El descubrimiento del fabuloso plan terrorista en estos últimos días
por parte de los servicios de inteligencia británicos, según los cuales iban a
ser detonados sobre el océano más de diez aviones de línea en vuelo hacia
Estados Unidos, deja cierto margen para la duda.
Por un lado, es cierto que de haberse podido concretar dicho
plan, el estrago hubiera sido enorme al alcanzar la cifra de más de cinco mil víctimas,
casi el doble de las que ocasionara la voladura de las Torres Gemelas en Nueva
York. Pero por otra parte, las dudas se originan en la imperiosa necesidad de la
administración Bush -que ve con alarma la caída a pique de la adhesión
ciudadana y de varios políticos, tanto opositores como de su propio partido,
respecto de las desastrosas consecuencias de la guerra en Irak- de contar con
nuevas y fantasmagóricas excusas para mantener actualizado en esas mentes el “peligro
del terrorismo islámico”.
No deja de resultar extraño que los espías occidentales
hayan esperado a actuar justo ahora, cuando reconocen que tenían detectados a
los presuntos terroristas detenidos desde hace al menos seis meses. Algo
que, cabe recordar, trae aparejadas otras dudas sobre las posibilidades de que
puedan haberse detectado a tiempo –y no se hizo o se “dejó hacer”- los
atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono, como también su real autoría.
Lo cual remite a décadas atrás en el tiempo, respecto del ataque japonés a
Pearl Harbor, considerándose cada vez más un imposible el no haber sido
prevista la inminente llegada de toda una flota y de varias escuadras de aviones
al puerto estadounidense en Hawaii. Hechos todos éstos que ya parecen
constituir toda una tradición norteamericana.
Además, el descubrimiento del citado plan terrorista aparece
en momentos en que recrudecía el combate entre los israelíes y los militantes
de Hezbollah asentados en el Líbano y cuando –por fin dentro de su
inoperancia- la Organización de las Naciones Unidas decidió decretar un
alto el fuego, claro que también bajo otra tradición: ponerle fecha y hora
mientras las fuerzas atacantes aprovechaban para intentar la conquista de más
territorio libanés, y concretamente llegar hasta el río Litani. Un tesoro nada
desdeñable si tenemos en cuenta que hoy comienzan a desatarse guerras por el
agua.
Estados Unidos y sus principales aliados –Gran Bretaña e
Israel- necesitan como se dijo mantener viva la llama del “peligro
terrorista”, porque no sólo se les está viniendo encima mucha oposición en
sus propios riñones de poder, además de la población. Pero también están
pendientes otros factores irritativos para sus intereses.
Por un lado está Irán y su plan nuclear aparte de su
frecuente discurso de que “Israel debe desaparecer de la faz de la
Tierra”; por otro la desastrosa presencia norteamericana y británica en
Irak, convertido a esta altura en un segundo Vietnam; y está insinuándose un
tercer factor no menos preocupante: el reagrupamiento en Afganistán de las
milicias talibanes, que ya están llevando a cabo varios ataques contra las
autoridades “colocadas” en el país y contra los militares norteamericanos
allí destacados, además de volver a arrasar las plantaciones de trigo con
las de amapola, habida cuenta del ancestral negocio del tráfico de opio por
parte de los talibanes.
En definitiva, este presunto plan terrorista de la voladura
de aviones con explosivos líquidos descubierto por la inteligencia británica
deja abierto, por supuesto, el beneficio de la duda. Está claro que puede ser
real y que, como se señaló, de concretarse hubiera generado resultados catastróficos.
Pero también es cierto que su aparición pudo haber resultado muy conveniente
como consecuencia de los factores antes mencionados, muy preocupantes para
Estados Unidos y sus aliados y a los que también se suma la avidez por poner el
pie en Medio Oriente, “disciplinar” a los países que lo componen y
apropiarse de las riquezas petroleras, acuíferas y de otra índole con que
puedan seguir llenando sus arcas.
Lo cual les llevará cierto tiempo hasta que –eventualmente
saciados- comiencen a mirar, por ejemplo, hacia Africa y América Latina.
Carlos Machado