En
su obra cumbre, "Diwán", el poeta sueco Gunnar Ekelöf, desarrolla a
partir de una leyenda la proeza iniciada por William Blake, de sintetizar los
elementos y conceptos, desmitificando a la vez que creando un no-mito paralelo
como tesis, echando abajo el aparato de falsedades en que se basan las creencias
religiosas, rescatando de varias tradiciones sepultadas en las tinieblas del
tiempo, al príncipe Emgion, caído en desgracia, condenado a cegamiento al
encontrarse entre dos bandos de una guerra por el poder.
Ciego pues, es decir, desde la oscuridad deviene en el
vidente órfico que nos relata sobre la verdad del mundo y el no mundo.
"Diwán" es entonces el testimonio de un vate que
canta en lo negro, y desde ese no color que reúne todos los colores, la
libertad final de los seres; del amor, que halla en una "virgen
prostituta", sea pues, la antítesis de otras santas, en la madre de todos
y de ninguno, que les ama, la pobre, mísera y vieja entre las míseras,
aparecida con "Mil y Una noches" en Oriente, para ofrendarse y
"salvar" de su castigo al "príncipe de la noche", quien es
su complemento natural y amoroso último, sin y con la cual, no puede vivirse más
en el mundo de los hombres, iniciando citas realmente ciegas con su liberadora,
mediante el "tacto" de los muros de una ciudad donde los prójimos son
enjabelgados de manera horizontal y no representan más que puntos y cruces
enrevesadas de un cementerio total de la humanidad, donde nadie se halla y todos
a la vez.
Ese lugar "hórrido" es el sitio en que únicamente
pueden encontrarse, porque está más allá y es lo profundo y por tanto
verdadero, en el que la sangre no espanta y bañarse en la nada del espectro del
ser constituye ni la redención ni la culpa, es decir, solamente la fortuna de
vivir en la única posibilidad que tienen todos los desheredados de la tierra.
Sin embargo, en la tierra es solamente, cenital, que puede darse la vida y el
amor, y no en cielos que conducen a rebaños de dolor y castración. Pide
"otra cosa", más allá del dualismo de la realidad. "Fue víctima
de la herejía maniquea", nos dice de Emgion. Se niega a tomar partido por
el Bien o el Mal, la vida y la muerte.
No cree en convencionalismos: El diablo es dios/ y dios es
diablo/ y a mí me enseñaron / a adorar a ambos// Indiferentes los que adoran a
un dios/ Indiferentes los que adoran a un diablo.// /está aquella que no es
Madre de nadie/ pero cuyos pechos tienen leche/ para todos.// Me acordaré del
camino /que une los oasis "sí" y "no" // del árbol Nada /y
del árbol Algo // con un alma/ y un cuerpo/ que pudiesen fundirse en uno//. La
visión más pura/ es la sombra pura/ la antítesis de la luz
Mauricio Otero