En la primera semana de febrero, el partido Propuesta Republicana (PRO) renovó sus autoridades, resultando presidenta la exministra de Seguridad, Patricia Bullrich y un mes más tarde, el viernes pasado, tuvo lugar la primera reunión del Consejo Directivo del espacio, con el objetivo de empezar a delinear la estrategia a seguir, teniendo como horizonte las elecciones legislativas de 2021. Presidieron el encuentro Patricia Bullrich y el jefe de gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta, además del vicepresidente primero del PRO, Federico Angelini, la vice segunda y senadora nacional, Laura Rodríguez Machado; y el secretario general Eduardo Macchiavelli.
También estuvieron los representantes del partido de los 24 distritos provinciales. Las ausencias más significativas fueron la del expresidente Mauricio Macri y de su exjefe de gabinete, Marcos Peña. María Eugenia Vidal no participó de esta reunión, pero se cruzó en otra con Patricia Bullrich el viernes pasado en un encuentro de mujeres de Juntos por el Cambio, en San Fernando, que las tuvo como oradoras.
La exministra de Seguridad ratificó la unidad de Juntos por el Cambio y subrayó la necesidad de "consolidar el despliegue territorial del PRO en todo el país", con el objetivo de “volver a gobernar, para transformar un modelo cultural que achata al país, sabiendo qué cosas tenemos que cambiar”. Por su parte, Rodríguez Larreta enfatizó que los esfuerzos debían concentrarse en "la construcción federal" del partido de cara a la elección parlamentaria del 2021, señalando que “queremos también ayudar a que todos vean lo que podemos hacer por la gente desde la gestión".
Eso pone de manifiesto una seria limitación, pues si bien la oposición gobierna en cuatro distritos y una multiplicidad de ciudades e intendencias, los eventuales logros de gestión estarán naturalmente limitados tanto por la crisis económica como por un gobierno nacional de claro corte intervencionista y centralista. Más aún, difícilmente la oposición pueda establecer los trazos de una estrategia político-electoral sensata sin considerar como eje analítico principal el destino de la experiencia del Frente de Todos (FdT): las chances de Juntos por el Cambio (JxC) serán directamente determinadas por el éxito relativo que puede llegar a tener el gobierno, sobre todo (pero no únicamente) en materia económica.
Tres escenarios
1) Que Alberto Fernández salga fortalecido del proceso de reestructuración de la deuda y que la economía rebote levemente hacia fines de año. Esto debería ayudar a contener e incluso a moderar las fuertes tensiones internas que atraviesa al FdT para encaminarse con chances de salir victorioso en las elecciones legislativas de 2021. Esto consolidaría el poder del presidente e impulsaría la posibilidad de que busque su reelección.
2) Que la negociación sea mucho más dura y prolongada de lo que el gobierno en un principio había estipulado. Aunque pueda evitarse un default generalizado, se postergaría la eventual recuperación de la economía, lo cual generaría un mayor desgaste de un gobierno acosado por conflictos sociales (particularmente con el campo, con el riesgo de que escale una revuelta fiscal incluso en ámbitos urbanos) y por diferencias internas cada vez más significativas. Esto generaría un efecto decepción en un segmento de la opinión pública que tenía expectativas positivas respecto del gobierno, afectando entonces sus chances electorales de cara al 2021.
3) Que la negociación con los acreedores fracase y esto profundice las peleas internas en el FdT en el contexto de una situación económica aún mucho más complicada. El rápido debilitamiento de la figura presidencial afectaría la capacidad de los segmentos más moderados de la coalición gobernante (Sergio Massa, intendentes del GBA, gobernadores) para influir en la agenda, incrementando el protagonismo de los sectores K más duros. Esto precipitaría la fuga de los votantes más moderados. Así, si no hay una crisis de gobernabilidad antes, la elección del 2021 sería para el FdT algo parecido a lo que fue la del 2001 para la Alianza.
En el primer escenario, la oposición debería focalizarse en intentar capitalizar la insatisfacción de la ciudadanía por las consecuencias de la situación económica (sobre todo, la cuestión tributaria en general y el nuevo conflicto con el campo en particular) y por los cambios en la política de seguridad, que es uno de los elementos más ponderados de la gestión de Mauricio Macri. Temas controversiales como el aborto deben tratarse con cuidado, pues cruzan a todo el espectro político. Una cuestión muy polémica, pero difícil de capitalizar en un contexto de relativa mejora de la economía, pueden ser los cambios en la justicia vinculados con un presunto intento de autoamnistía por parte de los segmentos más involucrados en investigaciones de casos de corrupción.
En el segundo escenario, la oposición podría tener mejores perspectivas de capitalizar un desgaste del gobierno si mantiene una posición al mismo tiempo de firmeza en la crítica, colaboración en temas decisivos y prudencia para no precipitar aún más la crisis. De todas formas, es probable que los temas anteriormente señalados sean también los que puedan orientar los esfuerzos de campaña de cara al 2021, sobre todo en la Provincia de Buenos Aires, donde las diferencias internas dentro del FDT parecen muy difíciles de reconciliar.
En el tercer escenario, sin embargo, es probable que la oposición esté obligada a constituirse en garante de la gobernabilidad democrática junto con los segmentos más moderados del peronismo. En efecto, la eventual implosión del FdT dejaría a este sistema embrionario de dos grandes coaliciones plurales y competitivas sin una de sus partes, profundizando la fragmentación de los estamentos de representación político-partidaria. Esto implicaría la necesidad de reconstruir un esquema de gobierno de transición hacia las elecciones del 2023 en un contexto económico-social sumamente complejo e inestable.
Por otro lado, si bien es obviamente muy temprano para hablar de candidaturas, es posible, en principio, al menos especular con las posibilidades de que Mauricio Macri se consolide como el líder de la oposición. En efecto, la experiencia histórica sugiere que a lo sumo puede desempeñar algún papel como dirigente opositor, pero que difícilmente pueda convertirse en su principal referente.
Es que Mauricio Macri enfrenta un desafío sumamente complejo, pues en los últimos 36 años de transición a la democracia, ningún expresidente fue particularmente competitivo en materia electoral, sobre todo en las primeras elecciones en las que compitió. Recordemos los casos de Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Adolfo Rodríguez Saá, Néstor e incluso Cristina Kirchner, que accedió a la banca del Senado, pero luego de haber salido segunda en los comicios correspondientes (igual que Alfonsín en el 2001). A la vez, y tal vez esto sea aún más concluyente, en toda la historia argentina, ningún candidato presidencial derrotado logró recuperase y alcanzar su objetivo más tarde. Ni antes ni después del peronismo. Perder en la Argentina ha significado hasta ahora quedar prácticamente afuera de la puja por el poder. Curiosamente, esta última circunstancia hermana a dos enemigos políticos, Mauricio Macri y Sergio Massa. ¿Podrá alguno de ellos romper este maleficio? En todo caso, Macri podría ser tal vez candidato a diputado en el 2021 (para lo cual debería pensar mejor el tenor de sus declaraciones públicas, dentro y fuera del país), pero la oposición debe pensar en un esquema de liderazgo plural y cooperativo, que maximice su capacidad para atraer segmentos electorales múltiples, diversos e incluso en algunos casos contradictorios.