Dicen que aún los más ateos empiezan a pensar en Dios cuando ven cerca la muerte. Alberto Fernández es católico –aunque no practicante- y goza de una aceptable salud. Pero no la tiene fácil como Presidente ante una crisis económica y social que se encamina a ser peor que la de 2001 –la más grave de la historia argentina- y una vicepresidenta que políticamente lo condiciona seriamente y lo lleva a elogiar cosas que criticaba y a hacer otras a las que se oponía. Todo con tal de complacerla. Y si bien no sabemos cuánto piensa en Dios el Presidente, sí que tiene muy en cuenta al Papa Francisco.
La última demostración de la permanente presencia en la mente del primer mandatario del pontífice se produjo al día siguiente del acuerdo con los bonistas, que constituyó la mejor noticia que pudo dar el gobierno en sus ocho meses de gestión. Alberto llamó al Papa para agradecerle "su ayuda" para que la crucial renegociación de la deuda llegara a un final feliz, más allá de que los economistas dudan de la influencia de Francisco sobre los acreedores que, en estos menesteres, defienden sus intereses económicos por sobre cualquier otra consideración.
En rigor, la gratitud del presidente hacia el Papa debería ser contemplada desde una perspectiva más amplia, teniendo en cuenta una serie de antecedentes y probables situaciones futuras. Por lo pronto, que la llegada de Martín Guzmán –el gran protagonista de la negociación- al Palacio de Hacienda se allanó luego del espaldarazo que significó que hace un año Francisco lo recibiera, junto a su mentor, el Premio Nobel de Economía. El objetivo era aportarle al pontífice ideas para la enseñanza de una economía "con rostro humano".
En febrero el Papa generó el ámbito para que Guzmán, ya como ministro de Economía, se encontrara con la titular del FMI, Kristalina Georgieva. Fue con ocasión de un seminario sobre finanzas y solidaridad que organizó la Academia de Ciencias Sociales del Vaticano. Incluso Guzmán y Georgieva cenaron en Roma. En aquel seminario Francisco propuso el marco conceptual de la renegociación de la deuda citando a Juan Pablo II: "Las deudas no deben pagarse a costa de sacrificios insoportables de los pueblos".
Georgieva -una católica fervorosa y entusiasta admiradora de Jorge Bergoglio- defendió la posición argentina ante los bonistas, sobre todo con dos comunicados, uno al comienzo de las tratativas y otro en el momento más arduo. Si bien debe relativizarse el impacto que tuvieron, la buena predisposición de la titular del FMI puede ser clave ante la renegociación de la deuda con ese organismo internacional que la Argentina se apresta a comenzar. Aunque ella deberá observar las rígidas reglas del Fondo.
Se descuenta, además, que el Papa realizó discretas gestiones a favor del país ante mandatarios relevantes. Por caso, con Angela Merkel, la canciller de Alemania, el país europeo de mayor peso en el FMI. Francisco tiene una relación muy fluida con Merkel –que mucho lo aprecia-, quien lo visitó en numerosas ocasiones. No debe olvidarse que en su viaje a Europa, a fines de enero, y tras reunirse con el pontífice, Alberto tuvo en fructífero encuentro con Merkel en Berlín.
En cambio, el vínculo del Papa con el presidente de EE.UU. –la nación de más preponderancia frente a los problemas de deuda argentinos-, Donald Trump, es glacial. Pero la relación podría dar un giro si el candidato demócrata, Joe Biden, ganase en noviembre. Hoy las encuestas le sonríen. Biden –que podría convertirse en el segundo presidente norteamericano católico después de John Kennedy- no oculta sus simpatías por Francisco.
Finalmente, cabe preguntarse hacia quién se inclinaría el Papa si estallara un conflicto entre Alberto y Cristina. Su relación con la expresidenta terminó mal luego de que ella eligió como candidatos a Carlos Zannini, para la vicepresidencia, y a Aníbal Fernández, para la gobernación de Buenos Aires. La respuesta es fácil en la Iglesia. Apelan al dato institucional: "El presidente ahora es Alberto".
Acaso por todo eso se entiende tanta gratitud del Presidente.