“Todo depende del cristal con que se mira”, reza un dicho popular. Y vaya si eso aplica a la política argentina. Días pasados, un importante intendente kirchnerista de la primera sección electoral le confesó a un ex funcionario de María Eugenia Vidal: “Estamos peor o igual que antes, pero por lo menos es nuestro gobierno”. Se trata de una frase que pone de manifiesto no solo las enormes diferencias funcionales y de valores que existen entre la coalición Cambiemos y el Frente de Todos, tanto en cuanto a la concepción sobre el papel de la oposición como sobre todo respecto de los atributos o actitudes que deben predominar cuando se ejerce la responsabilidad de gobernar.
A menos de dos meses de comenzada la gestión, y teniendo en cuenta las evidentes tensiones que existen dentro del Frente de Todos (en particular, pero no sólo, en la Provincia de Buenos Aires), es difícil saber si se trata de un rasgo meramente transitorio o si, por el contrario, está nueva mutación del peronismo que es el Frente de Todos logrará consolidar un esquema de poder estable, resiliente y sustentable. De todas maneras, constituye un elemento clave que expresa dos culturas políticas muy diferentes. Incluso pueden identificarse algunos cambios relevantes respecto de los primeros tiempos tanto del menemismo como del kirchnerismo, cuando se dieron quiebres y disidencias que cuestionaron y debilitaron a sus respectivos presidentes. Por el contrario, hasta ahora predominan la comprensión, la paciencia y la conciencia de que la situación es sumamente compleja y que esto obliga a postergar demandas que hasta hace poco tiempo eran consideradas no solo urgentes sino innegociables. Ahora no: gobierna el peronismo y eso es, por múltiples cuestiones, lo que importa.
De este modo, es posible observar a una enorme mayoría de intendentes que, ante las necesidades del gobierno nacional para contener la inflación y moderar el gasto público, resignan sus demandas en materia de recursos y hasta prefieren no profundizar conflictos frente a la negativa de Axel Kicillof en designar funcionarios que les responden a ellos, los verdaderos dueños del poder territorial. Más aún, el gobernador es considerado una figura extraña al ecosistema político bonaerense, que prefiere contradecir y hasta ignorar los pedidos de los intendentes (casi como si fueran tenedores de bonos provinciales). Algunos de esos jefes territoriales del PJ dicen extrañar a María Eugenia Vidal con quien siempre convivieron sin mucho esfuerzo y sobre cuyo gobierno no ahorraron críticas agudas, sobre todo a partir de la crisis de 2018 (y en particular durante el último tramo del proceso electoral). Esa erosión allanó el camino para el triunfo de Kicillof, impuesto como candidato por Cristina, su mentora y, a la sazón, quien más supo capitalizar el desgaste que dicha crisis produjo en Cambiemos.
Ahora bien, viendo esta situación en perspectiva, surgen un conjunto de interrogantes. Teniendo en cuenta que el sistema democrático requiere una combinación de cooperación y confrontación entre gobierno y oposición, ¿qué significa ejercer una oposición responsable? ¿Cuál es el límite entre la colaboración y el colaboracionismo? ¿Cómo mantener la identidad y marcar diferencias de valores e intereses y, simultáneamente, contribuir a la gobernabilidad sobre todo en contextos de crisis?
Estos dilemas son los que en estos días enfrentan sobre todo los líderes de Juntos por el Cambio, que se esfuerzan por mantener su coalición mientras procesan la sorprendente decisión por parte de Mauricio Macri de criticar públicamente a su equipo de colaboradores y, acto seguido, anunciar que regresaría al mundo del fútbol para presidir una fundación ligada a la FIFA.
Otra pregunta que adquiere relevancia en este contexto apunta a los mecanismos de disciplinamiento interno tanto de los partidos como de las coaliciones. Teniendo en cuenta que la responsabilidad de gobernar obliga casi siempre a tomar medidas impopulares, ¿cómo evitar las rupturas y disuadir actitudes no cooperativas ya no de las fuerzas de oposición sino de los propios integrantes de un partido o coalición que pretendan capitalizar el desgaste de una administración y/o tengan diferencias no negociables en términos de ideas o intereses?
En un contexto de partidos políticos fuertes y de democracias consolidadas, es lógico encontrar mecanismos efectivos para disuadir/evitar actos de indisciplina. Este no es el caso de la Argentina, aunque en general los partidos como organizaciones vienen sufriendo una notable erosión incluso en democracias consolidadas. Mientras que los partidos que integran Juntos por el Cambio tienen una estructura y una inserción territorial más limitada que el peronismo (el eje del Frente de Todos), en esta etapa predomina en el PJ (al menos hasta ahora) un altísimo nivel de pragmatismo. Esto incluye asumir la naturaleza de la crisis actual, que obliga a implementar un durísimo ajuste a los efectos de evitar un nuevo default de la deuda dado que la situación se complicaría muchísimo más si Argentina fracasara en alcanzar un acuerdo con los tenedores de bonos.
Puede argumentarse que este alineamiento interno del peronismo depende del éxito de la estrategia económica que viene desarrollando Alberto Fernández. Es decir, si todos los sacrificios actuales no redundan en una recuperación, aunque sea parcial, de la economía, puede especularse con eventuales resquebrajamientos dentro del Frente de Todos. El presidente viene tratando, a diferencia de Kicillof, de mantener un fino equilibrio entre todos los componentes de Frente y los múltiples fragmentos del PJ. Esta lógica de repartir espacios de poder/decisión es uno de los mecanismos más efectivos para mantener la cohesión interna de una coalición, pero puede generar costos en términos de la eficiencia y homogeneidad de un plantel de gobierno.
La experiencia de Cambiemos sugiere que la capacidad técnica de un equipo de gobierno no constituye un elemento crucial si falla la estrategia política. Pero lo que en inglés se denomina “spoilsystem” (repartir espacios de poder para lograr apoyo político) puede generar inconsistencias y obstáculos en la gestión de un gobierno.
La clave consiste en alcanzar un equilibrio entre política y gestión, algo que en la Argentina hasta ahora constituye una asignatura pendiente.