“No le temo a un ejército de leones conducido por una oveja; le temo a un ejército de ovejas conducido por un león”. Alejandro Magno
En su excelente artículo en La Nación del jueves, Carlos Pagni describió con meridiana claridad el difícil y contrapuesto escenario en el que hacen equilibrio Mauricio Macri (Presidente en funciones y candidato) y Alberto Fernández (candidato que presume haber sido ya efectivamente electo) debido a algunas necesidades comunes que ambos tienen de cara al futuro, en esencia la tranquilidad económica del país y la relación con los acreedores y el FMI, que los convierte casi en socios o, al menos, en colaboradores necesarios.
Qué sucederá con esa peculiar asociación transitoria cuando comience la verdadera campaña es la gran incógnita: ¿Se reiniciarán los tiroteos discursivos entre ambos, que con seguridad volverían a repercutir en la cotización del dólar, la inflación y el riesgo país o privilegiarán, como verdaderos estadistas, el interés supremo de la Patria?
Realizaremos un esfuerzo homérico para revertir los resultados de las PASO, y todos quienes creemos en la República y en la libertad nos manifestaremos hoy, sábado 24, a las 17:00 hs., en el Obelisco porteño y en todas las plazas del país, para evitar que la formula Fernández², se haga con todo el poder en estas cruciales elecciones.
Es simple calificarlas así porque, si los datos de agosto se repitieran en octubre, conseguirá mayorías propias –o simples levantamanos- en ambas cámaras del Hº Aguantadero. Con ellas, designará al nuevo Procurador General (nada menos que el jefe de los fiscales federales), cubrirá cientos de vacantes en los juzgados y tribunales, podría controlar el Consejo de la Magistratura (para remover a los jueces díscolos), disciplinará a Comodoro Py y logrará así la tan buscada impunidad de los corruptos que se robaron el país entero. De todas maneras, algo de eso ya se está viendo, al observar cómo han girado las veletas del emblemático edificio desde las PASO.
La enorme preocupación que embarga, al menos, a la mitad de la sociedad, esa que, pese a los enormes problemas que sufre su bolsillo, privilegia la institucionalidad, la Constitución y la decencia, radica en el retorno del kirchnerismo narcotraficante y ladrón. Traduciendo, se preocupa mucho menos por Alberto F que por Cristina F; no olvida que ésta designó per se al candidato a Presidente, y tampoco que, detrás suyo, forma La Cámpora, encabezada por Máximo Kirchner y Eduardo “Wado” de Pedro, con todo lo que ello implica en cuanto a posicionamiento ideológico.
Porque, si triunfara Fernández² y la dueña del espacio pasa a gobernar realmente –Alberto F. debiera contratar un probador de alimentos-, a todos los males del párrafo siguiente habrá que sumarle el aislamiento internacional y la rápida adhesión de nuestro país al eje que conforman en la región Venezuela, Cuba y Bolivia y, en el globo, China, Rusia e Irán.
Hoy, que los cisnes negros mundiales se acercan en bandadas enormes, que la guerra comercial entre China y Estados Unidos parece incrementarse, que están entrando en recesión grandes países del mundo (Alemania, Italia, USA, Singapur, etc.), que parece inevitable el Brexit sin acuerdo, que los capitales están comenzando a huir hacia refugios menos riesgosos (oro, etc.), quien resulte elegido no tendrá demasiadas opciones. Sin duda, deberá hacer buena letra o empujará al país hacia un abismo aún más profundo que el actual.
Gane quien sea en octubre o diciembre, tendrá que hacer las indispensables reformas impositiva, previsional y laboral, reducir el gasto público, etc., porque se acabaron los prestamistas. Pero hay una verdad casi de Perogrullo: si fuera finalmente Macri, todas esas modificaciones serán resistidas y hasta impedidas, como siempre, por el peronismo en todos sus disfraces; en cambio, si fuera Fernández –claro, si los Kirchner lo dejaran gobernar- podría repetirse el momento que tuvo a Eduardo Duhalde como protagonista, secundado por Jorge Remes Lenicov como Ministro de Economía, o sea, entre 2002 y 2003.
Basta recordar que, con la salida de la convertibilidad, ese Presidente elegido por el Congreso devaluó la moneda en 40% y, con ello, licuó los salarios y el gasto con el silencio cómplice del famoso “movimiento” y hasta de la CGT. Cuando llegó Néstor Kirchner a la Casa Rosada, y pese al mitómano relato de éste -que sus secuaces declaman todavía-, toda la tarea “sucia” estaba hecha y, además, tuvo la suerte –para él y su cleptomanía- de gobernar en un escenario sumamente favorable (lo permitió un precio de US$ 600 para la soja) y ante un público aterrado por la catástrofe de 2001.
Y que tampoco hubo quejas cuando Juan Domingo Perón, en 1952 y ya en medio de la crisis a la que había entrado por dilapidar las reservas en el altar de su populismo insensato, se endeudó en el exterior, militarizó a los trabajadores ferroviarios en huelga, firmó el contrato petrolero con la California, congeló los sueldos y los ató a la productividad. Nadie más que un peronista hubiera podido –o podrá- adoptar medidas así sin detonar un conflicto político gravísimo.