En sus primeros 10 años de vida, nuestros billetes de 100 que mostraban a un triunfal Julio Argentino Roca en el anverso, fueron inmunes a la inflación. Al kirchnerismo esos billetes no le gustaban nada. Así que en 2014, empezó a reemplazarlos por otros, adornados con la imagen de Eva Perón. De valer 100 dólares habían pasado a cambiarse por apenas 10 en el mercado libre. Y hoy, en ese mismo mercado, “un Evita” no alcanza para comprar siquiera una unidad de la divisa norteamericana: te dan 2/3 de Benjamin Franklin.
Bastante frustrante. No es lo que se diga un gran éxito lo que ha resultado de los esfuerzos del peronismo gobernante por nacionalizar, convertir en una imagen e idea valiosa para todos, a una de sus figuras más emblemáticas. Pero no por eso se deja ganar por el desaliento.
Ahora, aprovechando el prestigio que le otorga a los sanitaristas el estar en la primera trinchera de la lucha contra el coronavirus, el gobierno nacional avanzó con la idea de poner a Ramón Carrillo en el billete de 5000 pesos. Y como en tantos otros asuntos, la liberación de presos “del palo” y el desmonte de juicios por corrupción y demás, parece que se olvidaron de avisarle a Alberto Fernández.
El billete no se sabe si va a ver la luz pronto y como se lo difundió en la prensa, pero en cualquier caso, hoy equivaldría a algo menos de 40 dólares en el mercado libre. Cuando llegue a circular, probablemente aún menos que eso. Así que dentro de no mucho más habrá que imprimir uno de 10000. ¿Dejarán entonces de dar vueltas y se animarán de una buena vez a “nacionalizar” al fundador del movimiento? ¿O seguirán esperando a que desaparezca la inflación, así dejan de consumir a los héroes del sector en inútiles intentos de darles reconocimiento y estabilidad, a través de papeles incapaces de conservar valor, por lo que menos pueden transferirlo a las figuras que los adornan?
El dilema que enfrenta al respecto acompaña a uno más amplio: Alberto dice querer encabezar un gobierno de científicos, pero como necesita que tanto sus funcionarios como sus gobernados ignoren todo tipo de datos incómodos, entre ellos los de falta de confianza en la moneda, por momentos parece tentado a recurrir a la brujería.
Candidatos para echar una mano no le faltan. Varios economistas kirchneristas han salido eufóricos a dar por probado que “la emisión no genera inflación”. ¿Por qué? Pues porque el fisco hoy se financia más con papelitos del Banco Central, pronto tal vez con más comodidad física gracias a los primeros “Carrillos”, que con recursos de la AFIP, y sin embargo la inflación bajó, de un promedio de 3% mensual a solo 1,5% el último mes. Genial.
Emmanuel Álvarez Agis, exviceministro hoy devenido consultor y aspirante a volverse una suerte de Juan Carlos de Pablo progre, escribió una columna en Página 12 para explicar que con esto quedaba del todo fuera de juego la teoría monetarista, que sólo seguirían cultivando algunos trasnochados colegas locales. Según Agis, con “esterilizar” la moneda que sobre en cuanto la economía se recupere va a alcanzar para evitar cualquier problema de suba de precios en el futuro próximo. Pero, ¿cómo lo haría?, ¿emitiendo cuántos miles de millones en letras a qué tasa de interés? ¿No le recordará nada de eso los despelotes devaluatorios e inflacionarios que terminaron causando las Leliqs de Macri y Sturzenegger?
Ojalá Carrillo en los billetes nos traiga suerte, y logre el milagro que Evita no pudo conseguir y Agis augura. Va a hacer falta, además de suerte, una buena dosis de brujería, pues ni la ciencia económica, ni la medicina ni ningún otro arte por el estilo alcanzarán.
Es que con un 100% de brecha cambiaria, brecha que creció justamente en el mes de abril, contra el 1,5% del resto de los precios, alrededor del 30%, y siguió subiendo a un ritmo similar en mayo, ante la incredulidad del presidente que dijo “no entender” por qué sucedía, la escalada inflacionaria ya está entre nosotros. En Estados Unidos la emisión probablemente volverá a producir, igual que después de la crisis de 2008, inflación de precios de las acciones. Pero entre nosotros no existe esa capacidad de absorción, así que se infla ahora el dólar, se inflarán en poco tiempo más las letras del tesoro a tasas descomunales, y a continuación lo harán todos los demás precios.
Cuadros como estos, con flechas en alza ya a ritmo estratosférico, ni Agis ni los funcionarios del área económica quieren mirarlos ni mostrarlos, lo que no parece ser muy acorde al espíritu científico. Tampoco esos cuadros figurarán en ninguna conferencia del profesor Fernández. Pero son los que cuentan, porque en la Argentina desde 1945 hasta aquí siempre pasa que el ritmo devaluatorio adelanta el ritmo al que se moverá poco después la inflación. Salvo que se mantenga congelada la economía, de tal modo que no haya en qué gastar el dinero disponible y las empresas se desvelen, al borde de la quiebra por falta de ventas, por liquidar stocks al precio que sea. En lo que hallamos otra buena razón, pareja al temor a los contagios, por la cual salir de la cuarentena asusta.
O salvo que…
Hubo sí una excepción a la regla que conecta casi automáticamente devaluación e inflación: fue el 2002, cuando el dólar se multiplicó por 3, pero la inflación fue “apenas” del 45%, porque muchos otros precios, entre ellos las tarifas de servicios, los salarios y las jubilaciones, se mantuvieron congeladas. ¿Replicar esa “solución” es lo que se esconde bajo el poncho de los discursos de los economistas oficiales? Si es así, puede que el ocultamiento no esté dirigido sólo al público, sino también al responsable máximo de administrar semejante salida: esto tampoco se lo contaron a Alberto Fernández, para no asustarlo y que no se mire en el espejo de Duhalde, que aunque logró timonear aquella crisis, no fue reelecto.
La discusión paralela que se desató en estos días sobre si Ramón Carrillo simpatizó o no con el nazismo, o cuánto entusiasmo puso al hacerlo, parece bastante más irrelevante que aquella de la que depende que nos encaminemos o no, y por qué vías, a un nuevo proceso de empobrecimiento generalizado, semejante al del de hace dos décadas atrás. Pero no deja de haber conexiones sugerentes entre ambas.
Podría considerarse que tanto el presidente como los funcionarios económicos y sus amigos, caen en una cierta contradicción, al celebrar el espíritu científico y promover soluciones dignas de un médico brujo. Pero Carrillo podría bien servirles de inspiración, a la hora de complementar la ciencia y la técnica, tanto médicas como económicas, con ideas salidas del Necronomicón.
Dadas sus virtudes indiscutidas como sanitarista y los buenos resultados de Ramón Carrillo en la gestión de nuestra salud pública, hay quienes desde el oficialismo sostienen que corresponde disculparle que su carrera pública tuviera otros aspectos más controversiales. Que minimizan además, considerándolos “costumbres de época”.
Así como a San Martín no se lo puede condenar hoy por haberse casado con una menor de edad, tampoco se podría condenar, siquiera criticar demasiado, que Carrillo fuera un ferviente promotor de la eugenesia, la mejora de la población vía la no reproducción, o incluso el sacrificio, de los especímenes menos dotados. O de la teoría de la superioridad de ciertas razas, que aplicó en el servicio militar con los mismos criterios que aplican los criadores de Holando o Hereford para mejorar el ganado.
Y aún suponiendo que eso fuera más o menos disculpable, ¿lo sería también haber protegido a médicos nazis? Claudio Avruj aludió estos días al caso de Carl Vaernet, médico danés que trabajaba en la “cura” química de la homosexualidad y fue empleado en el Ministerio de Salud en tiempos de Carrillo. ¿También esas terapias químicas podrían ser disculpadas como “costumbres de época”? ¿Eran desviaciones del espíritu científico de esos años, o brujería y discriminación disfrazadas de ciencia? Uno podría concluir: menos mal que, previsores, los diseñadores del billete del escandalo medio taparon la imagen del ministro de Perón con la de Cecilia Grierson, la primera médica graduada en el país.
Es probable de todos modos que el famoso billete nunca circule, porque el gobierno y la DAIA, de común acuerdo, han echado tierra a la discusión desatada, antes de que liberara los peores demonios del pasado.
No pudieron evitar, sin embargo, que alcanzara para ilustrar lo difícil que resulta compatibilizar los criterios que usa la ciencia para avanzar, y los que acostumbra manejar el peronismo para procesar su propia experiencia y construir su versión de las cosas. Y también, consecuentemente, para que se evidenciaran las dificultades que esta fuerza encuentra para “nacionalizarse”, convertir a “sus héroes” en los héroes de todos, y “su historia” en parte de la historia más general del país.
Un país que aún aspira a tener un lugar razonable y valioso en el mundo, y choca una y otra vez con el hecho de que en él las culturas nacionales, y en consecuencia también las culturas partidarias que las integran, necesitan manejar lenguajes que les permitan entenderse mínimamente entre sí. Lo que a su vez requiere algún acuerdo sobre los criterios para distinguir la verdad de la falsedad, lo aceptable de lo inaceptable, tanto en el terreno de la medicina como de la economía, de la justicia como de la política, porque de otro modo se vuelve imposible saber qué es desarrollo, qué causa la inflación y la pobreza, qué es democracia, y qué distingue a una democracia de mayor o menor calidad.