Los
mitos son relatos cuyas proposiciones se presentan como supuestas verdades
cuando en realidad incluyen variables grados de deformación o exageración de
éstas últimas. El tiempo opera sobre ellos como albañiles que añaden sucesivas capas de revoque sobre una vieja
pared: cada uno usa técnicas y estilos propios de su época mientras debajo quedan los ladrillos y los cimientos
que al estar cubiertos ya no dicen nada sobre su verdadera solidez. Por tanto,
entre el mito y la realidad originaria mitificada hay una gran diferencia, fruto
de mistificaciones. Nada más cargado de ideología que un mito.
Tal
la tesis de que el atraso y la pobreza en Latinoamérica son fruto exclusivo de
la dominación norteamericana y sus aliados locales. El reconocimiento del
neocolonialismo y el imperialismo existentes no excusan su falsa exclusividad ni
su carácter funcional a tantos gobiernos mediocres de las posdictaduras de los
70´s y 80´s, al exculpar sus continuados fracasos en la democratización y la
erradicación de la pobreza.
La
penetración implacable de los intereses norteamericanos en la región no
resulta únicamente de las relaciones
históricas y de las asimetrías entre su economía y las de nuestros países,
ni de su ímpetu avasallador o de las violaciones a los derechos humanos, lo
cual no es poca cosa. También, y cada vez en mayor medida, es fruto de razones
tan poco épicas y honorables como la incapacidad de gobiernos y dirigencias políticas
y económicas locales para generar proyectos de crecimiento serios y éticos,
cuando no de una desmesurada venalidad de todos ellos. Lo mismo vale para tantas
experiencias populistas: ni fueron ni
son paraísos terrenales ni cayeron ni caerán exclusivamente por una conspiración imperialista-oligárquica.
La
caracterización es similar tratándose de las alternativas ensayadas por
derecha. Las fracasadas políticas
neoliberales del ´90, en rigor de verdad “seudoliberalismo”, se aplicaron
no por convencimiento ideológico de sus impulsores sino por mero oportunismo
sin principios, asaltando el Estado para su desguace a cambio de retornos de las
privatizaciones, saqueo de fondos públicos, cuentas bancarias secretas en el
exterior, evasión fiscal universal, clientelismo y chequeras, con el patrimonio
nacional y el endeudamiento público como garantía.
Las
“primaveras” de Fujimori y Menem -no superadas por los pretendidos
“veranitos” nacionalistas de Chávez- fueron meros fuegos de artificio a
costa de recursos estatales en una parodia de crecimiento y redistribución
social.
Saltearse
estaciones “alibabeando” impunemente con cuarenta mil … lomos negros… ,
en el caso de Argentina, no es propio de estadistas sino de sinvergüenzas o de
imbéciles, y aquí tuvimos abundancia de ambos.
Los mentirosos actuales, rejunte de nacionalismo y socialismos trasnochados
sin propuestas racionales ni democráticas, prometen el fin de la pobreza tras
la contienda final contra Bush. Dada la irresistible fascinación del poder y
sus tentaciones, además de la excusa de la disparidad de fuerzas y lo
supuestamente “noble” de la causa, sacrifican ingentes libertades y garantías
ciudadanas en el altar del patrioterismo con la entusiasta legitimación de sus
seguidores y su justificación en el ficticio y mistificador
tribunal de la historia.
Inevitablemente
esas restricciones a la libertad –al principio siempre transitorias y para
protegernos de los malos- acaban volviéndose consustanciales al hegemonismo político
instituido. De modo que los iluminados y los carismáticos, sean del tipo clásico
o del romántico, suelen terminar fatalmente como dictadores o tiranos odiados y
temidos por sus pueblos, a límites
en que éstos prefieren cambiar un tirano conocido por otro a conocer.
Tal
planteo autoritario, basado en la ley de la fuerza y la acumulación personal de
poder, en lugar de la fuerza de la ley y el Estado de Derecho, requiere
imperiosamente una varita mágica para hacer magia política: el “milagro” máximo
es siempre el mismo: el dominio y control absoluto del Estado.
La
explicación imperialista del atraso latinoamericano, omnipresente en los 70´s,
restaurada actualmente por algunos gobiernos latinoamericanos es una
simplificación hipócrita : todos los fracasos del último medio siglo no
respondieron a esa única causa, ni sus relecturas posteriores son ya
coincidentes con sus estereotipadas versiones originales.
El
estatismo crea ilusiones fugaces como las de Cenicienta aunque sin final feliz,
simples estados transitorios con plazos variables pero inexorables de resolución:
cuando se agotan y mueren, en lugar de enterrarlas los dictadores las embalsaman
y obligan al pueblo a adorarlas poniendo en ello todo su poder mistificador para
prolongar su sobrevida como mitos, es decir, usando más coacción estatal e
intervenciones carismáticas. Fuerza, manipulación, personalismo y propaganda,
y una funcional agudización de la socorrida
victimización por parte de USA son los ingredientes imprescindibles para este
cocktail servido en la mesa de los dictadores.
¡Qué
bien les viene siempre un “victimizador” externo bien visible! Éste es un
gran traccionador pues comparativamente la víctima aparece “buena” automáticamente,
y como mayor sufrimiento y abismamiento es inconcebible tras dos siglos de
independencia desaprovechada y de historia mal contada, sólo resta rebotar
hacia un inexorable y próximo futuro feliz, siempre y cuando ganemos las próximas
elecciones…
Por
tanto, papá bueno se agiganta y el hijo se achica. Participación ciudadana
restringida, pasiva y formal, crisis de representación, baja calidad
institucional, desesperanza, mayor corrupción oficial que la que se venía a
erradicar, aumento de la pobreza y la desocupación, aumento del clientelismo,
fragmentación social, anomia, restricción de libertades y garantías, represión,
etc, serán la cicuta que envenenará a las
mayorías.
El
inevitable fracaso, agotadas sucesivamente las variables de ajuste disponibles
en cada situación local, podrá ser ocultado a un pueblo alienado con la
mistificación mayor que es la guerra, o con una invasión salvadora que los
derroque oportunamente para culpar del fracaso de la utopía a la secular
conjura interna-externa, ocultando sus propias responsabilidades. Entretanto,
alardearán y desafiarán a los poderes universales prometiéndose el
martirologio propio y ajeno hasta la victoria final o hasta que sólo queden
ruinas humeantes sobre la tierra, aunque seguramente corran a refugiarse en
alguna dictadura prehistórica a gozar de la “jubilación” previamente
transferida a su nuevo domicilio.
Valga
entonces, esta refutación del mito: el Estado ha sido y es foco de corrupción
en todos los turnos políticos. Los nacionalistas atribuyen la exclusividad del
ansia y la práctica del entreguismo del patrimonio nacional a la oligarquía,
eludiendo reconocer que a su turno saquearon al Estado munidos de manos ortópedicas
suplementarias y hasta disfrazándose de lo que no eran para lograrlo.
Pero
el Estado no es consustancialmente corrupto ni tampoco es deficitario en todos
los lugares del mundo. Obviamente, los corruptos son quienes lo controlan. Pero
en este aspecto no cabe dudas de que el ranking lo encabezan los Estados
latinoamericanos.
Carlos
Schulmaister
Comparto línea a linea la descripción del mito encarnado en la misebiralidad eterna del homo pretendidamente sapiens.