La Iglesia detectó que a sus comedores comunitarios ya no van solo los pobres, sino también integrantes de la clase media que cayó bajo la línea de la pobreza ante el agravamiento de la situación económica como consecuencia de la cuarentena. O sea, se repite la situación que se produjo a raíz de la crisis de 2001 cuando los asistentes no eran solo los que estaban en los sectores sociales más bajos. Es todo un dato.
Por cierto, no es el único dato que está empardando el actual cuadro social con la terrible implosión de comienzos de siglo. El INDEC informó en los últimos días que 2019 cerró el año con un nivel de pobreza del 38,3 %, casi lo mismo que midió la UCA. Se estima que actualmente rondaría el 45 % y no se descarta que se acerque al 52 % al que llegó a comienzos de 2002, cuando la debacle golpeó de lleno.
Seguramente habría que sumar el impacto que en los próximos meses tendrá la emisión monetaria en la inflación, considerar el temor de muchos con recursos a consumir y, en fin, no olvidar el riesgo de default de la deuda, todo lo cual profundizaría una recesión de más de dos años, precedido de un estancamiento de diez y una proyectada caída del PBI de no menos de seis puntos.
Ante semejante cuadro, llama la atención en la Iglesia que el presidente de la Nación se moleste cuando está anunciando los nuevos alcances de la cuarentena y le preguntan sobre la economía, como si se tratara de cuestiones contrapuestas, casi como diciendo que es una falta de respeto en medio del cuidado de la salud traer a colación cuestiones del quehacer económico.
Es evidente que la gente está preocupada por su salud, como lo reflejan las encuestas, pero también por lo económico. Y ello demanda señales desde el Gobierno que arrimen algo de tranquilidad. Alberto Fernández debería aprovechar sus dotes de docente para explicarle a la gente cómo va a seguir esta película, no limitarse a decir que hay un plan que, por cierto, nadie conoce.
Acaso sería bueno que así como hay un comité de epidemiólogos que asesoran ante la pandemia, haya otro de economistas, empresarios y sindicalistas que eleven ideas económicas. Y al igual que lo que propone el grupo de médicos, lo que sugiera esa mesa multisectorial dependa de la aprobación del presidente, que –obviamente- puede aceptarlo o rechazarlo.
Alberto Fernández cuenta para ello con un marco propicio: el alto nivel de aprobación acerca de cómo está conduciendo la cuarentena y el acompañamiento de casi todo el espectro político, empresarial y sindical en la renegociación de la deuda. Hasta la Iglesia y el propio Papa dieron un aval implícito al criterio gubernamental de tener en cuenta lo social.
Dicho de otra manera: una convocatoria amplia y plural no sería vista como una señal de debilidad política. Pero no parece que el presidente esté interesado. En esto repite la historia de todos los mandatarios, que en campaña se llenan la boca de hacer aperturas y que al llegar al Gobierno se olvidan de concretarlas.
Quizá también habría que preguntarse cuál es la actitud de su vicepresidenta, Cristina Fernández, en esto de buscar grandes acuerdos. Tampoco parece vérsela muy dispuesta. Nunca fue dialogante ni mucho menos consensual. Sería una pena dejar pasar esta ocasión.
Eso si, señor presidente, al menos no se enoje cuando le pregunten sobre la economía.