La masacre continúa. “Nos guste o no, vivimos en una era global en la que lo que sucede a miles de kilómetros de distancia tiene la capacidad de afectar nuestras vidas”, expone Richard Haass en su nuevo libro, The World: A Brief Introduction (El mundo: una breve introducción). Esta vez, añade el presidente del Council on Foreign Relations, “es un coronavirus conocido como COVID-19 que se originó en una ciudad china de la que muchos nunca habían oído hablar, pero se ha extendido a los rincones de la Tierra”. A Estados Unidos, en particular. Donald Trump no vacila en compararlo con Pearl Harbor y los atentados de 2001, y amenaza con “romper toda relación” con China. El enemigo imperioso.
¿Por qué imperioso? Porque, más allá de la responsabilidad del régimen de Xi Jinping en la expansión de la peste y de las sospechas sobre su origen, Trump recrea el momento Taiwán de su historia. China ve a Taiwán como una provincia rebelde mientras Taiwán, con el reconocimiento de algunos países, se considera a sí misma una república independiente. A finales de 2016, después de haber ganado las presidenciales, Trump sorprendió al mundo con su interés en estrechar lazos con la presidenta de ese país, Tsai Ing-Wen, en desmedro de casi cuatro décadas de vínculos diplomáticos entre Estados Unidos y China.
En ese momento, el régimen de Xi reaccionó en forma inmediata. Lo interpretó como una intromisión en su política, llamada “China unificada”. Aquella tensión inicial, en la cual Trump optaba antes de arribar a la Casa Blanca por un país de dimensiones económicas y poblaciones infinitamente menores que las chinas, resultó ser el prólogo de una guerra de mayor envergadura. La comercial, tecnológica y de divisas, iniciada en marzo de 2018. Casualmente, ocho meses antes de las elecciones de medio término en Estados Unidos. Esta vez, a seis meses de intentar renovar su mandato, torea de nuevo con el enemigo imperioso.
En su discurso, Trump instaló el “virus de Wuhan”, el “virus chino” y “el virus cruel de una tierra distante”. Una forma de reñir con China por un “ataque peor” que el de Japón contra la base naval norteamericana en Pearl Harbor, Hawai, que derivó en la intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, y que el de Al-Qaeda contra las Torres Gemelas y otros blancos, causante de las guerras contra el régimen talibán en Afganistán y contra Irak. El enemigo imperioso, a su vez, procura mostrarse como un filántropo dispuesto a socorrer al mundo con el afán de liderarlo a pesar de su eventual responsabilidad en la crisis sanitaria y económica.
¿Se trata de otra guerra fría o de un plan político a dos bandas? Días antes de la diatriba de Trump contra China, el coronel Qiao Liang, halcón del régimen de Xi y coautor de un manual de dominación mundial, Unrestricted Warfare (Guerra irrestricta), había dicho que, aunque el coronavirus hubiera hecho estragos en los portaaviones de Estados Unidos en el Indo-Pacífico, no era oportuno “invadir Taiwán”. No descartó la idea, sino el momento. Taiwán, pegada a China, contuvo la peste, pero pasó a ser una molestia para la OMS. No tiene membresía por la falta de reconocimiento en la ONU a raíz de la presión de China, miembro permanente del Consejo de Seguridad.
El libro de Qiao y de otro coronel, Wang Xiangsui, publicado originalmente en 1999, iba a ser reeditado en 2004 con un título aún más inquietante: China’s master plan to destroy America (El plan maestro de Chino para destruir a Estados Unidos). Una tesis que apuntaba, precisamente, a derrotarlo en guerras comerciales, financieras, ambientales, culturales y legales. En palabras de Steve Bannon, exjefe de estrategia de la Casa Blanca, China era, y es, “el mayor riesgo existencial de la historia de Estados Unidos”. El enemigo imperioso, enlodado con el ocultamiento de datos sobre el COVID-19, resulta funcional. Como en 2016, vía Taiwán. Y después vemos.
¿Qué vemos? Desconfianza, mentiras, parálisis, líderes que no están a la altura de las circunstancias, licencias a plazo fijo de la compañía china Huawei para instalar la red de internet de quinta generación o 5G en Europa, propaganda, otra guerra fría, otro orden mundial o, acaso, una pulseada que dirimirá el 20 o el 30 por ciento de los norteamericanos el 3 de noviembre. La normalidad del siglo XXI, según Haass: “En 2008, fue una crisis financiera mundial causada por valores respaldados por hipotecas en Estados Unidos, pero un día podría ser un contagio financiero que se origina en Europa, Asia o África”. U otro tipo de contagio, aún más letal.