza y de explicitar sin ambages qué haría si pudiera ganar las elecciones.
Así, las opciones para octubre están claras: república y libertad, aún con dificultades económicas y deficiencias institucionales, o populismo autócrata y tiranía. Quienes esquilmaron al país hasta la extenuación, quienes engañaron a los más pobres con limosnas de subsidios y tarifas mientras comprobadamente se robaban todos los recursos públicos, aspiran a volver, para “venir por todo” lo poco que queda.
Macri, como ya todos sabemos, no es un estadista o siquiera ideal como Presidente, pero nos garantiza que no se perseguirá a nadie por sus opiniones ni ideas (lo demostró durante más de tres años con su insensata permisibilidad ante el “club del helicóptero”), cuenta con un enorme respaldo internacional y nos ha reinsertado en el mundo; y nos permitirá, si triunfa, enterrar definitivamente al kirchnerismo, ese tumor maligno que, con nuestra recurrente tendencia al suicidio, nos supimos dar durante doce terribles años.
Tenemos ante nosotros una opción de hierro: pasado o futuro. Quiera Dios iluminarnos.