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Nuevas o viejas, igualmente dictaduras

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NADA SE PIERDE, TODO SE TRANSFORMA
NADA SE PIERDE, TODO SE TRANSFORMA

    Salvo deshonrosas excepciones, las dictaduras latinoamericanas fueron barridas durante los 80´s, seguidas por la trabajosa reinserción de las fuerzas armadas en una democracia recuperada que no clausuró la emergencia de nuevos modelos autoritarios.
    Una alternativa en este sentido fue el autogolpe civil con apoyo militar “profesional” que, previsiblemente, acabó con sus protagonistas exiliados y encarcelados. Sin embargo, la sociedad civil afirmó la vida institucional en todas partes hasta que el diablo reapareció junto con la tentación totalitaria en los 90´s, con ropaje neoliberal y corrupción oficial extrema.
    Pero hoy el diablo también habla español mientras edifica modelos (¿nuevos?) basados en una feroz agregación de poder y  fuerza por vías legales y de hecho  que reducen la juridicidad a una mera variable de ajuste de la tensión política entre gobierno y oposición.
 
    En general, el fuerte desprestigio de unas fuerzas militares y de seguridad con una historia negra anterior las ha llevado en algunos casos a un retraimiento que es aprovechado por huestes frenéticas interesadas en subrogar su rol.
 
    Pero el diferimiento de la catarsis social completa -incluida la necesaria justicia total- y el de la lógica reasignación de la confianza popular en instituciones que paga todo el pueblo pero que buena parte del mismo desconsidera no siempre por decisiones propias sino en gran medida por seguidismo clientelar del oficialismo; y que  en lugar de respetar y convalidar en democracia el rol constitucionalmente atribuido a ellas, acaban siendo maniatadas, desacreditadas, impugnadas y hostigadas; todo ello constituye una mala señal y una mala semilla para el futuro. Lo saben muy bien los uniformados como los políticos, pero muchos civiles parecen ignorarlo.
 
    ¿Cómo reaccionarán las fuerzas armadas y de seguridad el día que uno de los suyos caiga ante el ataque  impune de civiles más parecidos a tropas de asalto fascistas que a ciudadanos reclamando derechos?
 
    Hay más cambios aún: antes los dictadores asaltaban el poder. Hoy devienen tales en democracia, por medio de una escalada confiscatoria de porciones de soberanía y voluntad populares, colectiva e individualmente consideradas, incrementando discrecionalidad, arbitrariedad, y adhesiones populares.  
 
    La “justificación” la proveerá el discurso oficial respaldando la justicia de tanta imperiosa intervención ejecutiva y personalista, cuando no arbitraria e ilegal, con la excusa de salvar a la nación o a la patria de la desintegración, la invasión de su suelo y la esclavización de sus habitantes.  Discurso provisto por cien intelectuales “orgánicos” dispuestos a desarrollar la idea doctrinal e ideológicamente desde un nicho propio del mercado ideológico cultural oficialmente regulado. Y hasta le proveerán una retórica en clave de barricada y unos modales apropiados a cada circunstancia, que parezcan originales, y más aun, ¡fundacionales!
 
    Siempre habrá intelectuales tras un pichón de dictador en ciernes o tras uno convicto y confeso, explicando los imperativos de la hora y justificando su escalada dictatorial en términos de delegación, transferencia, confianza, amor o entrega por parte del pueblo, y de representación de los intereses populares, asunción del mandato popular, liderazgo, carisma, síntesis o encarnación de la causa, etc, por el lado del dictador.
    Luego vendrán los activistas, los agitadores, los comandantes de pelotón, rubro prolífico tan necesario en dictaduras como en democracias. Ausentes los militares golpistas, ¡civiles golpistas!, combatientes reales o virtuales de plazas, calles y rutas, ejerciendo la violencia que se arrogan por supuesto mandato popular.
 
    ¡Nadie se confunda! Este activismo no es ideológico, insurreccional, ni espontaneísta, sino  producido a repetición como espectáculo serial, con estética fashion de subcomandantes bien sub, con amedrentadores pasamontañas, palos y  chalecos con logotipo de cada subsecta interviniente, con un impresionante dominio de los pasos de baile en el escenario, y con protección o abstención policial.
 
    Como expresión aparentemente idiosincrática, integra la agenda turística externa, ansiosa de tango y piqueteros, con planificadas marchas de 10 a 14, apoyando o rechazando una coma o un punto de las declaraciones  presidenciales, ministeriales o de la oposición; y de 17 a 22 por motivos idénticos pero con concentración en  la plaza mayor de la ciudad  y festival gratuito con artistas “comprometidos”.
 
    Nada nuevo, sólo restauración ritual de la estética derechista de camisas pardas y festivales de la juventud de tantos fascismos habidos… y por haber, aun con banderas rojas.  
 
    Las adhesiones y complicidades se obtienen tradicionalmente por manipulación, demagogia, clientelismo, cooptación, compraventa, seducción, transas, etc, correspondidas desde abajo con actitudes de seguidismo, triunfalismo, oportunismo, pragmatismo, “realismo”, inconciencia, mediocridad, ignorancia, acriticidad, miedo, borreguismo, etc.   
 
    Si aquellos dictadores miraban a EE.UU, los nuevos fungen de izquierdistas, alineados tras ciertos benefactores de la humanidad que inspiran terror de sólo verlos. Aquellos eran dictadores en toda la extensión, éstos pasan por “libertadores” de pueblos. 
    Pese a tanto iluso, el dictador no tiene proyectos pues lo condiciona el día a día. Su único “proyecto” es permanecer en el poder, para lo cual la paz interior es un obstáculo pues anula el pretexto básico de su dictadura, centrado en “recuperar la paz” escamoteada por “los malos”.
 
    El dictador promueve un constante estado de alerta, de miedo, de riesgo inminente, al que hará pasar por “la felicidad” gravemente amenazada por peligros internos o externos que sólo están en su imaginación, pero que él agitará regularmente justificando la creciente expropiación de libertades del pueblo en beneficio del pueblo.
 
    Así, una pequeña alteración del orden o una conmoción  relativamente controlables le vendrán como anillo al dedo. Sus servicios de inteligencia se las fabricarán a gusto e piacere.
 
   
También agitará el omnipresente fantasma imperial. Pero mientras que éste antes era amigo y sostén de dictadores, hoy los nuevos y aparentes dictadores “izquierdistas” lo declaran su enemigo.  
    En realidad, aquél no es el verdadero enemigo del dictador latinoamericano actual, sino sólo un pretexto que asegura su prolongada permanencia en el poder.
 
    Igual que antes, pero ahora sin compromiso de parte del Imperio que vio desmoronarse a la URSS por sus propios defectos. Igualmente, toda dictadura requiere un imperialismo cercano, no para enfrentarlo radicalmente sino para establecer un ambiguo statu quo interna y externamente.
 
    Externamente porque el dictador sólo tiene poses, arrebatos coléricos, bravuconadas y tremendismos pour la gallerie  para su “enemigo” sin pasar más de allí, incluso manteniendo acuerdos secretos con aquél. Por tanto, aquél es sólo un aparente chivo expiatorio: de hecho y a su pesar es socio del dictador. No hay dictador sin chivo expiatorio aparente.
 
    El chivo expiatorio interno es aquel al cual puede culpabilizar y demonizar porque su peligrosidad es baja (pese a sobredimensionarla)  y sus reacciones relativamente previsibles y disciplinadas lo tornan controlable. También representa un pretexto conveniente a la dictadura. Antes eran  “los comunistas”, en sus moleculares versiones y organizaciones, aun habiéndose negado sistemáticamente a hacer la revolución y siendo socios por izquierda del statu quo, como el PC de Argentina, dueño de la compañía distribuidora de la Coca Cola en Buenos Aires mientras apoyaba públicamente al dictador Videla.
 
    Ahora son las fuerzas de la derecha, integradas por aquellos que no festejan sus gracias, sus monerías mediáticas ni sus payasescas medidas gubernamentales. Según los dictadores, todos amigos y soldados del Imperio.
 
    Como los dictadores no solucionan problemas como la pobreza -por el contrario, las potencian exponencialmente beneficiándose con ella- acusarán por lo mismo a la oposición, justificando así la necesidad de su permanencia hasta acabar con aquella. 
 
    Y nos lo recordarán diariamente, con declamación rimbombante y convulsa gesticulación. Pero lo que inicialmente acaso fue pintoresco, termina volviéndose adocenado, y cual película repetida, ahora aburre, cansa y adormece sin convencer.
 
    Lamentablemente el cansancio es tan pasivo como la desesperanza. Ambos llevan a la indiferencia social, la frivolidad y el egoísmo más acendrados, pero también al resentimiento, la anomia y el relativismo moral. Ingredientes que, sumados, terminan matando a una democracia moribunda, el día en que las dictaduras se quitan el último antifaz y se transforman en tiranías para ser creíbles, y por ende temidas.
 
    Ese día, todos comprendemos que el verdadero enemigo de los dictadores y de los que tienen alma de dictador es el pueblo.
 
    Pero ya es demasiado tarde.

 

Carlos Schulmaister

 

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