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Belgrano y la educación, aquella otra patriada

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En el Día de la Bandera
En el Día de la Bandera

En toda su obra literaria, como desde los comienzos de su actuación pública, Manuel Belgrado destaca con énfasis las virtudes de la educación “… persuadido de que la enseñanza es una de las primeras obligaciones para prevenir la miseria y la ociosidad…”

 

Belgrano difunde su doctrina con espíritu de maestro y realiza innumerables esfuerzos en procura de establecimientos de escuelas públicas y gratuitas de primeras letras, técnicas o especializadas, tanto en la capital como en la campaña, los señalan como el verdadero precursor de la educación en nuestro país. Se anticipa a su época y señala el camino para remediar los graves males a que en materia de educación nos tenía sumidos el régimen colonial.

En 1802 sus primeros trabajos periodísticos sobre educación se publican en el “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio”, donde  comienza sus artículos primero bajo el título “Educación Moral”, luego “Educación político-moral” y se dirige a los jóvenes destacándoles el esplendor de un Estado, con una crecida población de “hombres industriosos y ocupados”, a los que es necesario agregarles la formación moral “único molde en que se pueden vaciar los hombres grande”.

Bajo el título de “Educación” en setiembre de 1805, se ocupa de la educación de los niños y manifiesta que debe instruírseles correctamente en el conocimiento de la geografía, la geometría, la práctica y teoría de la agricultura, además de la lectura y escritura. Por otra parte, dice a los padres: “El amor a nuestros semejantes es obra de la naturaleza; pero el dirigirnos hacia los deberes de verdaderos ciudadanos es una sagrada obligación que nos impone la sociedad”.

Las páginas del “Correo de Comercio” reflejan también la inquietud de Belgrano por modificar el sistema de enseñanza de las primeras letras en el virreinato; despertando el interés de los funcionarios, manifestando la necesidad de coordinar las medidas tendientes a solucionar tantos males. Sometió a las escuelas a una inspección periódica para sacarlas del abandono y fundar otras gratuitas en la campaña, costeadas por las ciudades. Destaca también que el Estado tiene la obligación de atender por igual a la educación de la mujer, a fin de poder generalizar las buenas costumbres señalando que: “por desgracia el sexo que principalmente debe estar dedicado a sembrar las primeras semillas lo tenemos condenado al imperio de las bagatelas y de la ignorancia”. Cabe recordar que en ese entonces,  sólo en Buenos Aires, existía una escuela pública para niñas: el Colegio de Huérfanas de San Miguel.

Manuel Belgrano asigna a la prensa el sentido insustituible de divulgar cultura y permanecer unida al principio de libertad: “… es necesaria para la instrucción pública, para el mejor gobierno de la Nación y para su libertad civil, es decir, para evitar la tiranía de cualquier gobierno que se establezca… Solo pueden oponerse… los que gusten mandar despóticamente… los que sean tontos, que no conociendo los males del gobierno, no sufren los tormentos de los que los conocen y no los pueden remediar…, o los muy tímidos que se asustan con el eco de la libertad…”  

La libertad de la prensa es la principal base de la ilustración pública” titula Belgrano un ensayo que publica en el “Correo de Comercio” el 11 de agosto de 1810 y se advierte la influencia del filósofo Benjamín Constant, cuyo “Tratado de derecho político” había comenzado a traducir, aunque su labor quedo inconclusa.

Las intensas tareas que Belgrano desarrollaba en lugares tan distantes, no le hicieron olvidar una institución cultural a cuyos primeros proyectos de instalación había asistido en Buenos Aires: la Biblioteca Pública.

Las primeras disposiciones concretas las conoció siendo vocal de la Junta, cuando ordenó que las ricas bibliotecas de los conspiradores de Córdoba pasasen a integrar el fondo de la proyectada fundación, y días después se enviaba una comunicación al Obispo Lue para que entregase los libros que había donado al Colegio de San Carlos.

De Belgrano podría ser el artículo titulado “Educación” publicado en La Gaceta del 17 de setiembre de 1810, donde da cuenta de la futura biblioteca. Mientras se reunían las donaciones y se preparaba el local, llego la primera contribución cuyo testimonio consigna La Gaceta del 17 de enero de 1811 y dice: “El Señor Vocal don Manuel Belgrano ofreció toda su librería para que se trajesen todos los libros que se considerasen útiles, y se sacó de ella una porción considerable”. Según el libro de la Biblioteca Nacional estas donaciones alcanzaron ochenta y seis obras distribuidas en 149 volúmenes.

Un año y medio después de haber sido lanzada la iniciativa de creación de la Biblioteca Pública, el 1 de marzo de 1812, el Triunvirato invitaba para la solemne inauguración. Con su reconocida generosidad otra vez Belgrano se había anticipado y en La Gaceta del 24 de enero de 1812 se lee: “El señor coronel don Manuel Belgrano después de los cuantiosos anteriores donativos anunciados se ha despojado aún de los libros que había reservado para su uso poniendo a disposición del Director de la Biblioteca, su maestro Chorroarín, el último resto de su librería sin reserva para que trajese todos los libros de que careciese aquélla; y así se ha ejecutado reiterando al mismo tiempo la oferta de contribuir a los aumentos de ese público establecimiento por todos los medios que le surgieran el decidido interés e ilustrado celo de su patrimonio de que tiene dadas tantas relevantes pruebas”.

Los libros eran muy variados, desde los autores clásicos antiguos como Marco Aurelio y Ovidio, pasando por Petrarca y el Romancero del Cid, hasta los textos de matemática, física y economía política que proclaman las preocupaciones intelectuales del poseedor.

Extraído de sus memorias, cartas y artículos, se puede advertir la noble preocupación con que Belgrano se anticipó a muchas realidades actuales, en cuanto a la educación, a la acción por el bienestar social y a ideas económicas de progreso.

Con relación a la docencia dijo: “El maestro procurará con su conducta y en todas sus expresiones y modos inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la religión, moderación y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud y a las ciencias, horror al vicio, inclinación al trabajo, despego del interés, desprecio de todo lo que diga profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida y un espíritu nacional… Tendrá gran cuidado de que todos se presenten con aseo en su persona y vestido, pero no permitirá que nadie use lujo, aunque sus padres quieran y puedan costearlo”.

 

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