"Detrás de las paredes recelosas, el sur guarda un puñal y una guitarra”. Jorge Luis Borges
Cristina Fernández es una persona realmente perversa; y eso está en su ADN. Pero es auténtica: es malvada, y lo parece; no hay disimulo alguno. ¿Alguien puede creer que la Vicepresidente podría haber olvidado las gravísimas acusaciones de Alberto Fernández en su contra desde que se fue del gobierno en 2008? En la medida en que fueron lanzadas por quien fuera Jefe de Gabinete de su marido muerto, tenían además una brutal potencia incriminadora; estoy seguro que, más allá de las idílicas fotos, conserva un odio infinito contra su Presidente delegado. No lo considera, a él ni a su círculo íntimo, propia tropa, y avanza a paso redoblado sobre la estructura del Estado, en especial aquellos organismos –ANSES, Aerolíneas Argentinas, YPF, etc.- que reportan fondos y base de sustentación política.
Mientras tanto, procura aislar a la Argentina de toda relación con aquellos países cuyos actuales gobiernos no comulgan con su proyecto de recrear el “socialismo del siglo XXI”, aunque se trate de todos los vecinos, de Estados Unidos y de la Unión Europea, para dejarnos sólo asociados a Venezuela, Nicaragua, Cuba, Rusia, Irán y China. En ese sentido van movidas tales como la incorporación de Alberto Fernández (único Presidente en ejercicio) al Grupo de Puebla, en el que militan su íntimo consejero (Marco Enríquez-Ominami), Luiz Inácio Lula da Silva, Rafael Correa, Evo Morales, José Luis Rodríguez Zapatero, la pretensión de revivir a la fallida UNASUR y la ahora desmentida separación del MERCOSUR en sus negociaciones.
El kirchnerismo se destaca entre los actuales partidos políticos –ya estamos formando UNIDOS para tener una alternativa liberal- por ser el único que tiene un plan concreto y claro, por muy siniestro que éste sea. En él, se mezclan el disfraz de la ideología, la fuerte vocación por el renovado saqueo y, por supuesto, la anhelada impunidad de Cristina, su familia y de sus cómplices, al menos los que Cristina Fernández aprecia.
Si el Presidente, que carece de estructura propia y territorio y ha debido lotear todas y cada uno de los ministerios, tuviera la intención de parir un “albertismo” y separar su destino de aquélla, debería hacerlo ahora mismo, cuando aún goza de las mieles que le deparan las encuestas por la forma en que condujo la crisis del Covid-19. Porque cuando, finalmente, se vea obligado a levantar el confinamiento del cual se ha enamorado –lógico, le permite gobernar sin H° Aguantadero y sin Justicia- la real situación socio-económica derrumbará sin piedad esa frágil popularidad, y se incrementará su dependencia de las decisiones de esa verdadera guarida de delincuentes que es el Instituto Patria, si es que éste no decide prescindir de él.
Creo que llegó el momento de analizar qué es la pandemia, cómo se la ha combatido, por qué el mundo entró en pánico y cuáles fueron las consecuencias de la cuarentena y la paralización total de la economía. No sabemos, porque no se han podido testear, cuántos infectados reales hay en el planeta y, menos aún, en la Argentina. Pero sí sabemos cuántos muertos se han adjudicado hasta hoy al virus: la información dice que fallecieron 260.000 personas en todo el globo (o sea, el 0,003% de la población mundial), y que una mayoría de ellas tenía mucha edad o padecía de graves patologías preexistentes. Para comparar, en 1918 la “gripe española” mató a 50 millones, es decir, el 3% -1.000 veces más- de los habitantes del planeta.
Es necesario dejar claro dos puntos: 1) toda muerte es penosa y lamentable, y 2) seguramente, la férrea cuarentena ha logrado que esa cantidad de decesos sea tan acotada. El pánico que la OMS y la prensa canalla instilaron en las personas, los hogares y las comunidades, ha logrado que todos hayamos internalizado la necesidad de cuidarnos. Que, además, el confinamiento haya permitido a los populismos fascistas de derecha y de izquierda avanzar sobre las libertades y los derechos de los ciudadanos, supongo que debe haber sido mera coincidencia.
Pero el mundo –China incluida, y por eso creo que la difusión de la enfermedad se debió a un accidente, tipo Chernobyl- pagará un elevadísimo costo por la verdadera bomba atómica que detonó sobre la economía global. En la Argentina, que carece de ahorro y de confianza para obtener crédito, ese costo será sideral: la recesión se extenderá por mucho tiempo, innumerables empresas quebrarán, el desempleo golpeará, el consumo caerá a niveles inéditos, la inflación no tendrá techo, y el hambre se extenderá.
Luego de la fallida masacre que hubiera debido causar la coincidencia masiva de jubilados y pobres el 6 de abril y de la escasa demanda de camas y respiradores generada hasta ahora, ¿el riesgo de más fallecimientos justificó de verdad tamaño golpe a la economía del país? ¿Cuántas personas han muerto en el ínterin morirán por falta de diagnóstico precoz, por demora en intervenciones quirúrgicas, por no realizar estudios preventivos o tratamientos habituales, por violencia doméstica? ¿Cuántos, en especial los más chicos, sufrirán problemas psicológicos por el aislamiento? Y luego, ¿cuántos morirán por hambre, cuántas empresas dejarán de existir?
Mal que les pese a los gobernantes de todo nivel, que parecen no saber cómo hacerlo, es necesario terminar con el confinamiento obligatorio pensando en los “daños colaterales” que la guerra contra el Covid-19 ha producido y tener en cuenta que ya la sociedad ha adquirido los hábitos necesarios para protegerse, para poner en marcha hoy mismo toda la estructura productiva del país, incluyendo sus cielos, con las precauciones sanitarias del caso.