“Progresismo berreta”. Así tituló el colega Ricardo Roa su gran columna editorial de esta semana en diario Clarín. El texto tiene varios méritos, pero el principal es que provoca intelectualmente la reflexión sobre algunos sucesos que demuestran la pérdida de rumbo y valores de aquellos que dicen defender al pueblo y lo terminan perjudicando.
Más que progresismo, parecen actitudes reaccionarias y jurásicas. Son conceptos dogmáticos anquilosados que merecen ser revisados y puestos en cuestión.
Sobre todo el prejuicio con el que Axel Kicillof se refirió a los pobres, a la confusión respecto del lugar de la víctima y el victimario en la defensa de un delincuente que hizo Victoria Donda y en el autoritarismo patotero de un encargado de un bar que quiso hacerse el progresista expulsando a Alfredo Casero por ser macrista.
Estos no son los únicos hechos que demuestran la decadencia y falta de autocrítica de algunos actores de la izquierda en general y del ala izquierda del cristinismo en particular. El hecho más grave de todo es el apoyo en silencio cómplice al ladriprogresismo feudal.
Es natural y democrático que existan fuerzas y dirigentes que expresen o defiendan los postulados de la izquierda en sus diversas vertientes. Pero lo que es insostenible es que esa tarea los obligue a ser cómplices de una asociación ilícita que se enriqueció colosalmente saqueando al estado, es decir a todos los argentinos. Que defiendan los derechos de los trabajadores y de los sectores más necesitados es algo muy valioso.
Se trata de los equilibrios de una sociedad que quiere avanzar con igualdad de oportunidades. Otro día discutimos los fundamentos ideológicos y la metodología. Pero no hay nada que justifique que en ese camino tengan que ocultar los delitos del grupo político que más delitos cometió en democracia.
Pero además de este pecado original, todavía existen pensamientos que se toman como verdad revelada y que a la hora de cotejarlo con la realidad se revelan como profundamente equivocados.
Lo de Axel Kicillof fue patético. Dijo que muchos pobres que se quedaron sin trabajo, se dedican a la venta de drogas porque es la manera de llevar comida para sus hijos. No solo es demagógico. Es absolutamente falso y estigmatizante.
La línea divisoria de ese debate pasa por la gente honesta de las villas que es la inmensa mayoría y los delincuentes que lo primero que hacen es robar en el barrio y luego quemarle la cabeza a los chicos del vecindario con el Paco y otros venenos.
Siempre en política y en la vida ayuda analizar quienes son las víctimas y quienes son los victimarios para saber de qué lado colocarse. En los barrios con mayores necesidades básicas insatisfechas las principales víctimas son los jóvenes que no tienen trabajo y que además, son hostigados por los malandras que integran las bandas de narcos.
Basta darse una vuelta por una villa para ver como las madres celebran cada vez que las fuerzas de seguridad dinamitan un bunker donde se vende droga y donde se destruye las neuronas y la dignidad humana de los hijos de esas madres. No ven a la policía ni a la Gendarmería como represores ligados a la dictadura.
Piden que no se vayan los uniformados, los aplauden a su paso. Son los que los cuidan de los ladrones y criminales. Son los que les permiten llegas sanos y salvos a sus humildes casas después de un día tremendo de esfuerzo por el trabajo o la búsqueda de trabajo, que deben realizar, además, con viajes penosos que duran horas.
La inmensa mayoría de los pobres es absolutamente honrada y odia a los que les roban sus zapatillas, sus mochilas o celulares para comprar o comerciar droga. Kicillof debería defender a los honrados y ayudarlos a combatir a los delincuentes que cruzaron la línea y se transformaron en “lumpenes”, que dicho sea de paso, en el lenguaje de ellos, se transforman tarde o temprano en contra revolucionarios.
Jamás se puede justificar a los delincuentes. Kicillof se tiró un par de tiros en sus pies porque además, esos pobres, no aparecieron ahora. Habrá más cantidad, pero ya estaban en su gobierno y Axel se negaba en dar a conocer las cifras con la excusa de no estigmatizarlos y Cristina y Aníbal mentían descaradamente diciendo que en Argentina había menos pobres que en Alemania. Suena increíble.
Mucha gente se olvidó pero yo no me olvido. Hay que eliminar la indigencia, la pobreza y el hambre en la Argentina. Pero eso no se hace intentando burdamente decir que los narcos crecieron por culpa de la desocupación. Ese es un falso diagnóstico y un mensaje lamentable que no define claramente donde están las víctimas y donde los victimarios.
Algo parecido le pasó a la diputada nacional ahora kirchnerista Victoria Donda. La doctrina Zaffaroni se metió demasiado en los conceptos y los análisis. No hay sociedad más justa sin premios para los honrados y castigo para los delincuentes. Donda sacó energía y su carné y de diputada para evitar que la Policía de la Ciudad cumplirá con la orden de un juez y detuviera a un joven llamado Brian.
Según su mirada, quiso defender a un pobre muchacho de la represión de la policía. Pero la pifió de acá a la luna. Porque ese joven tenía dos pedidos de captura de jueces y ya había cometido varios delitos. La mayoría de sus robos fueron contra mujeres y en varios casos contra mujeres mayores.
En este caso, las damnificadas, el sujeto a tutelar, tienen que ser las señoras que sufrieron el robo y los golpes y empujones de este muchacho que Donda defendía. Incluso se puede tener hasta una mirada de género en este tema.
La especialidad de Brian era golpear a mujeres mayores y robarles la cartera, el celular, o alguna cadenita. A ellas hay que proteger. Y una manera es que el que las humilló y les robó tenga su castigo con todas las garantías constitucionales, como corresponde.
Velar por la seguridad de los argentinos no es una política nazi ni discriminatoria. Todo lo contrario. Pocas cosas tan democráticas como una policía renovada y bajo las indicaciones de la justicia y de las autoridades elegidas por el pueblo.
¿Comprenderán los progresistas que nunca deben defender a los delincuentes? Ni a los que roban en la calle o en el tren a los trabajadores ni a los ladrones de guante blanco como Cristina o Amado Boudou. ¿O Amado es un Robin Hood que robó para los pobres?
Su abogado y amigo íntimo es el doctor Eugenio Zaffaroni y al parecer cree que Boudou es una suerte de Che Guevara formado con los Alsogaray y vecino de Puerto Madero. ¿O Cristóbal López, que entre otros delitos se quedó con 8 mil millones de pesos del estado donaba sus ganancias a los luchadores revolucionarios?
Aníbal Fernández los defiende y eso se llama coherencia. ¿A quién podría defender Aníbal si no es a los cómplices del gobierno de Cristina? Y por último, quiero analizar lo que le pasó al talentoso actor Alfredo Casero. Estaba tomando un cafecito con su abogado y el responsable del bar en ese momento lo quiso echar porque era macrista.
“Andá a tocar el tambor para Macri”, le gritó. Y después lo amenazó tanto que Casero le preguntó si lo quería matar. Se armó una discusión y un revuelo en el bar. Pero lo curioso es que la mayoría de los parroquianos que estaban sentados en otras mesas, salieron a respaldar a Casero que no había hecho nada malo y a repudiar la actitud patotera, discriminatoria de quien se había erigido en capanga del lugar.
Casero se levantó y se fue. Muchos de los clientes lo imitaron y prometieron no volver nunca más a ese lugar del maltrato que elige a sus clientes por lo que piensan. Seguramente en un minuto de autoritarismo kirchnerista, el bar perdió varios clientes.
Y en el barrio se corre la bolilla para que las personas democráticas no vayan más y le hagan una suerte de boicot. Después, el propietario del bar llamó por teléfono a Casero para disculparse pero esa es otra historia.
El que estaba detrás del mostrador en ese momento quiso censurar o castigar a Casero por su pensamiento. Y el tiro le salió por la culata. Igual que a Donda y a Kicillof.
Progresismo es otra cosa. Es amar y defender la libertad en todos sus aspectos, es apostar a una sociedad más igualitaria y repudiar a todos los corruptos y ladrones y a todos los golpistas. A veces vale la pena recordar los valores del progresismo. Para que no sea berreta ni jurásico.