En un sistema presidencialista tan marcado como el argentino la figura del Presidente de la Nación, su conducta, sus gestos y actitudes son casi una parte de la vida diaria de todos los argentinos y particularmente de los periodistas que escribimos. Es una realidad inevitable.
Argentina tuvo durante años gobiernos muy débiles, y por eso tenemos -sin lugar a duda- una democracia inmadura. Recordarán Uds. que dos presidentes radicales tuvieron que dejar o huir del poder y tuvimos cinco presidentes en escasos siete días. ¿Estamos o no estamos frente a un gobierno débil? Estimo que no lo estamos. Es el Dr.Kirchner un hábil político que ha sabido tramar alianzas que por un lado lo han fortalecido en el poder pero por otro lado han disminuido la calidad institucional en la Argentina. Su gobierno se ha visto favorecido por circunstancias económicas favorables a nivel internacional, que repercuten en el plano interno y logra consenso porque en la escala de valores de una sociedad materializada, lo que más importa es la situación económica.
En la trama o armado de las grandes alianzas políticas el primer mandatario comete excesos. No maneja muy bien los conceptos de autoridad y cae en el autoritarismo. ¿Por qué? La autoridad nace del prestigio de una persona independientemente del cargo que ocupe, esté o no en la función pública. La autoridad nace del respeto y del disenso, del pluralismo real y concreto. En Argentina vale casi todo en política y además no estamos acostumbrados a disentir respetándonos los unos a los otros. Es una suerte de “discriminación” entre los que piensan como uno y los que no piensan como uno. El Dr.Kirchner -lamentablemente lo digo- tiene conductas muy parecidas a quienes nos gobernaron en épocas de la dictadura que tanto él como su séquito critican a rabiar.
Debo aceptar que los argentinos no estamos acostumbrados a vivir en democracia pese a que ella ha retornado en el año 1983. La democracia no es sólo tener la posibilidad de “elegir” a nuestros representantes, es la posibilidad de dialogar con ellos, una vez que accedieron al poder. No son dueños del poder, sino que administran “temporalmente” el poder que les hemos delegado.
El autoritarismo conduce a la problemática de las reelecciones indefinidas. El ejercicio del poder pretende ser ilimitado y es allí cuando surgen los más graves problemas y baja la calidad de las instituciones de una república. Se producen excesos que no son el resultado del ejercicio de una "autoridad delegada" sino de un gobierno autoritario. Es este último el que intenta ponerle freno al ejercicio delegacional que le dimos al momento de elegirlo. El autoritarismo implica una fuerte negación de principios republicanos y termina de esta manera vulnerando el equilibrio de poderes y la libertad ciudadana. Estos ya por temor a represalias, por presiones de todo tipo, no sienten alegría alguna. Es hora de que los argentinos meditemos seriamente qué es lo que queremos para votar bien en el año 2007.