"Vivimos tiempos difíciles, pero no seremos derrotados por la confusión". José Antonio Girón de Velasco
¿Qué tienen que ver con nosotros Cachemira, el estrecho de Ormuz, Corea del Norte, el Brexit, la guerra comercial USA-China? Aunque no los veamos como acontecimientos tan cercanos, podrían influir gravemente en nuestro futuro inmediato.
Si las dos potencias nucleares (India y Pakistán) detonaran su eterno conflicto, si el tráfico internacional de petróleo se viera comprometido gravemente por la acción de Irán, si el gordito Kim Jon-un se pusiera a jugar con misiles más grandes, o si Boris Johnson consiguiera que el Parlamento británico aprobara su plan de salir de la Comunidad Europea en octubre sin acuerdo alguno, los temblores de los mercados internacionales harán que los capitales huyan de los países emergentes, como la Argentina.
A comienzos de esta misma semana, la brusca devaluación del yuan, el arma elegida por Xi Jinping para contrarrestar las barreras aduaneras que está levantando Donald Trump para frenar el monumental déficit comercial de los Estados Unidos, hizo pedazos los mercados mundiales y produjo un tsunami en la cotización de todas las monedas, acciones y bonos. ¿Qué pasaría en el mundo si China decidiera desprenderse de, al menos, una parte de la monumental cantidad de bonos norteamericanos que tiene en su poder?
Obviamente, y a sólo un día de las PASO, el cisne negro que encabeza aquí la bandada es la gran probabilidad de una marcada diferencia a favor de la fórmula Fernández² en los resultados. Si así fuera, el lunes nos despertaremos en medio de un verdadero terremoto financiero, ya que la cotización del dólar, el riesgo-país y la inflación llegarán a muy altos niveles, mientras que los precios de las acciones argentinas y nuestros bonos soberanos se precipitarían al vacío; o sea, una tormenta perfecta.
Porque la sensación generalizada que dice que un porcentaje mayor a los cinco puntos porcentuales resultaría irremontable para Juntos por el Cambio, se confirmaría por la negativa reacción de todos los indicadores económicos antes de la primera vuelta de octubre. La explicación, en un país tan dolarizado como el nuestro, donde la moneda nacional sólo se utiliza para pagar y cobrar y nunca para ahorrar, no puede ser más sencilla: la disparada en la cotización de la divisa norteamericana (en realidad, la caída del peso) actuaría de inmediato impulsando todos los precios y, sobre todo, deprimiendo el ánimo de los ciudadanos, aún el de aquéllos que, como les dijo alguna vez Juan Domingo Perón, nunca vieron un dólar.
Que hoy, a escasas horas de este crucial comicio, nos encontremos en esta situación sólo tiene un responsable: el propio Gobierno quien, como escribí mucha veces, insistió en una especulación bastarda al elegir como sparring político a Cristina Fernández desde los lejanos días de diciembre de 2015, después de haberla absuelto, con su inexplicable silencio, de los gigantescos pecados y latrocinios cometidos durante sus gestiones.
Sin embargo, tampoco ello justifica, en plenitud, la actitud de casi la mitad de una sociedad que, según nos dicen todas las encuestas, está dispuesta a renovar su fe en la mayor delincuente de la historia argentina y en los asesinos y consumados filibusteros que la acompañan e integran la asociación ilícita que conformó con su marido muerto. ¿A qué extremos llegará el síndrome de Estocolmo que afecta a esa parte del electorado?
Pregunto esto porque los sondeos también nos informan que su mayor concentración, donde tiene mayor aprobación, es en el trágico Conurbano bonaerense, precisamente el lugar donde cometió el mayor crimen -un verdadero genocidio- contra sus habitantes, que siguen siendo rehenes de estos siniestros ladrones.
Hoy, que el Estado ha vuelto a estar presente, que no se oculta a los pobres, que se extienden las redes de agua potable y gas, que llegan la energía eléctrica y el pavimento, que los hospitales y centros de salud curan y han dejado de ser meras fachadas para inaugurar, que se disfruta del Metrobus y del SAME, que los trenes funcionan, que todos los días se capturan narcotraficantes y se demuelen sus bunkers, que se está produciendo una fenomenal limpieza entre los miembros de la ex maldita Policía, que se acabó el revoleo de bolsos en conventos y financieras, que no se mata a los denunciantes ni a los fiscales, tengo todo el derecho a plantear ese interrogante.
En su muy reciente "Una historia de España", Arturo Pérez-Reverte propone un principio de respuesta: "En un país donde la pobreza y el analfabetismo eran endémicos, las prisas por cambiar en un par de años lo que habría necesitado el tiempo de una generación, resultaban mortales".
La conclusión no puede ser más clara: sólo la educación podrá sacarnos de este pozo al que, como dijo alguna vez María Elena Walsh, no caímos sino que nos mudamos con gran trabajo. Pero se requiere mucho tiempo y esfuerzo para reencontrarla, en especial cuando se parte de la degradación total en que se encuentra actualmente, conducida por Roberto Baradel y sus secuaces. A partir del 10 de diciembre, los argentinos deberemos exigir a nuestras autoridades que pongan especial énfasis en avanzar hacia el esperanzador escenario que plantea el siglo XXI, del cual sin duda hemos dilapidado ya veinte años.
Para mañana, la taba está aún en el aire; cuando caiga, cerca de la medianoche, confío en que Dios haya demostrado ser, una vez más, misericordioso con nosotros, pese a que tan poco hemos hecho para merecerlo.