“Son tiempos de des-vinculación que paradójicamente es vivido como tiempo de libertad, pero no hay libertad sin vínculos…”. (Escritos personales).
Colisionan dos epidemias (alto consumo de drogas y alcohol y COVID al lado de una pobreza generalizada). El AMBA parece ser un continente explosivo en donde las estadísticas siempre se quedan cortas ante la magnitud y el exceso de las demandas manifiestas y de las que están ocultas (aún más graves porque no consultan y se convierten en fuentes de contagios permanentes).
Casi 2.000 poblaciones rodean las ciudades y son un desafío a la creatividad de todos nosotros. Son, muchos, los “descartados” por esta sociedad y a la vez el refugio de las peores perversiones: venta y tráfico de drogas, utilización de menores para tareas esclavas, explotación de menores para la vida sexual, etc.
Alejados del poder policial son dueños de territorios liberados. La mayoría de los que viven ahí quedan presos de esos grupos y trabajan en las ciudades con la amenaza latente de un robo y de los temores a la delación. La miseria en muchos casos se junta con una vida de miserables que lucran y explotan a miles.
Muchos salen a trabajar en grupos para que a ellos no los roben. Muestras de un estado fallido. Los griegos decían que los barbaros eran barbaros fundamentalmente porque la Ley no existía. La barbarie era la ausencia la Ley. Ellos enseñaron al Occidente futuro que es la Ley el eje de la organización de la Ciudad-Estado con la educación y la virtud como ejes o sea la Ética junto con la Letra transmitida.
La colisión del COVID19 con las drogas (en estas columnas mostramos cómo en esta área geográfica los niveles de pobreza indigna, viviendas sin recursos sanitarios, más los problemas de alto consumo de drogas y alcohol son evidentes). A esto se suma el default cultural de la crisis de la escolarización, la des-familiarizaciòn (el 7 % no tiene familia y el 50% familia monoparental con varios hermanos de distintos padres). Los “ni -ni” o sea los que no estudian ni trabajan son gran mayoría.
Si solo le echamos la culpa a un virus -creo- estamos fuera de la realidad ya que es el huésped (o sea cada uno de nosotros con nuestras defensas biológicas o sea nuestro sistema inmune que es también reservorio biológico, pero de valores, encuentros, familia, educación) con Leyes que se cumplen y fundamentalmente una barbarie que cede ante el Imperio de la Ley como nos enseñaban los griegos en el siglo III a.c.
El tercer elemento es el contexto, o sea el medio cultural que nos rodea. Ortega y Gasset, el filósofo español que vivió en nuestras tierras, nos enseñaba que el medio es la cultura, que es el “salvavidas” permanente en el bravo mar del vivir. La cultura es salvación.
El AMBA desde hace años quedó desprotegido de esta salvación cultural. No basta la comida, cada vez más faltante ante la demanda también cada vez mayor. Ni la sala de auxilios médicos cercana, ni la computadora que se entrega. Es un modo de vida lo que está en juego.
Privación adolescente
Tomaremos uno de los tantos elementos críticos en el AMBA como lo es la adolescencia en situación de “descarte” (des-familiarizada, con drogas en alto consumo, sin escuela o en retiro de las mismas, o en contacto con grupos marginales).
Entre quienes consumieron drogas alguna vez, se observan distintas prácticas de consumo. Mientras que el 49.5% tiene un consumo ocasional (con una frecuencia de algunas veces al año o menos), el 14.5% lo hace de forma regular (consume drogas al menos una vez por mes), y el 36.0% realiza un consumo intensivo (consume semanalmente o diariamente).
Asimismo, entre quienes pertenecen a barrios de baja precariedad residencial, el consumo intensivo se incrementa (47.2%, vs 32.8% de los jóvenes de barrios de precariedad residencial media, y 34.1% de los de alta precariedad residencial) (UCA Observatorio de Drogas y Sedronar-2015-2016).
A su vez, el 36,1% de los jóvenes tuvo algún problema grave durante su infancia y/o adolescencia (abusos, negligencia, violencia e incluso incesto), y el 29,5% algún problema moderado.
Pero es este un efecto de las deprivaciones. El maestro D. Winnicott nos enseñaba que la deprivación es un “llamador” a la antisocialidad, el primer acto antisocial es un pedido esperanzador para que alguien lo escuche y lo acoja, si no existe esto lo próximo será lo antisocial. Eso lo vemos en la clínica y como se adaptan en las comunidades terapéuticas cuando encuentran un holding contenedor.
La actual distancia física y social generada por las consecuencias del COVID atenta con la posibilidad de los adolescentes de salir de los barrios y tener otros contactos (clubes, escuelas, parroquias, etc.). Esta privación atenta contra el desarrollo adolescente como un “plus” más a la a la deprivación ya existente.
La revista The Lancet (Child and Adolescent Health) en su número de junio muestra los efectos negativos en los adolescentes ya alterados desde la infancia. La investigación en animales ha demostrado que la privación social y el aislamiento tienen efectos sobre el cerebro y el comportamiento en la adolescencia. Existe una larga historia de investigación en animales que documenta los efectos causales de la privación social, incluido el sistema de aislamiento completo que afecta el desarrollo del cerebro.
El cerebro social que implica las áreas cerebrales involucradas en la percepción social, la cognición, el aprendizaje por la interacción que nos permite crecer como personas poniéndonos en el lugar del otro, se deteriora con el aislamiento progresivo y la corteza cerebral se desarrolla sustancialmente durante la adolescencia.
El estudio de Lancet muestra que en la infancia el aporte de los padres en fundamental y sabemos que ahí (AMBA) es en muchos casos deficitario, mientras que en la adolescencia el impacto mayor es de los pares compañeros de la adolescencia y del encuentro en la escuela y en circuitos culturales y deportivos con otros que ayudan a crecer sanamente.
Esto falta porque el COVID impone distanciamiento físico y social y en muchos casos confinamiento en circuitos críticos, aunque “otra no hay” por los problemas sanitarios, quiero mostrar el posible agravamiento del problema.
El COVID muestra falencias de años en nuestros sistemas sociales del cual el AMBA es un testimonio con las secuelas del consumo de drogas.
La Iglesia alerta
Sabemos que gran parte del problema de las adicciones fue derivado desde hace años a estructuras eclesiales. La tarea es enorme pero la situación los rebasa porque no es lo mismo un consumidor abusivo o inicial que un dependiente, ya que aquí hay problemas médico psicológicos muy fuertes e incluso con componentes psiquiátricos.
Así nos dice (informe de Padre Mario Franco -equipo de Prevención de Adicciones-Parroquia de San Francisco de Asís): “Lamentablemente es cada vez más difícil contenerlos y comprenderlos y justo en estos momentos en que el encierro y el aislamiento agravan y las consecuencias de las adicciones se profundizan”(Diario La Mañana 26-6).
Mientras tanto, la Pastoral de Adicciones y Drogadependencia, el 25 de junio anuncia lo mismo por el consumo de drogas durante la cuarentena y que esto pone a todos los que están ya al cuidado en los llamados Hogares de Cristo porque muchos están con COVID y entran ahí.
La Diócesis de San Justo también a fines de este mes Junio da otro documento de cómo está rebalsado el sistema en la zona de La Matanza y culmina con un pedido de ayuda, “Nadie se salva solo"; necesitan ellos ayuda.
Mientras tanto la situación de algunos paradores con violencias, robos entre los COVID leves, golpes a profesionales muestra la necesidad de agrupamientos médicos profesionales del campo psiquiatrico y psicológico especializados en personas que además de tener una enfermedad infectocontagiosa tienen otras patologías sociales (la tan necesitada comunidad terapéutica como enfoque científico).
Unir la ayuda social y religiosa con comunidades terapéuticas con personal medico y profesionales de la Drogadependencia parece ser necesario en esta situación implotada.