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Indek sanitario y guerra a los empresarios: dos malas ideas

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Se eligió echarle la culpa a otros
Se eligió echarle la culpa a otros

¿El gobierno está lanzado a sumarle una guerra de clases a la guerra contra el virus, para descargar en otros las culpas por los problemas económicos? ¿Qué piensa hacer con las empresas que no pueden pagar sus sueldos, ahora que empieza abril, se estiró la cuarentena y su dura estrategia sanitaria se volvió manifiestamente incompatible con casi toda la actividad económica? ¿Subestimará el registro de los despidos y clausuras, como hace con los contagios?

 

Esto último sabe que le resultaría muy difícil. Alberto afirmó eufórico el lunes pasado que “estamos dominando al virus”. “Estamos ganando” reloaded. Sin duda, una exageración. Pero al menos una que puede dibujarse, con el simple expediente de no hacer más tests. A lo que se sumó ahora que ya no se informa sobre los que dan negativo, con lo cual no se puede saber cuántos hacen realmente. En cambio, es imposible practicar un similar subregistro con los dramas económicos: porque ellos se están extendiendo mucho más rápido que los contagios y saltan a la luz, porque hay una historia que vuelve hipersensible el tema, y porque el propio presidente puso al frente del Indec a un funcionario al que no puede pedirle que imite a Ginés. Si se observa el sitio del Instituto de Estadísticas se verá que en estos días está informando con lujo de detalles cómo se seguirán recogiendo los datos de actividad, empleo e inflación a pesar de las dificultades que genera la pandemia para hacer trabajo de campo, comprometido a mantener la transparencia y fidelidad de sus informes.

En materia económica, entonces, dado lo difícil que era disimular, se eligió echarle la culpa a otros. El presidente, con su tono cada vez más paternalista y apenas más sutil que el de Cristina a la hora de descalificar a quienes no se le someten o escoge como cabeza de turco, acaba de lanzar una consigna incendiaria contra los empresarios que no paguen los sueldos o despidan: según él son mezquinos especuladores que no aceptan “ganar un poco menos”, unos “miserables” de los que nos va a proteger.

Cebado con el éxito de sus anteriores insultos, que dedicó a individuos aislados, “chetos” renuentes a acomodarse a la cuarentena, pasó demasiado rápido a insultar a una amplia categoría social, los que deben pagar salarios en la economía privada. Y en vez de recoger apoyos, disparó un extendido cacelorazo en su contra. Como siempre le pasa, creía estar a punto de reeditar el 2003 y reeditó el 2008. Una pena.

¿Es que no advierte que con las medidas que él mismo viene tomando muchos miles de empresas no están “ganando menos” sino que están perdiendo guita a carradas y van camino a la quiebra, o ya quebraron? ¿O lo sabe y no le importa, porque como él mismo dijo, levantar la economía es fácil pero no se puede levantar a los muertos?

¿Cree que sí va a poder levantar con facilidad empresas muertas, así que ahora no importa tanto lo que pase con la economía? El Comité de Salvación Pública en que parece haberse convertido el Ejecutivo no se detiene en estas nimiedades. Avanza con su “Cuarentena o Muerte”, suerte de actualización siglo XXI del “patria o muerte” rosista. Y como pinta la cosa vamos a tener Cuarentena Y Muerte, de miles de empresas, y tal vez, como consecuencia, de más gente por el derrumbe económico que por el virus.

La diatriba de AF estuvo dirigida especialmente a Techint, que anunció el despido de 1450 empleados de su empresa constructora, debido a que sus operaciones se congelaron, fruto del parate de la obra pública y privada, que dispuso el propio gobierno. Uno de sus directivos, a la sazón excolega del presidente, Miguel Ángel Toma, le contestó: sugirió que si el gobierno no quiere que despidan, deberían dejarlos bajar los sueldos, y para eso haría falta una reforma draconiana, mucho más dura que todas las imaginadas en tiempos de Menem, de la ley de contratos de trabajo, que por su rigidez hoy impide hacer esas cosas.

Una señal más de lo equivocado que está el diagnóstico oficialista, según el cual la crisis le da la razón al “modelo peronista” y va a convencer de sus bondades urbi et orbi, todos los países del mundo lo van a abrazar: si por un lado ella exige a los estados intervenir con políticas activas para sostener la demanda, por otro vuelve del todo inconvenientes reglas laborales ya desde hace décadas problemáticas, como las que heredamos de los primeros gobiernos de Perón. Además de aparatos estatales inflados y técnicamente deficientes y otras linduras que el “modelo” también nos impuso.

Bajar los sueldos es algo que vienen haciendo muchas empresas en otros países, para evitar despedir a todo el personal. Tienen el argumento de que sus ventas se derrumbaron, es el caso de las aerolíneas, o de que al menos su actividad cayó, hay mucho menos trabajo, y si se trabaja menos es lógico que se pague menos. Usan el argumento, además, de que sus empleados tienen menos gastos, pues se quedan en sus casas, no se trasladan, no comen afuera, etc.

Pero entonces, ¿no le cabría el mismo criterio a los empleados del Estado? Para completar un día horrible en términos de comunicación y construcción de su liderazgo, el presidente contestó muy mal cuando se le preguntó por qué no se reducía él también el sueldo. Acababa de anunciarse un recorte de 20% a todos los funcionarios jerárquicos en Uruguay, y medidas semejantes en Mendoza y San Juan. Alberto no tuvo mejor idea que contestar que él gana mucho menos que un juez de la Corte, así que nones.

Eso terminó de caldear los ánimos y movilizar el cacerolazo. En una situación como la que vivimos, queda a la luz que cuando todo lo demás se derrumba, el Estado aún es capaz de sobrevivir, porque puede seguir emitiendo moneda. Y si eso no alcanza, patacones, como están ya pidiendo que haga varios intendentes y gobernadores. El desafío para un Estado moderno, y democrático, es sobrevivir sin que la sociedad de la que se nutre vuelva al feudalismo, a una situación en la que sólo hay espacio para productores de comida, recaudadores de impuestos y cortesanos. Si el presidente no lo entendió, fue porque estaba demasiado atento a las “oportunidades” que le ofrece la emergencia, al proyecto de convertirse en Churchill, haciendo peronismo clásico.

Vistas las reacciones que desató, ¿hará ahora un esfuerzo por moderar su espíritu populista y antiempresario, ofrecerá una salida intermedia, como sería ampliar los Repros y pagar parte de los sueldos de las empresas con recursos públicos? ¿Y si para tanto no alcanza la plata, como es obvio que no va a alcanzar a menos que se emita descontroladamente, se atreverá a hacer un giro pragmático hacia reformas del mercado de trabajo, y del Estado, aunque eso signifique admitir que no todo el legado peronista sirve como antídoto contra el virus?

Difícil saberlo. Puede que siga acusando a los empresarios y demás “privilegiados”, porque crea que eso vende en las encuestas. El ánimo inicial de buena parte de la sociedad era ya desde antes marcadamente antiempresario, y lo es más todavía desde que los “chetos” nos trajeron el virus, versión que también muchos en el oficialismo se ocuparon de difundir y agitar. Ahora dirán que fueron esos mismos malditos contagiosos los que cacerolearon y de nuevo amenazan la “unidad de los argentinos”. Un espíritu malvinero que viene en alza y en unos días tendrá ocasión de alimentarse más todavía.

Tal como creyeron los promotores de la guerra del Atlántico Sur, algunos en el gobierno creen que la actual guerra contra el coronavirus” podría servir para legitimar otros combates. Contra los antiargentinos que critican a las autoridades, contra los que no ponen el hombro ni son solidarios, etc. ¿Les va a servir realmente? Cuando la situación económica empeore, y eso seguro sucederá, muchos que ahora festejan al presidente lo van a empezar a mirar con más recelo aún que el que les inspiraba al momento de asumir. Así que le convendría cuidarse de la ola inicial de apoyo, y del espíritu de “unidad nacional” que es su combustible. Porque igual que a Galtieri, le va a costar retener apoyos tan inflamables cuando el “estamos ganando” de hoy se trasmute, en el mejor de los casos, en un “perdimos, aunque por poco”.

Sin embargo, por ahora parece estar muy contento con las encuestas que recibe, y se deja llevar por su influjo: “la gente nos apoya, démosle para que tengan a quienes nos critican o resisten nuestras decisiones”. Pasando por alto las muchas trampas y ambigüedades que encierran las encuestas de estos días.

A una mirada superficial de las mismas le podría resultar creible que el presidente se acostó Fernández el pasado 19 de marzo y se despertó Churchill el día siguiente. Pero cuidado con la letra chica: muchos que apoyan entusiastas sus decisiones y desde que empezó la cuarentena ven en él coraje y responsabilidad, creen también que el daño que les acarrearán sus decisiones será acotado y la crisis breve. Incluso sucede algo curioso, y aparentemente contradictorio: el miedo al virus crece y con él crece el apoyo a la cuarentena, pero al mismo tiempo sube el porcentaje de gente que cree que pronto la situación económica va a mejorar (hoy es del 43%, antes del estallido de la pandemia era alrededor de 35%). Es decir, crece el porcentaje de gente que se engaña a sí misma, algo muy común en las fases iniciales de los procesos bélicos: vivimos el tiempo de las banderitas en los balcones, en apoyo entusiasta a los batallones que parten al frente. En verdad, eso es lo que estábamos viviendo hasta el lunes 30, ese día los balcones, sin estadios intermedios, se llenaron de voces enojadas y cacerolas. ¿Qué pasó?

Los buenos gobernantes, los verdaderamente responsables y democráticos, ante la euforia de sus gobernados se preparan para lo que inevitablemente le seguirá: la escasez, los ataúdes, la tristeza, se cuidan de exagerar el entusiasmo y más todavía de engrosar las filas de sus futuros críticos y adversarios. Y por sobre todo, se cuidan de montar otras guerras arriba de la guerra que se está librando. Hacen como Churchill, no como Lenin ni cono Stalin.

 
 

10 comentarios Dejá tu comentario

  1. Es cierto que primero está la vida, que una vez que te fuiste al otro mundo se terminó todo, que la economía se puede eventualmente recuperar. Alberto habla como si pretendiera dar cátedra empleando una frase tan obvia como si se tratare de un gran hallazgo. Algo por el estilo se oyó muchas veces antes, el pionero debe haberlo dicho 5000 años atrás. Los consejos del monje de Kung Fú le quedan grande. Lo que ocurre es que esto señores (otra verdad de perogrullo al modo Winston Fernandez), no es Japón ni Finlandia, lo que en casi todas partes resulta algo tan básico ya sabemos de sobra que por nuestros pagos no funcionará así. Imaginen que si al tipo no le daba para levantar la economía antes del inicio del aislamiento, la que nos espera cuando el problema sea dual, crisis económica ampliada sumada a los efectos de un virus todavía sin domar. La vida es prioridad pero sin economía no hay paraíso, se nota mucho que Alberto nunca pagó una quincena, que si piensa gobernar como sheriff de pueblo chico, dejando morir a miles de empleadores, no va a llegar muy lejos. Y no crean que CFK podrá ocupar su lugar, creo que a ella le será imposible gobernar.

  2. Novarito...¿seguís hablando o digo quien te paga? Ya te dije en tu nota anterior que tenés precio, y si ese precio lo pagó Magnetto para convertirse poco menos que en el Nelson Mandela de Cristina (él, no vos), entonces si te compraron no vales nada. Como intelectual que fuiste alguna vez deberías haber cuidado tu nombre y honor, pero no será. De intelectual a cronista de este sitio. Triste Novarito...Horacio González te manda saludos.

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