El peronista Alberto Fernández, del “Frente de Todos”, ganó este domingo las elecciones presidenciales Argentina en primera vuelta, con el 48,1% de los votos, contra 40,4% del mandatario saliente, el liberal Mauricio Macri, de “Juntos por el Cambio”. El triunfo fue claro, sin embargo un poco ajustado.
La mayoría de los sondeos se equivocaron, augurando que se impondría por 20 puntos de diferencia. Se había impuesto en las primarias de agosto pasado por una diferencia de 16,1%, pero la remontada de Macri en la campaña del “Sí, se puede”, para voltear aquel resultado, redujo la diferencia a la mitad.
La Constitución Argentina establece que el 45% de los votos se traducen en una victoria para un candidato a ocupar la Casa Rosada, sede del poder institucional, hacia el centro de la Capital Federal, Buenos Aires. En un país cercano a los 45 millones de habitantes, votó el 80% del cuerpo electoral, alrededor de 30 millones de personas, toda vez que casi 400 mil argentinos, residentes en el exterior, concurrieron a emitir sufragios en sedes diplomáticas por el mundo. Pese a denuncias de agoreros que profetizaron o insinuaron irregularidades, el escrutinio se saldó normalmente.
Con todo, y tal como prometiera el gobierno, a partir de las 21 horas de ayer domingo, se fueron publicando progresivamente los guarismos que producían las urnas, que anticiparon desde el inicio, la irrupción de Alberto Fernández, acompañado para la vicepresidencia, por la ex-presidenta, Cristina Fernández de Kirchner. Dos cargos de gobernadores provincias también se votaron, siendo elegidos candidatos próximos a Fernández, quien por lo demás, controlará el Senado, y podría, con alianzas potencialmente factibles, alcanzar mayorías en la Cámara de Diputados.
Por lo cierto, el contexto latinoamericano oscila entre incertidumbre y esperanzas, pese a las acechanzas del destino, que no son pocas. Las iniciativas prometidas por Fernández pueden incidir para una evolución progresista.
En Uruguay, falta saber si Daniel Martínez, del Frente Amplio, validará en el balotaje del mes que viene, lo realizado por Tabaré Vázquez y Pepe Mujica. Una oposición unificada podría arrebatar la Presidencia y modificar la política exterior. Peligra en consecuencia el liderazgo de Montevideo en promover una solución negociada en la crisis de Venezuela, que finalice en elecciones libres bajo control internacional, aceptable para Nicolás Maduro y Juan Guaidó, opositor reconocido por más de 50 países.
Esa postura sintoniza con México, país prioritario en la agenda inmediata de Fernández, con un viaje ya anunciado para reunirse pronto con el presidente Andrés Manuel López Obrador. La alternativa es la promovida por el Grupo de Lima, omnipresente en el Cono Sur, sostenido por los aires belicosos de Estados Unidos.
Perduran las acechanzas que complican un cambio progresista en Chile, tras las sucesivas y masivas movilizaciones pacíficas del hartazgo nacional contra un sistema que no ha terminado de romper con los designios dictatoriales de Augusto Pinochet, que no encuentran el suficiente eco en el Presidente Sebastían Piñera para salir de la crisis. La mutua enemistad manifiesta del Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, con Alberto Fernández, ensombrecen el panorama regional, a su vez enrarecido por las denuncias de presunto fraude en la reelección de Evo Morales en Bolivia.
La presencia en Buenos Aires de Celso Amorin, superministro de Lula Da Silva y Dilma Rousseff, pareció relanzar la idea de reflotar en Argentina el Grupo de Puebla, heredero del Foro Social de San Pablo, que supiera congregar a la izquierda latinoamericana, de seguro una iniciativa susceptible de encabezar nuevos derroteros ideológicos populares en América Latina.