¡Recién Publicado!
cerrar [X]

La filosofía y el análisis de las crisis argentinas

5
"Pienso, luego existo"
“Pienso, luego existo”

“Dubito ergo cogito, cogito ergo sum”. La famosa frase atribuida a René Descartes se la suele recitar abreviada, con lo cual se le hace perder el verdadero sentido que el autor quiso darle.

 

El concepto traducido completo es “Dudo, luego pienso; pienso, luego existo”. Resulta más complejo y profundo, como puede verse.

La importancia de dudar. La educación es la herramienta para dudar, reflexionar, pensar y seguir dudando. Una y otra vez.

Para analizar las crisis que ocurren, sin solución de continuidad, en nuestro país es indispensable poseer un raciocinio correcto y verdadero.

En la lógica formal se exige que el silogismo sea verdadero ya que respetando reglas específicas aún con premisas falsas (pero seguidas ordenadamente) es posible llegar a una conclusión y a un silogismo válido.

Siguiendo ese proceso no se llegará nunca a una verdad, salvo por casualidad. Válido y verdadero no son sinónimos en este caso.

Para que la conclusión sea cierta es fundamental que las premisas también lo sean y además que su estructura (la forma del silogismo) también sea correcto.

Entonces, un silogismo es un instrumento que nos permite realizar un razonamiento lo más cercano a la realidad.

En la vida cotidiana las personas no suelen seguir las reglas de construcción de un silogismo.

Veamos. La estructura del silogismo posee, necesariamente, tres proposiciones: la premisa mayor (que es la que contiene una ley general); la premisa menor (que es la que contiene un ejemplo vinculado con la premisa mayor, y la conclusión que es donde convergen aquellas dos premisas.

Para expresarlo más claramente y ejemplificar: 1) el conocimiento de las cosas por sus causas es un conocimiento científico; 2) el silogismo produce un conocimiento por causas y luego 3) el silogismo produce un conocimiento científico.

Así las cosas, tenemos la definición, las materias que la rigen, el mecanismo de funcionamiento y de qué manera impactan en nuestra vida cotidiana.

Ahora el lector cuenta con las herramientas para armar sus propios silogismos y advertir las razones por las cuáles “la clase política” no resuelve los problemas estructurales del país y se dedica a tomar atajos, poner parches, o administrar placebos que no terminan con la enfermedad de base.

Hace años que periodistas, políticos, y muchos sectores sociales han acuñado un término que en la doctrina económica es inexistente: neoliberalismo.

Y al ser inexistente es posible construir una abstracción con límites difusos.

Tan difusos que un marxista, un comunista, un social demócrata, un demócrata cristiano o un conservador, se lo pueden aplicar a cualquiera que exprese en su vocabulario las palabras libertad, capital, mercado, moneda sana, déficit, ajuste, superávit, gasto público u otros similares sin importar en qué contexto las utilice.

En nuestro país se ha escuchado calificar de neoliberales a Menem, a De la Rúa, a Duhalde, a Macri y hasta a Néstor Kirchner mientras fue Gobernador de Santa Cruz y apoyaba al gobierno central de Menem.

Esas simplificaciones influyen y contagian a la sociedad que repite el concepto como un juicio de valor peyorativo y sin saber siquiera que aspectos de esa política no le agradan o lo perjudican en el día a día.

Dudar para luego pensar. Válido tanto para el método científico como para analizar situaciones críticas.

El gasto público continúa siendo el eje central sobre el cual se ha buscado imponer la totalidad de los modelos económicos en la historia del país. Mientras la Argentina mantuvo una férrea disciplina fiscal, en aquellos años de oro de la generación de 1880, pudo competir por un puesto entre las seis o siete potencias económicas mundiales.

Sobrevinieron, a posteriori, el quiebre del patrón oro y el advenimiento de gobiernos que, a través de una supuesta 'mejora en la distribución del ingreso' crearon las bases de un populismo clientelar y produjeron un deterioro creciente. Este deterioro fue sumergiendo a la nación en una pobreza estructural nunca vista antes: somos hoy un país infinitamente más empobrecido que hace 130 años.

El grueso de la ciudadanía no lo ha advertido, y pretende seguir viviendo por sobre sobre el estándar que le determinan sus posibilidades.

La clase dirigente -a través de las décadas han sido los únicos ganadores- solo privilegian su status de casta, en contraposición con el resto de la ciudadanía que paga con miseria y/o impuestos el enriquecimiento desmedido de la primera. Se mantienen al margen de las crisis porque, conforme ha quedado expuesto en varias de mis notas, nunca son golpeados por ellas.

Ahora bien, el presidente Mauricio Macri propuso, en tiempos de campaña, un objetivo ambicioso: pobreza cero. Muchos se han preguntado si esto era, en realidad, factible. Lo cierto es que la erradicación absoluta de la pobreza era un plan utópico, dadas las circunstancias que atravesaba el país.

No obstante, sí existía la posibilidad de disminuir la pobreza de forma drástica, aunque no sin antes cumplir con una premisa sustancial e insoslayable: déficit cero.

Algunas voces derrotistas se levantarán, proclamando que tal cosa no es realizable. Pero habré de recoger el guante, e incluso probar que ello es posible toda vez que se le sume gran voluntad política. La clave consiste en llevar a cabo una profunda reforma que nos transforme en un país verdaderamente federal.

Repasemos la historia; allí rastrearemos la causa de nuestros males.

Hacia principios del año 1900, el gasto público provincial representaba solamente un 5 o 6% que la Nación financiaba. Ello importaba una gran responsabilidad de los mandatarios provinciales sobre sus presupuestos, conforme el grueso de la recaudación provenía de sus conciudadanos. A su vez, el mismo esquema se replicaba en los municipios.

Entonces, la regla del gasto era determinada por los habitantes de los municipios y de las provincias -en rigor, sus votantes, quienes administraban indirectamente los recursos locales. Y ello era así, a raíz de que el control era directo, y los excesos fácilmente detectables: la ciudadanía conocía la variable de la recaudación y el modo en que ésta se comportaba en la ecuación ingreso-egreso.

El problema surgió hacia 1932, cuando las provincias cedieron sus potestades tributarias a la Nación.

A partir de ese momento, el gobierno federal comenzó a fijar tanto las bases imponibles como las alícuotas a pagar por los contribuyentes. Así las cosas, el Estado Nacional se convirtió en un voraz recaudador, que coparticipaba recursos a las provincias, echando mano de una intolerable discrecionalidad.

De este modo, se arriba a la instancia histórica actual, en la que la Nación financia –vía centenares de impuestos- un promedio entre el 65 y el 70 % del gasto público provincial.

Tras lo cual queda muy claro, desde esta perspectiva, que la República Argentina es un país unitario.

Hemos de convenir que, en su retórica, el conjunto de la dirigencia política se llena la boca para declamar federalismo. Pero, en la práctica, a nadie de esa corporación le interesa implementarlo realmente, por temor a perder poder y control sobre la 'caja'.

Es perfectamente factible implementar una descentralización fiscal, de manera gradual. En una primera fase, y aprovechando la baja del IVA sobre ciertos productos por un plazo determinado, al finalizar el mismo sería preciso reducirlo en la totalidad de bienes y servicios en cinco o más puntos porcentuales (a los efectos de motorizar una caída inmediata de los precios, estimulándose el consumo en el proceso); y repartir el 16% (o el porcentaje restante) de la alícuota en un 50 % entre Nación y las provincias.

Cada provincia, asimismo, podrá modificar esa alícuota del IVA a percibir localmente, ya fuere para competir con otras jurisdicciones, o bien recaudar más en caso de necesitar recursos extraordinarios.

Es importante aplicar idéntico criterio para diversos impuestos internos y otros que el Gobierno Nacional viene percibiendo desde hace años (y que debería devolver a las provincias; ejemplos: impuestos a los combustibles, ganancias, etcétera), procediendo lentamente a la eliminación de organismos redundantes o declaradamente innecesarios.

Tras el paso de décadas, ha quedado cabalmente demostrado que un Estado Nacional 'elefantiásico' no garantiza ni mejores servicios, ni óptima salud, ni educación, ni transporte. En igual sentido, tampoco ha probado eficiencia alguna en la tarea de contralor de las distintas áreas; la corrupción, en tal esquema, ha sido moneda corriente en los incontables capítulos que versan sobre el 'Estado benefactor omnipresente'.

Aunque, si lo observamos bien, el Estado sí ha cumplido holgadamente su rol benefactor: ha puesto lo suyo para convertir en multimillonaria a la clase dirigente, mientras la clase media ha transferido sus recursos a favor de aquellos y de los que fueron bautizados como “los que menos tienen”.

Un eufemismo para justificar la cultura clientelar del menor esfuerzo por sobre la del sacrificio y el esfuerzo diario.

Al respecto comparto la reflexión de una amiga: “En la Argentina pasa hambre el que quiere, o mejor dicho el que no quiere laburar. Contame si los miles de venezolanos que vinieron están pasando hambre. No, porque llegan, agachan el lomo y trabajan, así que a mí no me vengan con ese verso.

Un silogismo perfecto: “Dudo, luego pienso; pienso, luego existo”.

COMPARTIR
Artículo Previo Somos un país pobre e inviable… y nos negamos a aceptarlo (Parte II)
Artículo Siguiente El resultado de las PASO no fue por la economía
Armin Vans

 

5 comentarios Dejá tu comentario

  1. Estimado Osvaldo: Demasiado profundo para las neuronas de muchos argentos. He intentado "razonar" en estos días y no encontré muchos que estuviesen dispuestos a usar neuronas; repetían frases hechas.

  2. Las frases hechas -repetidas hasta el hartazgo- los prejuicios y los clisés son variables de la pereza intelectual y de una falsa y peligrosa comodidad. Es verdad que el término "neoliberalismo" es una entelequia; resulta paradójico que hablar de libertad -no de libertinaje- espante o indigne a tantos. Una buena parte de la población "cree" en el Estado empresario, en el Estado (omni) presente, en el caudillo salvador, en el líder providencial, en el gobierno de los hombres y no en el gobierno de las leyes. Los populistas y los integrantes de las corporaciones privilegiadas aprovechan muy bien esta pereza del pensamiento y el conformismo suicida para aplicar las mismas recetas empobrecedoras y embrutecedoras para domesticar a las masas, mientras ellos cuentan sus ganancias y mantienen sus prerrogativas.

  3. CHP . Gracias por su comentario. En algún momento deberíamos volver a levantar la vara que hizo que fuésemos pioneros en terminar con el analfabetismo. Y si pensamos en conjunto, mucho mejor aún. Este debería ser un objetivo de los ciudadanos sin importar lo que pretenda la clase política. Saludos.

  4. Demasiado elevado paro los votantes que han herido a este gobierno, Pero muy clara su exposición, de lujo, gracias sr. Capaso. Si no hay voluntad de trabajo, no hay éxito alguno y olvidémos el futuro.

Dejá tu comentario

El comentario no se pudo enviar:
Haga click aquí para intentar nuevamente
El comentario se ha enviado con éxito
Tu Comentario
(*) Nombre:

Seguinos también en

Facebook
Twitter
Youtube
Instagram
LinkedIn
Pinterest
Whatsapp
Telegram
Tik-Tok
Cómo funciona el servicio de RSS en Tribuna

Recibí diariamente un resumen de noticias en tu email. Lo más destacado de TDP, aquello que tenés que saber sí o sí

Suscribirme Desuscribirme

Notas Relacionadas

Por qué caemos y cómo podemos dejar de caer

La Argentina parece hoy en día una repetición gastada de sí misma. Asume un gobierno, incuba una crisis, la población le da la opción a una alternativa política, cansada del estancamiento del gobierno anterior, pero esta alternativa hace retoques...