Otro tiempo en el mismo lugar. En agosto de 1864, el presidente Abraham Lincoln, enrolado en el Partido Republicano como Donald Trump, llevaba todas las de perder. Planeaba, resignado, una transición ordenada sin imaginarse que iba ser la cara del billete de cinco dólares. El favorito era el candidato demócrata, George McClellan, general en el cual confiaban los norteamericanos para alcanzar una paz negociada de la Guerra de Secesión, en curso hasta 1865. En 156 años, salvando las distancias, las circunstancias son similares: una crisis (la pandemia, modelo 2020), nuevas tecnologías (Twitter, antes el telégrafo) y un replanteo del sistema electoral.
Mientras Trump no tuvo éxito ni entre los suyos con su propuesta de posponer las presidenciales del 3 de noviembre para evitar un supuesto fraude, Lincoln se preparaba para admitir la derrota. Escenarios parecidos, reacciones diferentes. McClellan, ex general en jefe de los ejércitos de Estados Unidos, pretendía a los ojos de Lincoln casi lo mismo que el candidato demócrata, Joe Biden, a los ojos de Trump: disolver la nación. Lincoln, en contraste con Trump, iba a “cooperar con el presidente electo para salvar a la Unión” entre los comicios, el 8 de noviembre de 1864, y la toma de posesión, el 4 de marzo de 1865.
La reelección de Lincoln era “imposible”, escribió el entonces secretario de Estado, William Seward. El mismo Lincoln intuía que iba a recibir “una paliza”, apunta Tom Wheeler, investigador de The Brookings Institution. Una sensación, cual sudor frío, recorre los pasillos de la Casa Blanca mientras las encuestas apuntalan la fórmula que Biden completó con Kamala Harris, de gran impacto entre los demócratas, por el virtual apoyo del ala progresista de Bernie Sanders, y entre los independientes, por las reacciones contra la violencia policial y la segregación racial tras el brutal asesinato de George Floyd.
De ser por Trump, los votos por correo no deberían computarse por ser poco confiables. Presunción que alimentó el director del servicio postal, Louis DeJoy, por la escasa certeza sobre el arribo a tiempo de las papeletas. Un organismo endeudado hasta el tuétano, al cual Trump le bloqueó los fondos, que tuvo un sinfín de dificultades para computar los votos de las primarias. “Negarle al servicio postal los fondos que necesita para asegurarse de que no pueda manejar la gran cantidad de boletas que tendrá que entregar es sólo una parte del plan”, insinúa The Washington Post.
Tres de cada cuatro norteamericanos están habilitados para sufragar por correo a raíz de la crisis sanitaria. En elecciones indirectas, en las cuales cada uno de los 50 Estados da el veredicto, sin un patrón central, quizás haya menos participación que la habitual o el resultado se demore varios días como en 2000, cuando George W. Bush, otro republicano, venció a Al Gore tras el recuento manual de los votos de cuatro condados de un Estado clave, Florida, y la intervención de la Corte Suprema. Era la tercera vez que el perdedor obtenía más votos populares que el ganador. Las anteriores, sin contar la incógnita de 1824, fueron en 1876 y en 1888. Las siguientes, en 2016, con el triunfo de Trump frente a Hillary Clinton.
En su tiempo, Lincoln salvó la ropa gracias al telégrafo. Concedía entrevistas y emitía comunicados que repicaban en los periódicos. Montó un aparato de prensa con el cual, como Trump vía Twitter, rediseñó el discurso político. Curiosa analogía. Los soldados, algo confundidos por la novedad, votaron en forma remota. Cinco Estados, Indiana, Illinois, Delaware, Nueva Jersey y Oregon, cambiaron las leyes para facilitar el acceso a las urnas. Lincoln, anclado en Washington, no pudo votar por sí mismo en Illinois, donde estaba registrado. En 2020, cinco Estados, otra coincidencia, habilitaron el voto por correo: Utah, Hawai, Washington, Colorado y, a la inversa de 1864, Oregon.
Lincoln terminó siendo reelegido por amplio margen. Enfrentó a un militar y, contra todos los pronósticos, ganó gracias al voto de los soldados. Su segundo mandato terminó seis semanas después de iniciarlo. Lo asesinaron. Harina de otro costal mientras, 56.973 días o 155 años, 11 meses y 26 días después, el lapso entre las presidenciales de 1864 y las de 2020, Trump no parece dispuesto a concebir un eventual traspié ni, menos aún, tolerar una sucesión pacífica. Otro tiempo en el mismo lugar.