Ni Omar Perotti ni Gustavo Bordet ni Juan Manzur ni Sergio Uñac ni mucho menos Juan Schiaretti. Cristina Kirchner trabó alianzas definitivas con los dos caudillos feudales más evidentes del país: el de Formosa, Gildo Insfrán, y el de Santiago del Estero, Gerardo Zamora. Insfrán gobierna su provincia desde 1995, y Zamora, desde 2005. A Insfrán lo conformó dándole a su senador más leal y longevo, José Mayans (tiene ese cargo desde 2001), la presidencia del bloque unificado de senadores nacionales peronistas.
A Zamora lo halagó colocando a la esposa de este en el estratégico cargo de presidenta provisional del Senado, un cargo que está en la línea de sucesión presidencial, después del vicepresidente (o vicepresidenta, después del 10 de diciembre). Cristina tampoco se pronunció sobre la gravísima denuncia de abuso sexual que pesa sobre otro caudillo feudal (frustrado en este caso), José Alperovich, exgobernador de Tucumán y actual senador nacional. Tan sensible para calificar de “machirulo” a cualquier oponente que se acerque mínimamente al límite del machismo, prefirió el silencio ante el caso de su viejo amigo Alperovich, denunciado por una sobrina de haberla violado sexualmente.
Cristina no ha cambiado. Sus permanentes referencias despectivas sobre la prensa (“el poder mediático”, como ella lo llama) y las 52 páginas que les dedicó a los medios periodísticos en su libro Sinceramente indican que esa obsesión sigue intacta. Por eso, es importante el grado de influencia que ella tendrá en el inminente gobierno de Alberto Fernández, quien en los últimos días hizo suyos algunos tuits también peyorativos, cuando no ofensivos, sobre los dos principales diarios de la Argentina. No son conceptos que Alberto haya expresado nunca en sus conversaciones con muchos periodistas críticos del kirchnerismo, a los que no dejó de recibir y frecuentar. La coincidencia en las redes sociales con planteos que eran propios de Cristina Kirchner, no de él, provocó estupor en no pocos periodistas. La pregunta, sin respuesta aún, es si el periodismo (en todas sus expresiones y tendencias) retendrá la libertad que reconquistó en 2015 o tendrá que volver a los tiempos de las persecuciones, los escraches y las descalificaciones.
Conviene detenerse un poco en los aliados que privilegió Cristina Kirchner para entrever su desapego de los formas (y al fondo) de la vida democrática. Gildo Insfrán gobierna Formosa desde hace casi 25 años en un sistema que se parece al de los caudillos latinoamericanos del siglo pasado que tan bien fueron retratados por la literatura del realismo mágico. Persecución a la oposición y al escaso periodismo crítico que sobrevive en esa provincia. Un sistema de espionaje que controla la vida pública y privada de todos los formoseños. La policía, controlada directamente por Insfrán, cometió sistemáticos actos de persecución, con la complicidad judicial, de campesinos e indígenas (sobre todo los de la comunidad wichi). Cuando un juez le impidió ser candidato a la primera reelección, Insfrán metió preso al juez. Cuando la Legislatura provincial amenazó con iniciarle un juicio político, ordenó cerrar la Legislatura. Esto sucedió en sus inicios, hasta que consiguió reformar la Constitución de la provincia, que ahora estipula un sistema de reelección indefinida del gobernador. Insfrán podría no irse nunca y morir en el cargo.
Ni Carlos Menem ni Néstor ni Cristina Kirchner hicieron nada para reordenar la vida democrática en Formosa. “El que gana, gana”, respondían siempre los líderes nacionales del peronismo. Insfrán suele ganar las elecciones con más del 60 por ciento de los votos, porcentaje que es transferible luego a las fórmulas presidenciales del peronismo.
En Santiago del Estero, Zamora es el “juarismo” con otro nombre. El peronista Carlos Juárez instauró en esa provincia un sistema feudal que duró desde el primer gobierno de Perón hasta 2004, cuando la provincia fue intervenida en medio de un escándalo político. Juárez conservó su influencia en Santiago del Estero aun cuando el país estaba gobernado por dictaduras. Murió a los 93 años, en 2010, seis años después de que lo despojaran del poder. En 2005 fue elegido gobernador Zamora, entonces dirigente del radicalismo. Aunque nunca se desafilió del radicalismo (pero la UCR lo expulsó de sus filas), el nuevo caudillo no hizo más que copiar el sistema populista y autoritario de Carlos Juárez, muy parecido al de Insfrán.
Zamora fue elegido por una Constitución que establecía un solo mandato para el gobernador. Reformó la Constitución y colocó la posibilidad de una reelección con una cláusula transitoria que señalaba que su primer mandato debía ser considerado como tal, aunque hubiere una nueva Constitución. La Justicia santiagueña, ya bajo control de Zamora, declaró inconstitucional esa cláusula en 2013 (es decir, declaró inconstitucional la Constitución), cuando estaba por finalizar su segundo mandato, en 2013. Zamora se presentó como candidato a un tercer mandato consecutivo, pero la Unión Cívica Radical llevó el conflicto a la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
El caso fue presentado por el abogado Ricardo Gil Lavedra, que consiguió que el máximo tribunal le prohibiera a Zamora ser candidato en esas elecciones. La decisión de la Corte se produjo en las vísperas de las elecciones, por lo que estas debieron ser postergadas 45 días. Zamora designó a su propia esposa, Claudia Ledesma Abdala, candidata a gobernadora en su lugar. Ledesma Abdala ganó las elecciones. Zamora se había hecho elegir senador nacional suplente, por las dudas. Cuando se pronunció la Corte, renunció misteriosamente el senador titular que había ganado, Daniel Brué. Gracias a ese ardid, Zamora pudo asumir como senador nacional en 2013. En febrero de 2014, por pedido expreso de Cristina Kirchner, que era presidenta, Zamora fue elegido presidente provisional del Senado, el mismo cargo que ahora ocupará su esposa. Zamora recuperó la gobernación en 2017.
Alperovich quebró una historia en Tucumán de caudillos breves y sucesivos. La Constitución preveía un solo mandato para el gobernador. Asumió su primer mandato en 2003, pero poco antes de que concluyera, en 2006, cambió la Constitución, amplió a dos mandatos consecutivos las posibilidades del gobernador y ni siquiera puso una cláusula transitoria. El primer mandato no fue tenido en cuenta porque, dijo, correspondía a otra Constitución (lo mismo que hizo Evo Morales en Bolivia en 2009) y Alperovich se presentó en 2011 como candidato para un tercer mandato consecutivo, que lo ganó.
Alperovich se inició en el radicalismo, en cuyo nombre llegó al Ministerio de Economía de la provincia en una coalición partidaria con el peronismo que logró ganarle al exdictador Domingo Bussi, acusado de numerosos crímenes de lesa humanidad. Alperovich viró luego hacia el peronismo duhaldista cuando Duhalde era el hombre fuerte del peronismo. Luego se hizo un fanático del nestorismo, y más tarde le ofreció su fanatismo a Cristina Kirchner. Así logró durar 12 años como gobernador. Está todavía en el cristinismo, aunque ya no es lo que era.
Su delfín Juan Manzur rompió con él y en las últimas elecciones de gobernador lo condenó a una humillante cuarto lugar con apenas el 11 por ciento de los votos. En esas condiciones de debilidad política se encontraba Alperovich, que aún tiene dos años más de mandato como senador, cuando ocurrió el dramático relato de su sobrina sobre abusos sexuales durante casi dos años. Ni Cristina Kirchner ni el bloque de senadores peronistas se pronunciaron sobre el caso, aunque la presión de los senadores de su partido obligó a Alperovich a pedir licencia. Es una maniobra que le permite conservar los fueros y que impide que se trate directamente su expulsión del Senado.
El que sí se pronunció fue Alberto Fernández, quien dijo ayer que “si es cierto, es muy grave”, en alusión a la denuncia de la sobrina de Alperovich. Perotti, gobernador electo de la estratégica Santa Fe; Bordet, gobernador reelegido de Entre Ríos; Uñac, también reelegido gobernador de San Juan, y Manzur, reelegido en Tucumán, entre otros, eran los gobernadores con los que Alberto proyectaba gobernar. Pero estos no tendrán lugar en el Congreso y, por lo que se sabe hasta ahora, tampoco en el futuro gobierno de Alberto. Así las cosas, sobresale solo la alianza de Cristina Kirchner con lo peor del caudillismo feudal argentino (Diario La Nación).