Frente a la pandemia del coronavirus, Argentina afronta dos problemas, el sanitario y el socio- económico.
Se teme que, por las condiciones de pobreza, el conurbano bonaerense será una de las zonas más castigadas.
Un claro ejemplo es el partido de La Matanza, que según declaraciones del propio intendente Fernando Espinoza, el municipio de 2.750.000 habitantes cuenta con 2.600 camas (dato algo dudoso y difícil de comprobar). Esta cantidad alcanzaría solo para menos del 1% de la población matancera.
Obviamente, esta pandemia tomó por sorpresa a absolutamente todos los países del mundo, que por más desarrollados que sean sufren miles de muertes a diario. En este punto, es necesario aclarar que no son confiables, de ninguna manera, los datos que muestran, tanto China como Rusia. Históricamente está demostrado que absolutamente siempre los países comunistas manejaron las estadísticas según su conveniencia, tal como dicta el manual marxista.
Volviendo a nuestro país, en referencia a la situación sanitaria encontramos tres problemas estructurales, que son la falta de recursos económicos, falta de datos estadísticos y una gran desigualdad económica y territorial.
Esto hace que más allá de que haya una gran disparidad de recursos según las provincias, ciudades y pueblos, que no sea lo mismo atender a, por ejemplo, enfermos de ciudades como Buenos Aires, Córdoba, Mar del Plata o Rosario que a pacientes de pueblos del interior de cualquier provincia del Norte.
A esto debemos agregar que el gobierno nacional no tiene, a ciencia cierta, ni si quiera el total de la cantidad de empleados públicos de las provincias. Entonces, ¿como programar con efectividad un plan de contención sin tener, si quiera, datos y recursos?
Esta crisis, por lo tanto, deja al descubierto nuestras necesidades y carencias debido al real nivel de desempleo, empleo en negro y de pobreza, especialmente en el interior y el conurbano bonaerense.
Esta crisis encuentra la Argentina con un estado quebrado, que no es de ahora, sino que es producto de décadas en las que ese mismo estado se encargó de despilfarrar recursos.
Pero veamos el lado bueno (si es que existe un lado bueno). La Argentina tiene la ventaja de poder haber aprendido de lo ocurrido en otros países. Esto hizo que el gobierno haya tomado la correcta decisión de implementar la cuarentena.
Pero la cuarentena nos arrastra a otro gran problema, que es la recesión económica. Esta recesión obligará, indefectiblemente, al estado a tener que imprimir más billetes de los que venía emitiendo hasta ahora. Tal es así que varios gobernadores sugirieron volver a lanzar cuasi monedas provinciales como en 2001/2.
La solución, que no es mágica, podría causar un gran desorden monetario, por lo que -de hacerse- esa emisión de bonos debe ser solo del Estado Nacional y poder tener un control sobre provincias y municipios para que no emitan -y gasten, especialmente- de manera desordenada.
De todas maneras, de todo esto se deduce que las consecuencias son tan conocidas como inevitables: más inflación.
Por supuesto además de las dos cuestiones que citamos al principio, las sanitarias y socio económicas, existe un tercer frente, el político.
El presidente Fernández en su mensaje a la ciudadanía con motivo de anunciar la extensión de la cuarentena no tuvo mejor idea que decirle a los empresarios que "ya ganaron mucho, y llegó la hora de que ganen menos".
Sin embargo, no dijo nada sobre cómo se ganan la vida ellos, los políticos, que siempre, absolutamente siempre ganaron, y jamás perdieron un solo centavo.
Un sector de la sociedad reaccionó exigiendo a la clase política que ellos también dejen de ganar. Algo que nunca hicieron. Pero no se trata solo de que se bajen los suculentos sueldos que tienen por hacer nada, es algo muchísimo más complejo.
Se trata de reducir gastos, se trata dejar de despilfarrar, se trata, en definitiva, como alguna vez dijo Luis Barrionuevo, de que dejen de robar, aunque sea por dos años.