Es al menos curioso el concepto de “es con todos” que maneja el oficialismo. En realidad, es curioso que sigamos hablando de grieta como algo negativo cuando la contraposición de ideas frente a temas concretos en otros países le llaman “democracia” y es una de las formas de enriquecer el debate para alcanzar ideas superadoras de consenso.
Sin embargo, en los últimos meses hemos notado cómo en la Argentina el “es con todos” se convirtió en sinónimo de “por la fuerza”.
Antes que nada, es cierto que ante situaciones extraordinarias las reacciones serán extraordinarias. Pero eso ya no debería resultar excusa para nuestro país: vivimos en situaciones extraordinarias, si no veamos cómo batimos nuestro propio récord de defaulteadores seriales, algo que es extraordinario la primera vez. Nueve veces, maestro, andá a buscar la extraordinariedad al fondo del arco.
El viernes se publicó una suerte de solicitada del siglo XXI. No sale en diarios, se suscribe por whatsapp y demás cosas. Me hubiera gustado cambiarle algunas cosas, sumarle otras y quitar algunas palabras, pero no estaba a mi alcance. Pensé que los tiempos eran distintos, pero desde que dije “sí, me copa la idea” hasta que Silvia Mercado lo publicó en Infobae, habían trascurrido unos 45 minutos, aproximadamente.
Antes que nada, y por si hiciera falta aclarar a algún recién amanecido, no soy anti cuarentena, sino pro instituciones. No existe país exitoso e inclusivo en el mundo sin instituciones fuertes, que trascienden la temporalidad de las personas. Y a título personal, el texto podría haber sido mucho mejor, pero poco importa.
De entrada, compré por “la democracia está en riesgo” en el sentido institucional. Es un desastre, no hay una institución normalizada en un país que nunca se caracterizó por tener instituciones fuertes. El hecho de que se reforzara el concepto con un “como nunca antes desde 1983” me hizo ruido: tres levantamientos militares no son moco de pavo.
El neologismo “infectadura” me causó gracia. Forzado y un poco contradictorio con el objetivo. O sea: si el tema es que todas las decisiones las toman infectólogos, habría ido por “Infectocracia”. Sin embargo, son minucias: los mensajes necesitan ganchos para que se preste atención y las solicitadas no se escriben para que no las lea nadie sino para que se viralicen. En ese sentido, infectadura me parece un neologismo forzado, pero obtuvo lo que buscaba: que se hable. Lástima que los detractores solo hablaron de la comparación y se pasó por alto el resto del texto.
Otro punto en contra fue la publicación un viernes a la noche, como los fallos de la cámara federal, quitando la posibilidad de cualquier debate. En vez de eso, tuvimos que conformarnos con las declaraciones del Jefe de Gabinete nacional, Santihagodetodo Cafiero. El hombre, muy suelto de cuerpo, dijo que la carta, solicitada o como quieran llamarle fue redactada para hacerle daño al Gobierno. Para ello, vayamos al motivo del texto, única causa que llevó a que mi nombre aparezca perdido entre tantas firmas de las cuales algunas admiro, otras tantas desconozco, y tres me tienen sin cuidado.
Alertar sobre el funcionamiento de las instituciones no es descubrir la pólvora. Pueden venir a decir que la Justicia funciona con normalidad, cuando sabemos que no es cierto. Los propios abogados pueden decirlo y repetirlo, cuando los empleados judiciales saben que no es cierto. Mi ombligo no es el mundo y, si el fuero al que me dedico responde mis presentaciones vía mail, no quiere decir que el resto de la Justicia esté funcionando con normalidad, porque no es cierto. Los aparatos más importantes de la Justicia para garantizar el equilibrio tripartito del Estado no están funcionando con normalidad.
¿Hace falta que se hable de cómo está funcionando el Congreso? 257 diputados y 72 senadores lograron una videoconferencia recién hace unas semanas y los responsables técnicos lo celebraron como si hubieran alunizado. Y lo compartieron orgullosos con la épica con la que Aerolíneas Argentinas viajó a China vía transpolar “por primera vez en la historia” –falso– para traer toneladas de insumos chinos tan inútiles que no alcanzan los culos de todos los argentinos para guardarlos.
El Congreso, que el 10 de diciembre prometió trabajar en sesiones extraordinarias todo el verano, tuvo un receso extraordinario de sesiones. Otro récord en democracia. Mientras, el presidente del Poder Ejecutivo hace todo por decreto, y su jefe de Gabinete es quien decide cuál distrito puede abrir y cuál no mediante decisiones administrativas, como también puede decidir a quién sacarle guita y a quién dársela. Las funciones de 257 diputados y 72 senadores que votamos son ejercidas por un tipo que hasta hace seis meses no registrábamos más que por el apellido. Y que no votamos.
El tema de las restricciones a las libertades es un poco más complejo. Todos tenemos nuestras libertades restringidas desde siempre por cuestiones de lógica o fuerza mayor. Sí, incluso la de circular: ese semáforo en rojo lo está privado por 45 segundos de una garantía contemplada en el artículo 14 de la Constitución Nacional. Y aunque el mismo artículo diga que nadie puede impedirme la circulación, cualquiera sabe que no es muy correcto ir a 120 kilómetros por hora por avenida Córdoba. Si es que en algún momento tienen espacio para tomar esa velocidad en esa avenida.
La misma Constitución dice que las leyes reglamentarán estos derechos y por eso es por lo que estamos parados en el semáforo 45 segundos y nadie presenta un amparo por la violación al derecho a la libertad de circulación: porque hay un reglamento que establece un principio y un fin temporal. Las restricciones a la libertad tienen que ser contempladas en el tiempo, con fecha cierta. Si no existieran esas leyes reglamentarias, las prisiones serían inconstitucionales.
Pero hace más de setenta días que las leyes reglamentarias pasan por decretos –en el mejor de los casos– o por disposiciones administrativas del jefe de Gabinete.
El problema de estar encerrados es que nadie lo está del todo, realmente. Un preso sabe cuánto tiempo puede llegar a estar de máxima –el final de su condena–, mientras que nosotros podemos salir a pasear bolsas, a dar una vuelta con el perro, a interactuar con completos desconocidos en la cola del súper, pero no podemos visitar a parientes sanos. Incluso podemos disfrutar en la tele a completos desconocidos interactuar y compartir una mesa entre ellos, sin distanciamiento, sin protección, en vivo y en directo, a todo color, sea en Podemos Hablar, o en Almorzando con la nieta de Mirtha Legrand.
La ausencia de instituciones puede verse en las marchas y contramarchas que se dan a diario. En una conferencia el presidente dice que todos los argentinos deberán descargarse una aplicación en el celular para que el Estado pueda seguirlos y ver con quiénes interactúan. No se anima a ponerlo por decreto. En otra conferencia, el gobernador de la provincia de Buenos Aires comunica en términos duros que será obligatorio el uso de la aplicación. A coro, junto con el jefe de Gobierno de la Ciudad sostienen que los permisos de circulación existentes al 29 de mayo dejan de correr y que ahora será obligatorio el que expide la Nación, con otra facultad que el Congreso no delegó.
Es curioso, porque la Ciudad de Buenos Aires cuenta con autonomía desde 1994 y con sus propias leyes desde 1996, pero ahora, el permiso para poder circular por las arterias de un distrito autónomo, lo otorga un funcionario del Poder Ejecutivo de la Nación. Entre tanto, tuvo que salir el Secretario de Seguridad de la Nación, Eduardo Villalba, a explicar que no es obligatorio descargar la aplicación. Tuvo que ser él, ni su ministra que está buscando villanos en las redes sociales, ni mucho menos su presidente, a ver si dudamos de su coherencia.
Pero en la página para tramitar el permiso todavía está el confuso mensaje “no hace falta que imprimas, descárgate la app”. Si pica, pica.
En otro orden de cosas están quienes se ríen de los que se quejan por la cuarentena. Una cosa es debatirlo y hasta cuestionarlo de forma vehemente, pero se mofan y sin reparos, como si los que se quejaran fueran retrasados mentales. No quisiera haber sido compañero de colegio de la psicóloga que se burla de un periodista haciendo como si tuviera un retraso, porque estoy seguro de que no debe haber sido divertido. Salvo que sea de las que se hacen las guapas con la vida resuelta.
Quienes trabajamos en medios tenemos permisos de circulación y nuestro sueldito depositado del 1 al 10 de cada mes. No estamos en condiciones de juzgar ni una puta queja de quienes no cuentan con nuestros privilegios. Y si bien quien se burló de un periodista era otra persona que trabaja en un medio, hay dos grandes cosas a remarcar. Una es gigante, enorme: qué carajo es un trabajo esencial. Porque durante los primeros dos meses de cuarentena, los trabajadores de medios de comunicación fuimos trabajadores esenciales con los mismos permisos que los médicos, policías y repositores de supermercados mientras que dos de los tres poderes del Estado se hacían la del mono. Dentro de ese rubro: ¿Es esencial un programa de entretenimiento? Algunos dirán que sí, pero no tiene un choto que ver con la comunicación.
El otro punto gigante es que al burlarse de quien se queja que no puede conocer a su sobrina, no solo lo bardea a él, sino que demuestra un desprecio gigante por todos los que están en la misma situación y que, por no contar con nuestros privilegios, encima tiene que sumarle no poder salir de su casa para ganarse el mango para comer. Y por si fuera poco, lo ves al presidente meta abrazo sin barbijo con cualquiera que se le cruce.
Es muy fácil decir quedate en casa. Muy fácil. Más trabajando en medios. No sé, llega un punto en el que me indigna siendo parte de la cofradía privilegiada. ¿Cómo no indignarme cuando veo un spot en el que un periodista deportivo dice “quédate en casa” y el lugar que eligió para grabarse es el deck de la pileta? ¿Cómo verga podés compararlo con un monoambiente? ¿Cómo hacés para que se queden en casa familias de cinco miembros en 30 metros cuadrados de chapa y madera?
La respuesta la trajeron los que no querían medir la pobreza porque estigmatizaba, pero no estigmatiza tanto como tenerlos rodeados por uniformados armados.
Y mientras uno se plantea hasta cuándo podría seguir esto, desde el Gobierno todopoderoso plantean que hay una militancia anti-cuarentena –que la hay– pero que de la misma formamos todos parte, incluso usted que se pregunta cómo hace esa señorita que nadie conoce para tener el permiso de circulación para sentarse un sábado a la noche a hablar cosas irrelevantes en una mesa con otros tipos medianamente o muy conocidos.
Y cualquiera que plantee estas cosas, de pronto, es un desclasado. Palabra hermosa que pusieron de moda los kirchneristas durante el gobierno anterior para marcar una diferencia entre la clase media que quería vivir mejor desconociendo su origen, y ellos, que están tan conectados con lo nacional y popular que votaron a un tipo común que vive en Puerto Madero, acompañado de una vice dueña de hoteles que reside en la Villa de Emergencia de la plaza Vicente López, en la paupérrima barriada de la Recoleta.
Es la famosa poscensura de la que tanto hemos hablado por aquí: el Estado ya no necesita censurar a nadie porque tiene a millones de pelotudos que lo hacen por él, hostigando al emisor de una frase para que la borre, o la próxima se auto censure. Y ese era para mí el sentido de la carta también: en un pueblito tan manso como el nuestro, ya no hace falta ningún Estado de Sitio. Lleno de buchones, secuestros de vehículos que hasta ahora nadie preguntó por su legalidad, aperturas y clausuras discrecionales. Pero el que pregunta qué onda es un desclasado.
Es, cuanto menos, gracioso. Sobre todo porque no hay nada más desclasado que un blanco teta autodenominándose negro, o un tipo que llega a fin de mes haciéndose el cabecita negra desde un dos ambientes en Villa Crespo, mientras se ríe de otra persona que tenía algo y lo perdió todo, de otro que tuvo que cerrar su comercio. Espero que tenga la misma gracia ahora que Aerolíneas suspendió a ocho mil tipos.
Por lo demás, vaya mi saludo a todos los que firmamos esa carta. Ya lo dije y lo repito: no coincido con buena parte de lo dicho, me parece que le falta otras cosas igual de graves, pero si nos pusiéramos a debatir todo lo que cada uno quiere meterle, la protesta habría salido en el año 2322 coincidiendo con el fin de la cuarentena. Y como que ya no tendría mucho sentido.
Votaron una Infectadura “genios” pic.twitter.com/jBqz2Pp9UE
— Lanata Forever (@LanatoForever) June 1, 2020