Mayo le está marcando a la administración de los Fernández que será un mes decisivo para el futuro económico del país porque más allá de la pandemia, la cuarentena y el status sanitario, la economía necesita de una fuerte inyección de dinero si es que la clase política dirigente no quiere contar los desempleados por millones.
El plazo autoimpuesto para renegociar la deuda en el marco de una histeria inexplicable, abrirá la puerta a una situación que por sí sola merece tratarse con extremo cuidado. El casi seguro rechazo de la oferta por parte de todos los bonistas, dejará a la Argentina en el mismísimo default, algo que hasta ahora intentó evitar con muchísimo esfuerzo.
Un status de país en default es el peor escenario por el cual debe atravesar un país. Y aunque la Argentina conoce perfectamente lo que es vivir en default, olvida fácilmente las consecuencias de este estado.
Un default implica no estar apto para ser sujeto de crédito por parte de la comunidad internacional y tampoco conseguir prefinanciación para poder exportar. Todo lo que quiera vender el país deberá ser producido con ahorro interno y en dólares. Pero tampoco podrá acceder a divisas para poder importar insumos básicos o intermedios para poder transformarlos en bienes finales, lo cual significa que las pretensiones de la Argentina de salir al mundo quedarán truncas.
En segundo lugar, el status de default implica no poder emitir nueva deuda en ningún mercado en moneda extranjera porque está colocado en un umbral de desconfianza absoluta, simplemente porque no paga. En tercer lugar, deberá renunciar a cualquier tipo de alianza comercial ya que si no puede importar y acceder a divisas, tampoco podrá exportar. En cuarto lugar, y esto es lo más peligroso, las tarifas de los servicios públicos dolarizadas y no actualizadas, darán lugar a nuevos juicios en tribunales internacionales y cuando no, el abandono de la concesión por parte de los inversores extranjeros.
Más allá de las consecuencias de una decisión ya probada, la escasez de divisas llevará inexorablemente a un deterioro del tipo de cambio de proporciones impensadas dado que su precio tiende a crecer cuando hay escasez o cuando hay alta demanda. Y cuando esto ocurre, el precio de los activos argentinos disminuyen hasta niveles irrisorios, lo que permitirá que alguien los compre por monedas.
Esta es una vieja maniobra perpetrada por el kirchnerismo durante la década perdida de comienzos de siglo donde los “amigos del poder” se quedaron con bancos y con grandes compañías de servicios públicos monopólicas sin poner dinero, lo que dio lugar al surgimiento de la nueva burguesía nacional.
¿No es acaso una vieja maniobra ahora recreada para abrirle las puertas a los nuevos amigos del poder ahora de la mano de los jóvenes adultos de “La Cámpora”? ¿No es acaso el viejo proyecto montonero que quiso abrirse camino a los tiros en los ’70 y bajo la fachada de la lucha ideológica escondía sólo codicia y poder económico?
Lo que no se pudo hacer por la violencia de las armas, ahora se ensaya mediante el uso de la forma de la “emergencia”, bajo la fachada democrática, en ambos casos bajo un relato ideológico para que la inmensa mayoría “se coma el amague” y que sea tarde cuando proteste.
Mayo es la bisagra que puede cambiar la historia y si la gente no reacciona será demasiado tarde.