A pocos días de la asunción del nuevo gobierno, muchos aún intentan descifrar la mecánica del flamante poder.
Algunos sostienen que la única dueña del poder es la vicepresidenta; otros, que el poder reside en la investidura presidencial y que a medida que transcurran los días, Alberto Fernández alcanzará la estatura del cargo que ocupa y, por lo mismo, que su vice se reducirá al papel deslucido que históricamente ha tenido ese cargo.
Y por último están quienes sostienen que se trata de una sociedad fríamente calculada, algo así como un contrato prenupcial. Cualquiera de estas alternativas tendrá consecuencias no ya en la suerte de la nueva administración, sino que definirá acaso algo tan importante como el gobierno y en el que nadie parece prestar atención: la oposición.
Si el gobierno es un enigma, mucho más lo es hoy por hoy la oposición. Ambos son los componentes fundamentales de una democracia.
A diferencia de lo que sucede en las democracias consolidadas como la de EEUU o Inglaterra, países en los que de antemano se sabe que el mapa político no excede las fronteras entre republicanos y demócratas o conservadores y laboristas, en Argentina existe el peronismo de un lado y del otro una alianza cambiante que se le opone.
Pero hay una paradoja: aunque ocupe el gobierno, esa alianza variable es percibida como la oposición al poder permanente que en la Argentina parece ser el peronismo: una suerte de establishment al que a veces se ha podido desplazar del gobierno, pero nunca de los resortes del Estado.
El pecado original de la anterior administración ha sido no ocupar esos lugares de decisión y, al contrario, dejar que crecieran y se reprodujeran en los pliegues del Estado. Las ovaciones que recibieron los nuevos funcionarios por parte de los empleados estatales al ocupar los cargos y la rechifla con la que fueron despedidos los funcionarios salientes muestra el volumen de ese error original.
Algunos ex funcionarios alegan que esa no es una misión fácil que se pueda hacer en pocos días. Pero esos argumentos son desmentidos en los hechos por otros funcionarios que han hecho bien su trabajo. Patricia Bullrich, por ejemplo, ha podido tomar el control de las fuerzas de seguridad no bien asumió el cargo.
Y estamos hablando de instituciones armadas complejas, con sectores muy turbios, como la policía y la gendarmería. ¿Cómo es posible entonces que otros funcionarios no hayan podido tomar el control de esas otras estructuras estatales ocupadas por funcionarios y trabajadores que no portan armas?
Ese error inicial que cometieron hace cuatro años cuando estaban llamados a ser gobierno, podría repetirse ahora que deben asumir la oposición: dejar ese espacio vacante para que lo ocupen otros.
Y en este punto es donde se cruzan los intereses del gobierno y la futura oposición. La Argentina podría estar frente a un panorama novedoso: que el peronismo en apariencia bicéfalo, ocupe ambos lugares: el gobierno del presidente y la oposición encarnada en la vice.
En efecto, si existiera un conflicto entre el presidente y su vice, podría suceder que una parte de la sociedad que no lo votó, apoyara al presidente acechado por Cristina.
Y del otro lado podría suceder una paradoja inesperada: que los más férreos opositores a Alberto Fernández terminaran involuntariamente en la misma trinchera de Cristina lapidando al presidente como seguramente sucederá más tarde o más temprano cuando ella se rebele a ese lugar tan poco vistoso como es el escritorio del Senado.
Un dato objetivo: si a Alberto Fernández, un presidente muy débil, sin poder propio, le fuera muy mal desde el arranque y se quedara sin respaldo, tal vez se viera obligado a renunciar igual que Rodríguez Saá. En ese caso, asumiría la vicepresidenta. Esto es lo que denunció Alberto al mencionar la serie Veep, que trata de una vicepresidenta que pretende quedarse con el sillón presidencial.
Un ajedrez muy delicado para un gobierno y una oposición, ambos en ciernes. Suelen ser los gobiernos quienes eligen a sus oponentes. Umberto Eco en su libro “La construcción del enemigo”, lo explica con claridad.
Y, a propósito, el segundo gran error de la anterior administración fue elegir a Cristina Kirchner como cabeza de la oposición. Lo mismo, pero a la inversa, había hecho la ex presidente al elegir a Macri convencida de que no tenía forma de ganarle.
Ambos, Cristina primero y Macri después cometieron el mismo error. Si la oposición no aprovecha estos primeros días para instalarse y dar a conocer sus líderes y sus ideas, podría suceder que la oposición la asumiera una parte del oficialismo. La sociedad es más impaciente que los dirigentes y en general no tolera estar huérfana de líderes.