Es tristemente sabido que en los entes públicos la eficiencia en la atención no es una prioridad. Sin embargo, en la CNRT han excedido lo imaginable. Como dice el refrán, “la realidad supera a la ficción”.
Paso a narrarles mi experiencia, con la esperanza de que este simple escrito sirva para llamar la atención de nuestros legisladores nacionales o de algún lector que pueda hacer algo al respecto. O acaso tan sólo pueda aportar un grano de arena para generar conciencia sobre esta realidad.
El viernes 22/11, en un control de gendarmería en conjunto con empleados de la CNRT, nos detienen en el peaje del puente Rosario-Victoria, solicitando, además de la documentación habitual, el "RUTA", psicofísico del chofer y VTV para transporte de carga con menos de un año de antigüedad. Resulta que el vehículo en el que nos encontrábamos era una pick up Kia k2500 (modelo 2017, de menos de 3500 kg y con VTV vigente hasta el 2020), y jamás habíamos escuchado sobre esta documentación. La camioneta se encontraba cargada con 1 heladera y 2 carretillas para llevar a una obra en construcción que realiza la empresa en la que trabajo. Como verán, no es una carga mucho mayor de la que un contratista común y corriente puede estar llevando, o incluso un simple ciudadano que estuviera ayudando a algún familiar con una mudanza, por poner un ejemplo.
Sin embargo, con la mala gana propia de aquél que goza de estabilidad laboral sin importar con qué calidad ejecute su trabajo, nos "explican" que por tener capacidad para cargar más de 700 kg (todas las pick ups del mercado la tienen) se considera un “transporte de carga” y debe contar con dicha documentación. Una verdadera locura burocrática. En simultáneo, al lado mío (y dejándome la tranquilidad de que, si mi enojo era infundado o indebido, al menos no era el único indignado con la situación) se escuchaban los gritos de un hombre que trasladaba una moto remolcada con otro vehículo: “¡fui por todo el país, crucé Los Andes hacia Chile, y jamás me pidieron esto! ¿Y ahora me van a secuestrar el vehículo?”. Con la misma apatía propia del funcionario público con privilegios, le responden que sí. Y obviamente, mi heladera, mis dos carretillas y yo, no corrimos mejor suerte. Aun así, esto era sólo el inicio.
Luego de ser custodiado hasta un depósito de la Gendarmería, donde habían quedado incautadas mis herramientas de trabajo con una celeridad que ojalá sea la misma que se emplee para combatir la delincuencia, me dirijo a las oficinas de la CNRT, con la premura propia de quien se encuentra esperanzado porque telefónicamente, en la Asociación de Transportes de Cargas, filial rosario, le indicaron que había una metodología de "liberación inmediata".
Allí, en la terminal de ómnibus de Rosario, el concepto de "inmediata" se fue desvaneciendo con cada paso que daba para subir las viejas escaleras que conducían a la oficina superior, donde encontré entrerrianos y rosarinos con caras de gesto similar al que yo estaba por tener.
Luego de tocar un timbre inalámbrico atado con alambre que parecía una especie de aviso del nivel de trabajo que uno iba a encontrar en ese lugar, me recibió la persona que se auto referenció como la autoridad máxima de esta oficina y, creo yo, inspiró a Antonio Gallasa para crear su personaje sobre el empleado público. Para no nombrar a quienes no me dieron su autorización para hacerlo, vamos a llamarle “Edgar”. A mi saludo para iniciar la charla que ingenuamente creía iba a resolver mis problemas, me respondió con sequedad: “¿Tenés el acta?”. Le digo que no. “Sacala por internet” me dice y, señalando a unos pobres conciudadanos que llevaban allí ya un buen par de horas de espera, completó: “Ellos saben cómo hacerlo”. Antes de que pudiera devolverle la mirada, se había escondido en su zona de confort, detrás de la puerta del timbre inalámbrico atado con alambre.
Tras el cordial servicio ad-honorem de estos amigos entrerrianos (en total contraste con la costosa falta de atención del empleado público mencionado anteriormente), pude conseguir mi número de acta, y me atreví a reiterar el llamado al timbre. En esta segunda ocasión, el ya no tan querido Edgar, con su mismo tono de “loco, me interrumpiste la siesta”, me pasó a indicar que yo debía cargar, en otra página web, los datos para generar mi boleta.
En la misma, me solicitaba que yo, como simple ciudadano que soy, indicara tipo de acta y monto de la multa. Ante esta sorpresiva situación, le consulté el monto al no tan querido, y me responde, luego de mirar su celular unos segundos: “8.518. Métele 8.519 por las dudas”.
-Disculpe, la boleta no sólo no genera el importe por si sola en base al número de acta, en la cual constan las infracciones, ¿sino que encima se me informa el importe verbalmente? ¿Cómo sé yo si no se confundió usted al decirme y no me está haciendo pagar un valor extra? –le pregunto indignado.
-No, yo le hice un favor. Si usted quiere puede saber usted mismo el importe fijándose en la reglamentación de la ley.
-¿Yo? ¿Leer toda la ley para poder calcular el importe? No soy abogado...
-Bueno, por eso le hice el favor de decirle el importe... –me responde, e inmediatamente, sin darme ni siquiera el tiempo suficiente para agradecerle tamaño servicio, volvió a guarecerse tras la puerta.
Con una bronca cada vez mayor, que no parecía que fuera a decrecer en breve, genero la boleta, resignado, y vuelvo a tocar el timbre para consultar cómo proseguir.
-Ahora tenés que ir a pagarla al banco. Pero el municipal que está acá no sirve, tiene que ser el Nación.
Mientras no podía dejar de pensar que una computadora hubiera hecho el trabajo de Edgar de manera más eficiente, barata y rápida (y quizás menos inhumana), me dirijo al banco Nación más cercano, hago lo requerido y vuelvo a las 14:30 con el comprobante de pago, pensando que otra vez iba a tener que verle la cara a Edgar.
Es aquí donde, rodeado de laburantes que se encontraban en la misma situación, la frustración llega a su máxima expresión, envuelta en el rechazo hacia un Estado que, en vez de cumplir la función para la que fue creado (solucionar problemas de los ciudadanos), parece estar empeñado en hacer lo contrario. Siendo las 14:30, sin haber almorzado y con la sensación de que mi jornada laboral estaba recién comenzando, Edgar me comenta que no puedo continuar con el trámite porque él ya finalizó la suya, y que sólo le quedaban 30 minutos de su tiempo laboral que emplea para terminar algún papeleo, sin atención al público. Debo retornar recién el lunes (porque ni se te ocurra imaginar que te puedan atender un sábado a la mañana), sin poder recuperar mis herramientas de trabajo, las cuales uso para generar PBI y pagar impuestos para financiar el sueldo de muchos “Edgar”.
Para resumir, el lunes retorno y vuelvo a encontrar las mismas trabas burocráticas.
-Ok, ahora ya mando esto a Buenos Aires y, cuando me respondan, te hago firmar un papel para que puedas retirar el vehículo.
Mordiendo los dientes para tratar de contener el deseo de expresarle a Edgar mis sentimientos, más por temor a que desde su puesto sin control tenga el poder para complicarme aún más la vida que por cordialidad, trato de poner el mejor tono de voz para consultarle cuánto demorará esta respuesta de Buenos Aires.
-No sé... Venite cerca de las 14.
Obedeciendo a rajatabla sus indicaciones, casi como si fuera mi jefe (a esta altura ya no sé si en cierta forma no lo era), vuelvo a tocarle el timbre a la hora indicada.
-¿Vos sabés que todavía no respondieron, che?
-¿Y no podés llamar?
-No, si querés llamá vos. Hay un cero ochocien…
-Si ya sé cuál es. Llamé varias veces pero no me atienden nunca.
-Ah sí… yo, si llamo, llamo al mismo.
-¿O sea que vos no tenés comunicación directa con tus colegas del CNRT?.
-No.... Bancá que veo de mandarles un mail.
Tras 30 o 40 minutos más de espera, durante los cuales comencé a redactar estás líneas como una forma de descargar la bronca y evitar terminar preso con una pena de 12 a 30 años por homicidio simple con dolo eventual (porque seguramente la justicia diría que me tendría que haber figurado mentalmente que incendiando las oficinas en las que me encontraba, podría generarle algún daño al buen Edgar), éste vuelve a aparecer para indicarme que ya podía pasar a firmar.
En ese momento me entregan una notificación donde me dicen que, entre otras multas que ascienden a más de $100.000,00 (que ya estoy apelando con abogados de por medio), me "intiman a dejar de prestar servicios de transporte de cargas sin la debida documentación". Sorprendido por el hecho de que mi nivel de indignación pudiera superarse, le reclamo al cada vez menos servicial y más odiado Edgar que yo no estaba brindando ningún servicio de transporte, porque nadie me pagaba por realizar el traslado de las cosas que estaba transportando, sino que era una persona jurídica llevando sus propias herramientas de trabajo sin ningún contrato de por medio.
Como era de esperar, recibo una respuesta vaga, típica de quien nunca debe haber dado una respuesta o justificación de sus quehaceres, probablemente por ser consciente de su propia estabilidad laboral (e impunidad) por el solo hecho de ser empleado público.
Conclusión: tenemos un Estado que complica más de lo que ayuda, que castiga y les hace la vida imposible a los que se esfuerzan trabajando, produciendo o emprendiendo, cuyos empleados son casi todos un cáncer para el propio pueblo que los contrata (no quisiera generalizar, sé que hay empleados públicos que hacen bien su trabajo pero, les aseguro, “Edgar” no es uno de ellos, ni es el único), y quienes ejercemos la actividad privada seguimos aceptando pasivamente este sometimiento... Digo yo, ¿no tendríamos que hacer algo para demostrarles que tienen que servirnos? Tantas marchas que se ven hoy en día en la televisión, algunas cargadas de violencia... ¿Y nunca una marcha de quienes realizamos la actividad privada reclamando por estas cuestiones? ¿Por qué no una marcha “contra la burocracia excesiva y los altos impuestos”? La diferencia es que los asistentes a las mismas estarían ocupados trabajando... Quizás deberíamos hacer el esfuerzo de tomarnos ese tiempo para exigirles a nuestros representantes.
La verdad es que sueño con que algún día la Argentina deje de ser un país organizado para que muchos vivan de unos pocos, donde se les ponen más palos en las ruedas a los emprendedores que a los delincuentes.