El caso Alperovich deja ver señales ocultas de las todavía misteriosas convicciones políticas e ideológicas de Alberto Fernández, suponiendo que tuviera alguna.
La declaración del presidente electo fue en apariencia tan intrascendente que pasó casi inadvertida. Sin embargo, marcó un punto de disenso profundo con los sectores feministas más duros que lo apoyaron e incluso con una de las legisladoras más importantes de su propio sector.
Luego de que una sobrina de José Alperovich lo denunciara por violaciones reiteradas, el senador tucumano pidió una licencia, aunque no renunció a sus fueros. Hubo diversas reacciones. Thelma Fardín se solidarizó con ella y Actrices Argentinas expresó su apoyo.
Alberto Fernández se pronunció y desató una polémica sorda pero muy profunda: “Espero que se investigue, si la denuncia es cierta, es muy grave”, dijo el presidente electo, socio político de Alperovich en el mismo frente.
Y hoy una de las referentes más destacadas de ese mismo espacio, Anabel Fernández Sagasti, legisladora y candidata a gobernadora que perdió en Mendoza, sin mencionarlo le dedicó una respuesta destemplada a Alberto: “Siempre les creemos a las mujeres”, dijo y confirmó así el dogma que Fernández osó poner en duda: “A las pibas se les cree siempre”.
En efecto, un sector del MeToo cuestiona la base fundamental del derecho: la presunción de inocencia. La sola denuncia equivale a una condena; condena que, de hecho, ya están cumpliendo muchos hombres sin que pese sobre ellos sentencia alguna.
Alberto, con esta breve frase, discute incluso con el título de un libro de culto feminista: “Yo te creo, hermana”. La semana pasada Alberto anunció el envío de la ley de aborto al Congreso y fue, además, a la presentación de un libro que cuenta los tormentos de una mujer condenada por un aborto espontáneo.
Pero después de la queja del papa, parece que ya no está tan convencido de la oportunidad. Y ahora se permite, incluso, discutir el dogma acerca que de la mujer nunca miente. Hay mucha incomodidad con esta breve declaración de Alberto en los colectivos feministas.
El caso de Alperovich se inscribe en una larga saga de personajes vinculados con la política y el poder. El abuso sexual es la cara más primitiva y brutal del abuso de poder. No existe en estos casos ni el menor atisbo de sublimación.
Para Freud, la sublimación era el mecanismo de transformación de pulsiones sexuales en algo superior: la creación artística, la producción intelectual o la filantropía, por ejemplo. En efecto, el afán de poder proviene de la carga pulsional, de origen sexual, que, en el mejor de los casos, es redirigida hacia otros intereses.
Podemos comprobar en muchos líderes, expresidentes, que la totalidad de esta carga pulsional se alejaba de los impulsos sexuales: Illia, Alfonsín, Kirchner no tenían demasiado interés por las cuestiones carnales.
Tal vez en Kirchner, se podía adivinar esta carga erótica en sus intensas relaciones con las cajas fuertes. El video de Néstor abrazado a una caja metálica mientras le declara su éxtasis, tiene la potencia de la pornografía. Pero no constituye ningún delito, salvo, claro, eventualmente, el origen de su contenido.
Sarmiento, Alvear, Hipólito Yrigoyen, Menem exhibían, en cambio, una mecánica más transparente en la que se podía ver este carácter sexual del poder: romances escandalosos, vidas disipadas, exhibición pública de conquistas, aventuras e infidelidades. Pero el abuso es otra cosa.
La denuncia contra Alperovich recuerda uno de los capítulos más tristes de nuestra historia, el caso de Juan Manuel de Rosas con María Eugenia Castro, historia que cuento en mi novela “La matriarca, el barón y la sierva”.
María Eugenia había sido adoptada por Rosas y, lejos de tratarla como a una hija, la redujo a servidumbre, la encerró y se dedicó a violarla sistemáticamente. Tuvo seis hijos de esta relación aberrante. Lo que sucedía dentro de la residencia privada de Rosas era una reproducción a escala de lo que sucedía en el país.
El abuso político y el abuso sexual siempre fue una pareja inseparable. Juan Domingo Perón convivió con una chica de quince años a la que llamaba la Piraña. A veces la presentaba como su hija y otras, como una sobrina. Pero lo cierto es que la trataba como a una sirvienta; era una suerte de esclava traída del campo y Perón hacía uso de ella en todo sentido.
Más conocidas fueron las andanzas de Perón con las adolescentes de la UES, especialmente con la pequeña Nelly Rivas. Las fotos del general retozando en el césped de Olivos con la adolescente fueron un verdadero escándalo. Hasta donde se sabe, el general nunca fue instado a deconstruirse por la rama femenina.
Cuánto más piramidal, feudal y verticalista es el modo de conducción de un dirigente, cuanto menos democrática es su manera de gestionar, mucho más frecuente es el abuso sexual que, finalmente, es una de las formas del abuso propio de la política: el abuso de poder.