Aunque obviamente la Argentina es un país que tiene su propia moneda soberana, la realidad es que desde el punto de vista de los usos y costumbres, hace tiempo que la nuestra se comporta como una economía bimonetaria. Lamentablemente durante las últimas cinco o seis décadas de nuestra historia no hemos sabido mantener una moneda fuerte que les ofrezca seguridad a los compatriotas en el tiempo. Esta situación -que sería absolutamente deseable y necesaria para el desarrollo autónomo- tiende a horadar el valor del peso, a veces de manera dramática. Y en consecuencia es natural que la gente tienda a desconfiar de su propia moneda al momento de ahorrar.
Hay claras razones económicas y políticas que podrían explicar estos recurrentes naufragios. La cuestión es que, en paralelo con los desequilibrios de nuestra macroeconomía, desde hace unos 60 años se ha ido acentuando esta condición bimonetaria. En la actualidad, los datos duros indican que unos pocos argentinos tienen entre U$S 300 mil millones y U$S 400 mil millones invertidos en activos en el exterior (categoría en la cual también entran los dólares guardados "en el colchón").
A nivel financiero local, las estimaciones indican que había un total de U$S 190 mil millones ahorrados en activos financieros (cifras de comienzos de octubre de 2019), de los cuales U$S 40 mil millones estaban en pesos (plazos fijos y letras del tesoro a corto plazo). O sea que si ya de por sí la inversión en activos del exterior dobla a la que está invertida a nivel local, la proporción que está en moneda nacional versus dólares es de un sorprendente 1 a 14.
Los entretelones de esta cuestión cultural bastante arraigada tienen que ver con que ante las dificultades evidentes para mantener una moneda propia consistente, los argentinos tendemos a pensar en el dólar como un espacio de refugio y referencia. ¿Por qué razón? Evidentemente la visualizamos como la moneda que nos otorga cierta seguridad. Incluso a veces esto se da de un modo bastante paradójico, porque muchos compatriotas tienden a correrse al dólar justamente en aquellos momentos en los que se observa la mayor demanda de la divisa, y por consiguiente, en los que tiene lugar un encarecimiento de su valor.
En efecto: es como si ante el menor atisbo de devaluación del peso se crease una especie de efecto cascada o de pánico colectivo. Claramente esto tiene que ver con experiencias traumáticas vividas en el pasado como el "Rodrigazo", la "tablita" de Martínez de Hoz y el "corralito", que han dejado rastros indelebles en nuestra memoria colectiva. Es decir, para muchas familias y empresas no se trata entonces de especular con afanes rentísticos, sino de intentos de preservar el valor de sus ahorros y de su patrimonio.
Lejos de celebrar esta situación, que por cierto es altamente preocupante, en el contexto actual han surgido recientemente plataformas que les permiten a los ahorristas argentinos hacer sus compras y ventas de dólares con los menores costos de intermediación en comparación con las entidades bancarias. Con ello obviamente no se remedia la situación de base, pero colabora para que la gente no se vea expuesta a los altos spreads bancarios que inclusive aumentan más en momentos de alta volatilidad.