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Cada vez más lejos de la verdad

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O CÓMO NORA DALMASSO MURIÓ DOS VECES
O CÓMO NORA DALMASSO MURIÓ DOS VECES

    Cuando se producía un hecho que nuestra intuición nos hacía asegurar que sucedería y nuestro interlocutor se lamentaba, la exclamación que proferíamos era: “¡Te lo dije, te lo dije!”. Y nos regodeábamos por haber sido atinados con nuestras predicciones, que no eran productos de brujería, videncia o habilidad mediúminca, sino de aplicar la sensatez que se logra a través de los años, con un poco de agudeza mental; esa agudeza analítica que en nuestra senectud que se nos está yendo de a poco… pero que aún resulta válida.

 

    Después de dos meses de producido el asesinato de Nora Dalmasso, en la justicia cordobesa se apiolaron -¿recién ahora?- sobre serios errores en la investigación y que las declaraciones (seguramente tomadas bajo juramento de ley) de la mayoría de los testigos se consideran incompletas, mal trabajadas. No sería aventura decir que se tomaron casi por compromiso, lo que hicieron que estén fragmentadas y carentes de información que pudieran servir para algo. ¿Acaso no trascendió que las amigas de Nora sabían más de lo que dijeron, como se si hubieran juramentado en una conspiración de silencio? Así las cosas, y cambiando caballo a mitad de río -sin ánimo de ofender- ahora entra en escena otro abogado de la Fiscalía (¿será experto criminalista?) para investigar lo que mal se investigó. Sólo en las novelas se logra descubrir un crimen en base a preguntas y respuestas. En la vida real, la verdad está en la evidencia física impoluta, que resulta más objetiva que la subjetividad de una declaración.

    Si releen mi anterior nota (1) sobre este asunto (intuyo que jamás logrará resolverse; ¡ojalá me equivoque!), y la cotejan con las afirmaciones de que la causa judicial adolece de graves irregularidades, seguro que me permitirán gritar: “¡Se los dije, se los dije!”. Y esto no es algo que me llene de orgullo profesional, sino que más bien me horroriza. Me horroriza la incompetencia con que tanto la policía científica, como los jefes policiales y los hombres de la Justicia (fiscales para nada versados en criminología), manejaron este caso, un crimen que se pudo haber resuelto en menos de una semana… si el diablo no hubiera metido la cola.


Crónica de una muerte mal tratada

    En una nota aparecida en Clarín el 30 de enero, se da cuenta de la grosera inhabilidad de las autoridades policiales y judiciales cordobesas para resolver este crimen. Sin embargo tal novedad aportada por el matutino porteño, no fue novedad para quienes leyeron nuestro trabajo editado el lunes 21, una semana antes, y en el cual no sólo dábamos cuenta de esa inhabilidad investigativa sino que íbamos mucho más allá: sugeríamos que quienes habían estado a cargo de resolver el caso habían sido manipulados hábilmente, y que no se iba a llegar a ningún lado. O sea, como el asesinato de María Marta García Belsunce.

    Clarín afirmó que gracias a su nota del día 30, el gobernador de la provincia decidió defenestrar a los principales irresponsables de un trabajo de investigación tan plagado de anomalías. Se sostiene que los cambios producidos fueron para “oxigenar un poco el ambiente” (en realidad se olía y aún se huele a putrefacción), es una decisión propia del gobernador José Manuel De la Sota para revertir, de alguna manera, el creciente clima de hostilidad existente en la provincia mediterránea no sólo por la falta de seguridad pública, sino por el pésimo desempeño de quienes son los únicos responsables de la conducción de las fuerzas del orden, tanto en la prevención de los delitos como en la resolución de los ilícitos cometidos. La investigación fue un verdadero caos; y se agravó cuando la Justicia, vía fiscalía, tomó cartas en el asunto. Nunca mejor aplicado el axioma de “Muchas manos en un plato…”. Al pie de este artículo hay un dato histórico de una investigación sensata y realmente coordinada.

    Cómo será de grave la inhabilidad policial (convalidando los casos de inseguridad), que fue un sacerdote católico, Jorge Felizzia uno de los primeros el llegar a la escena del crimen, sólo para alterar y contaminar el lugar. Según se sabe, el cura cubrió de manera pudorosa el cuerpo desnudo de la muerta (seguramente se santiguó). Por eso surgen algunos interrogantes que deben ser aclarados. Entiéndase bien que lo que sigue son inquietudes de un analista un tanto inexperto. Curioso, que le dicen.

    a)      ¿Quién permitió acceder a un extraño a la escena de crimen donde solo podían estar los peritos de la policía científica?

    b)      ¿Se dice que telefónicamente el esposo de la occisa, Marcelo Macarrón le habría solicitado a Felizzia que fuera hasta su hogar? ¿Con qué autoridad Macarrón formuló el pedido? Si bien era su propiedad, la misma estaba bajo la supervisión exclusiva de las autoridades policiales que llevaban adelante la pesquisa y sólo ellos podían acceder al lugar del crimen, interdicto para otros mortales. Sólo se podía llegar hasta la puerta de la mansión sin traspasar la cinta de seguridad. Además es importante conocer quién llamó a quien.

    c)      El padre Felizzia habría declarado, según “radio pasillo”, que al llegar a la vivienda se mostró extrañado por la cantidad de personas que iban y venían de acá para allá. Aclaró que, de acuerdo a lo que él tenía entendido (se nota que también ve mucha televisión), la escena del crimen debía sellarse en situaciones como esta. Según parece, su aparición en la Villa Golf se debió a que le informaron que Nora -de quien no era su confesor, sino que lo unía una estrecha amistad con el esposo- se había suicidado. Pero que a su arribo al lugar, que parecía una verdadera romería por las ideas y venidas (2), le notificaron que se trataba de un asesinato, así de concreto. Sin embargo, y a pesar de que sabía que lo que hacía no era lo correcto, ¿por qué el sacerdote cubrió el cuerpo de la muerta alterando y contaminando la escena?

    Otra actitud incomprensible es que de los tres fiscales que estaban a cargo de la investigación criminal de uno de los casos más resonantes de los últimos tiempos, dos de ellos se tomaran alegremente vacaciones y que sus superiores, de manera irresponsable, les hayan concedido permiso para abandonar todo en manos del doctor Javier Di Santo. Para colmo de males todos los testigos deberán volver a prestar declaración en virtud de que una lectura de los testimonios demostró una horrorosa falta de idoneidad para obtener información a través de preguntas adecuadas. Seguramente, y a pesar de que en la primera oportunidad declararon bajo juramento de ley, habrá muchas inconsistencias y rectificaciones sobre los datos aportados. Creo que muy poco se podrá extraer de la ampliación indagatoria que sea de utilidad para superar la pérdida de lo más importante: la evidencia física que debió obtenerse en la escena del crimen, y lugares colaterales, antes de que el cura cubriera piadosamente el cuerpo muerto de Nora. Tampoco la prensa pudo acceder fotografías del área donde ocurrió el crimen, con cuerpo cubierto, sin cobertura y hasta sin cuerpo. Nada de nada.

    También habría sido efectiva una autopsia bien realizada. Sobre es examen la prensa conoce poco y nada. La información, a pesar de ser pública, se retaceó. Posiblemente para no reconocer implícitas falencias en su desarrollo.  Se nos ocurre que todo fue una chapucería, obra de un perito con poca práctica... o muy, muy presionado. Nos retractaremos en cuanto se nos demuestre lo contrario. Aunque parezca alocado, los cadáveres hablan mejor que los vivos: son absolutamente objetivos. Hasta este momento sigue las especulaciones - es que muchos periodistas hablan por boca de ganso - sobre si hubo o no violación; si a alguien se le fue la mano en un juego sexual violento, etc. Si hubo sexo no consentido, siempre quedan rastros físicos del acto violento. Le guste o no les guste a los investigadores.

    Otro punto a tocar es el famoso análisis de lo que en primera instancia se consideró semen en la cavidad vaginal de Nora. Según el CEPROCOR, encontraron pocos vestigios de espermatozoides. Claro, si no hay bichitos, no es semen. Chocolate por la noticia. Pero sea lo que fuere lo que se halló, de ese material sí puede extraerse un perfil de ADN. El ácido dexoribonucleico está presente hasta en una lágrima tuya (como en el tango). Salvo pruebas en contrario. Por eso, lo que se conoce del análisis y posterior informe de CEPROCOR resulto no solo insuficiente, sino muy dudoso no solo para la fiscalía. Por ello consideramos que en el cadáver de Nora había suficientes evidencias que no supieron, no pudieron o no quisieron encontrar. Así las cosas, el fiscal Di Santo se aferró a la idea de recurrir a los laboratorios del F. B. I., un lugar que no podría ser manipuleado. Desconfiaba de los informes que le acercó la gente de CEPROCOR, que se llamó piadosamente a silencio.

   Hay un solo sospechoso en firme -no puede hablarse de imputado, aunque así pretenden calificarlo- que está identificado como Rafael Magnasco, un funcionario del gobierno provincial que renunció a su cargo apenas se conoció el crimen. A Magnasco se le habría practicado una vasectomía lo que imposibilitaría que en su semen hubiera rastros de espermatozoides. Claro, también se dice que ese evento puede darse en quienes son adictos a la cocaína. Por lo tanto, con relación a Magnasco, todo resulta circunstancial. Hasta pudo haber sido amante de Nora, lo cual no lo convierte en su asesino.

   Los manuales sostienen que las evidencias físicas son válidas hasta 72 horas de después cometido el hecho (homicidio, violación, robo, etc.). Pasado ese lapso, todo rastro se borra, se diluye, se pierde, se vuelve absolutamente inútil. Claro, no sabemos qué se envió al F. B. I. -el fiscal desconfiaba del CEPROCOR- y cómo se manejó la evidencia en nuestro país para que llegara a Quántico impoluta, sin estar contaminada. De todas maneras, si arrojan algún resultado positivo - un perfil de ADN - existe el problema de cómo se confrontará con la contraparte. Si no existe una causa probable, difícil se pueda ir más allá de Magnasco o, en su caso, el cura Felizzia, quien reconoció haber alterado la escena del crimen, hecho al que no se le habría dado la debida importancia, como a otras inconsistencias que ahora se tratarán de detectar y develar a través de nuevos interrogatorios…

    En fin, todavía hay mucho camino por transitar, pero a juicio de este veterano periodista -casi novelero- quien también supo escribir policiales para el diario “Pregón”, nos encontramos en el jardín de Jorge Luis Borges, donde hay senderos que se bifurcan y que llevan para cualquier lado, menos hacia el correcto.   

 

Juan Isidro González

(1) Ver https://periodicotribuna.com.ar/Articulo.asp?Articulo=2633 

(2) Lo que sigue es un párrafo de mi nota anterior (que parecía exagerada en su contexto) sobre la metodología de investigación de la policía cordobesa; críticas sobre un mal procedimiento que viene ahora a ser ratificado bajo juramento por uno de los testigos más importantes del caso: “Estos aquelarres policiales se muestran a diario por televisión, ya sea si el ilícito se cometió en el interior de una vivienda, en locales públicos, donde muchas veces incursiona algún camarógrafo “amigo”, o en el exterior (veredas, descampados, etc.). Solo les falta llevar el termo, mate y factura para completar el pic-nic investigativo en busca de pistas... que jamás encuentran a pesar de que sí existen”. La incompetencia llevada a la enésima potencia. No fuimos dramáticos, sino sensatos. 

Nota al pie:En la década del 50, la Policía Federal – por aquellos años su jefatura estaba a cargo de un jefe superior de la Armada - se manejaba de manera criteriosa, dedicándose a la prevención del delito a patacón por cuadra (pocos móviles), al control del tránsito dirigiéndolo en las horas pico desde una garita en las intersecciones de las calles más importantes de la ciudad, y a la investigación profunda de crímenes, robos, daños a la propiedad, a cargo de detectives expertos. etc. En los casos de pesquisas que pudieran ser complicadas, trataban de aportar su ayuda y procurando  no entorpecer a los otros estamentos que concurrían en apoyo de su accionar investigativo. Nadie avanzaba sobre el otro. Se esperaban los informes que emanaran de uno u otro cuerpo (el forense o el Judicial) para actuar en consecuencia. Me voy a referir a un caso emblemático de excelente trabajo de la Morque Judicial y de la labor policial en base a los antecedentes recibidos. En el mes de febrero de 1955, comenzaron a aparecer en diferentes puntos de la Capital Federal, particularmente en la zona de Barracas, paquetes muy bien preparados que contenían restos humanos. Brazos, manos, piernas, cabeza, tronco… La labor de los forenses fue armar el rompecabezas corroborando que se trataba de una mujer joven, a la que se identificó – gracias a las huellas dactilares y a la dentadura – como Alcira Methyger. Informes y fotografías fueron entregados a la Policía Federal, la que comenzó de inmediato una investigación que duró muy poco tiempo. La paciencia de los pesquisas y el constante apretar timbres en distintas puertas, fotografía en mano, los llevó hasta el domicilio de Eduardo Jorge Burgos, de 30 años, a quien un ataque de celos - había encontrado en el bolso de su novia una carta que le había enviado otro hombre - transformó a un sereno corredor de seguros, de fachada inofensiva y bajo perfil, en un violento asesino. Fue una suerte del Dr. Jeckyl y Mister Hyde.  Golpeó duramente a Alcira hasta comprobar que estaba muerta. Tomándose el tiempo necesario, procedió a desmembrarla en la bañera del departamento y a distribuir sus partes en distintas zonas de la ciudad. Detenido por la policía, el Otelo del siglo XX se entregó sin resistencia y confesó ampliamente su crimen. Declaró frente a su abogado en sede policial y las actuaciones fueron elevadas al fiscal de turno que tomó el caso como algo rutinario. La policía había cumplido; ahora el problema era judicial. A pesar de que la prensa habló hasta el cansancio de “El descuartizador de Barracas” y era más que apropiado para sacar puntos de ventaja, cada estamento - forense, policial, judicial - trabajo según lo que marcaban en aquel momento las normas, sin celos, sin ambiciones y con plena idoneidad. Epílogo: Burgos fue condenado a 20 años de prisión. Cuando logró la libertad se instaló en el mismo departamento donde había cometido su horrendo trabajo. Vivió un tiempo en el lugar y luego desapareció para siempre. Nunca se supo nada más de él.

 

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