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GUERRAS OLVIDADAS

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KOSOVO TAMBIEN EXISTE
KOSOVO TAMBIEN EXISTE

GUERRAS OLVIDADAS

    El 9 de abril de 1999, el entonces secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, decía: “Estoy profundamente afligido por la tragedia humanitaria que está teniendo lugar en Kosovo y en la región, la cual debe ser llevada a su fin. El sufrimiento de civiles inocentes no debe ser prolongado más”. A partir de ese año Kosovo, que continúa revistando como una provincia serbia, se encuentra bajo el protectorado de la ONU. Y padeciendo la constante inoperancia del organismo internacional y la pertinaz costumbre de éste de permitir que las grandes potencias, en especial Estados Unidos, sigan atándole las manos. Sobrados ejemplos hay al respecto.
    También desde entonces, como desde mucho tiempo antes, la pequeña región –no alcanza a los 11.000 kilómetros cuadrados de extensión- continúa sufriendo el desgarro de luchas interminables. Las etnias que la habitan, en su mayoría serbios y albaneses, alternan su ancestral enfrentamiento con el protagonismo de constituir el alto número de refugiados acostumbrados a morir, vivir con hambre, sufrir pérdidas y separaciones familiares por su derrotero sin rumbo de campo en campo que los aloje, y por la expulsión de que muchas veces son objeto cuando logran cruzar la frontera hacia algún país vecino. Como también sufrieron, entre marzo y junio de 1999, las absurdas muertes provocadas por los ataques “accidentales” de la aviación de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) cuando ésta llevó a cabo la guerra contra Yugoeslavia, período en que la población civil, aparte de los estragos de esa guerra, recibió -por parte de las letales máquinas de guerra estadounidenses como los bombarderos B-59 Stealth y los helicópteros Apache- bombas y metralla “por equivocación”. Una constante entre los militares  norteamericanos que, según parece, aún hoy en día no logran corregir, estén en la guerra en que estén.
    Después de que en 1999 culminara dicha guerra -también tristemente recordada porque, antes de que se concretara la partición y consecuente desaparición de Yugoelsavia se sucedieron las masacres étnicas y religiosas que asolaron a bosnios, serbios, croatas y albaneses, además de algunas otras minorías, y a cristianos y musulmanes- y se retiraran las fuerzas de la OTAN, apareció el nuevo mapa donde ya no estaba Yugoeslavia y sí una región conformada por Serbia, Montenegro, Macedonia, Eslovenia y Bosnia-Herzegovina. Nombres de una antigua capital como Belgrado y de ciudades importantes como Zagreb, Sarajevo o Skopje pasaron, de ser reconocidas como yugoeslavas, a identificar a las nuevas capitales de los nuevos países. Donde no todo ha ido tranquilizándose ni a transformarse en un jardín de rosas, ya que la variedad de etnias que los habitan hace que los recelos y los enfrentamientos, sea por esos motivos étnicos o por cuestiones religiosas, continúen y no permitan -aunque ahora sean naciones independientes, con su idioma oficial, su bandera, su himno, su moneda y su modo de vida- que la calma haya llegado para quedarse.   
   
Y en medio de ellos está Kosovo...


Un poco de historia

   
Kosovo, ubicada entre Montenegro, Macedonia, Albania y Serbia, con mayoría étnica proveniente de estos dos últimos países, y aún provincia serbia aunque pretende lograr su independencia, viene sufriendo, como se dijo, desde mucho antes de la guerra contra Yugoeslavia y de que pasara a recibir la supuesta protección de las Naciones Unidas.
    La pequeña región fue creada como provincia autónoma en 1974, gracias a la influencia ejercida por el entonces líder yugoeslavo –aunque era croata- Josif Broz, más conocido como “el mariscal Tito”, nombre de guerra que había adoptado cuando luchaba con sus “partisanos” en la resistencia contra los nazis, antes de convertirse en eterno dictador del país como jefe, además, de la Liga de los Comunistas de Yugoeslavia, aunque alejado de la dureza del stalinismo. Tito convenció ese año a su par serbio de la creación de dos provincias autónomas y así, por la Constitución serbia de 1974, nacieron Kosovo y Vojvodina.
    La primera es la que progresó más rápidamente: llegó a disponer de su propia Asamblea, sistemas bancario y educativo, policía y tribunales. Pero este progreso comenzó a ser visto como perjudicial por Serbia, ya que la existencia de estructuras políticas autónomas dominadas por la comunidad mayoritaria, la albanesa, sumado a su mayor índice de natalidad lo cual llevaría a una mayor homogeneidad y dominio de la lengua, la educación y la cultura albanesas, eran vividos como elementos amenazadores por los serbios de Kosovo. Ese recelo se profundizó y cobró aspectos de mayor gravedad a partir de la muerte de Tito, en 1980. Desde esa década, la violencia en Kosovo fue en constante aumento, después de que el líder serbio, Slobodan Milosevic, decidiera enfrentar lo que consideraba una amenaza y comenzara por disolver la Asamblea, cercenar las libertades individuales y de prensa y terminara por lanzar constantes actos represivos que acabaron con los de por sí muy escasos derechos humanos que había.
    Mientras duró la Yugoeslavia del mariscal Tito, Kosovo se había beneficiado ampliamente con el apoyo prestado, gozando de todas las libertades económicas, culturales, lingüísticas y religiosas. Pero se encontraba en una región que fue la cuna histórica de Serbia, donde ésta combatió contra los turcos y perdió su batalla decisiva el 20 de junio de 1389; donde por otra parte sus habitantes albanoparlantes son serbios “islamizados” por los ocupantes turcos y hablan un dialecto diferente al de los clanes del norte de Albania, a su vez diferentes de los clanes albaneses de la costa del mar Adriático. Por ello y por muchas otras razones, los serbios no querían saber nada con unirse a la pobre y atrasada Albania ni mucho menos a su etnia, ya que su nivel de vida, cultural y de libertades era muy superior. De todas maneras comenzaron a hacerlo cuando en Albania cayó el régimen dictatorial del stalinista pro-chino Enver Hoxha y después el de su sucesor, el corrupto y mafioso Sali Berisha, aliado de las mafias turca y calabresa y aplicado traficante de armas y drogas durante las guerras de Yugoeslavia y Bosnia.
    Pero al perder todos los beneficios y libertades logradas mientras vivía Tito, nacieron los más duros enfrentamientos entre las dos etnias mayoritarias de Kosovo, la serbia y la albanesa, con más preeminencia de esta última. Mientras la pequeña región, desafiando la autoridad serbia, llevaba a cabo elecciones en las que fue elegido como presidente de la autodenominada “república” Ibrahim Rugova, un kosovar albanés, elecciones que de inmediato fueron desconocidas por Serbia, algunos sectores, entre los que resaltaban los estudiantes universitarios, decidieron tomar las armas y así comenzó una guerra de guerrillas que duró desde los primeros años de la década de 1990 hasta el final de la misma. En este conflicto, los guerrilleros albaneses se autodenominaban “separatistas” mientras que las fuerzas serbias los llamaban “terroristas”, algo similar con lo que ocurre con la conocida ETA vasca. Y así aparece en escena el Ushtria Çlirimtare e Kosovës (UÇK), el Ejército de Liberación de Kosovo, grupo que se caracterizó por su crueldad contra todo lo que tuviera que ver con los serbios, exterminando a centenares de ellos o echándolos de la región e incendiando sus aldeas.
   
Esta organización merece un párrafo aparte, ya que habría nacido y crecido al amparo de la tácita aprobación de Estados Unidos y sus aliados, enfrentados a Slobodan Milosevic. Este, que llegó a ser conocido como “el carnicero de los Balcanes” por su despiadada actuación en las guerras que terminaron por desmembrar a Yugoeslavia –las que desangraron, además de ésta, a Serbia, Croacia, Bosnia y Kosovo- y fue acusado de crímenes de guerra por su presunta autoría en la masacre de más de 250.000 personas, estaba ya desde hacía tiempo antes en la mira de los aliados occidentales. De allí que éstos, y especialmente Estados Unidos a través de la CIA (cuándo no), habrían sostenido financieramente al UÇK. A tal punto que mientras los líderes de esta organización estrechaban la mano de la entonces secretaria de Estado Madeleine Albright, la Europol –el organismo de la policía europea con sede en La Haya- preparaba un informe dirigido a los ministros de Interior y de Justicia europeos sobre la estrecha relación entre el UÇK y las mafias albanesas de la droga. Y casualmente la ayuda financiera de la CIA pasaba, como en los tiempos de Oliver North en el caso de los “contras” de Nicaragua, por el repetido esquema de ayudar a los “combatientes por la libertad” con el dinero sucio proveniente del tráfico de drogas.
    El caso es que con el tiempo lograron que Milosevic saliera de en medio: en junio del 2001 fue detenido y, sin juicio de extradición, trasladado a La Haya para ser juzgado por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio. El resto de su historia es, además de más actual, bien conocida. El 11 de marzo del 2006, Milosevic fue hallado muerto en su celda, aparentemente por causas naturales –ataque al corazón- aunque aún persisten las dudas, ya que el detenido poco antes había denunciado una conspiración en su contra para envenenarlo y solicitado permiso para ser atendido, ya que era hipertenso, en Rusia, lo cual le fue denegado. Como también fue denegado el pedido de su abogado de que se le realizara una autopsia en Rusia y no en los Países Bajos.
    Con él morían sus intenciones de haber creado una “Gran Serbia”, ya que con ese plan había lanzado su delirante guerra contra croatas, bosnios y kosovares, para unificar todas esas regiones en una sola. Incluso, Milosevic había pensado en enviar su ejército también contra Eslovenia, un país que nada tenía que ver ni étnica ni lingüísticamente con los restantes, lo cual ya estaría permitiendo deducir otros propósitos. Las primeras dificultades para Milosevic en sus planes de conquista comenzaron cuando los nacionalistas croatas, conocidos como “ustachas”, y Franjo Tudjman, el presidente de Croacia, recibieron el apoyo de Alemania y del Vaticano.
    Cabe recordar que el ustacha croata Ante Pavelic, conocido colaborador en su momento de los nazis y exterminador de cientos de compatriotas suyos, además de serbios y yugoeslavos, terminó refugiándose en la Argentina, donde llegó con pasaporte del Vaticano, de aplicada colaboración a su vez en la fuga de varios nazis y el refugio de algunos criminales de guerra balcánicos. Una “tradición” que incluso hizo que en los años ’90 el entonces Papa Juan Pablo II reivindicara la figura del cardenal Alojzije Stepinac, quien luchó contra el comunismo pero a la vez colaboró también con los nazis y con Pavelic, encubriendo las atrocidades contra croatas, serbios y yugoeslavos durante la ocupación alemana, por lo que en Yugoeslavia fue condenado a 16 años de prisión, aunque sus defensores sólo tienen en cuenta el hecho de su oposición al comunismo. Antecedentes que no impidieron que el papa polaco lo elevara a la santidad, algo a lo que fue muy afecto y ejecutaba rápidamente pese a los años y a las muchas reuniones y acopio de documentación que normalmente lleva el tratamiento de ese tema, tal como lo hiciera con el fundador del Opus Dei, José María Escrivá de Balaguer, también santificado por Juan Pablo II luego de un casi escandaloso “trámite express”.
    En tanto, luego de casi diez años de sangrientos enfrentamientos entre serbios y albaneses en Kosovo, finalmente el UÇK dio por terminada su lucha armada, probablemente a sugerencia de sus “patrocinadores” occidentales ante la decisión de las Naciones Unidas, mediante la Resolución 1244 aprobada el 10 de junio de 1999, de intervenir en Kosovo y pacificar la región. El texto indicaba que hasta que los kosovares pudieran tomar las riendas de la provincia, la ONU a través de UNMIK (United Nations Misión in Kosovo-Misión de las Naciones Unidas en Kosovo), asumiría el gobierno; ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones para los Refugiados) se ocuparía de los temas humanitarios; la OSCE (Organization for Security and Cooperation in Europe-Organización para la Seguridad y Cooperación Europea) se encargaría de reforzar las instituciones civiles; y la UE (Unión Europea), de la reconstrucción; mientras que la seguridad estaría garantizada por la KFOR (Kosovo Force-Fuerza Kosovo), la fuerza internacional que cuenta con el paraguas de la OTAN.
    Una pretensión, todavía hoy, demasiado optimista.


La política antes que la paz


   
Después de más de siete años de intervención de la ONU en Kosovo, aún no se pudo lograr ningún acuerdo potable para ambas etnias mayoritarias, ya que mientras los kosovares albaneses pretenden una autonomía de la provincia que apunte luego a la independencia, los serbios se resisten a perderla. Recién el 24 de julio del 2006 se llevaron a cabo las primeras conversaciones formales sobre el futuro status de Kosovo, presididas por el mediador enviado por la ONU, el finlandés y ex presidente de su país Martti Athisaari, encuentro que finalizó sin resultados pese a que debía tomarse una decisión antes de finalizar el año.
    Mientras tanto, la realidad de Kosovo no es todavía esperanzadora. Continúan el hambre, la pérdida de propiedades, el deambular de miles de refugiados de campo en campo y la expulsión de los que logran cruzar a otro país, además de la separación de madres e hijos, de parejas y de hermanos porque algunos permanecen en un campo de refugiados mientras otros fueron traslados a uno nuevo. Una muestra del desorden que impera ante la inoperancia del gobierno de la UNMIK y la mirada indiferente de las tropas de la KFOR. También continúan llegando denuncias a los organismos internacionales y al Consejo de Seguridad de la ONU, aunque en vano. En marzo del 2003, el portavoz del ACNUR, Kris Janowski, ya había asegurado que las minorías étnicas, en especial serbios y gitanos, seguían enfrentándose a graves problemas de seguridad y carecían de servicios esenciales como la sanidad y la educación. Al mismo tiempo, las relaciones entre los kosovares serbios y albaneses continúan tan tirantes y al borde del enfrentamiento como siempre.
    A lo largo de febrero de este año 2007 se desarrollará una serie de nuevas conversaciones por el futuro de Kosovo. Ya comenzaron desde los primeros días del mes, cuando en Prístina, la capital de Kosovo, se reunieron el mediador de la ONU Matti Athisaari, los líderes albanokosovares y representantes de los serbios kosovares. Horas antes, Athisaari había presentado su proyecto al presidente de Serbia, Boris Tadic. La propuesta, en su parte principal, señala que “Kosovo deber ser una sociedad multiétnica que respete la democracia y el imperio de la ley, así como los más altos niveles internacionalmente reconocidos de los derechos humanos”. Además, Kosovo debe adoptar una Constitución y tener derecho a solicitar ser admitido en las organizaciones internacionales. Contempla también la protección de la herencia religiosa y cultural y la creación de “zonas protegidas” en torno a más de 40 de las principales instituciones. Por otra parte, el proyecto plantea que “todos los refugiados y desplazados tienen derecho al retorno a Kosovo y a la restitución de sus propiedades”, mientras prevé la creación de un sector de seguridad profesional, multiétnico y democrático con nuevas fuerzas que contarán con 2.500 miembros activos y 800 reservistas. Fija también la presencia de una Misión Política de Seguridad y Defensa de la Unión Europea y una Presencia Internacional Militar bajo el mando de la OTAN, las que tienen la obligación de controlar cómo Kosovo cumple con lo acordado. Finalmente, cuando entre en vigor la propuesta, habrá de comenzar un período de transición de 120 días en el que no cambiará la misión de las fuerzas de UNMIK de la ONU, y en el que el nuevo Parlamento kosovar debe adoptar una Constitución y las leyes necesarias para su aplicación.
    Sin embargo, el propio Athisaari reconoce que no es “demasiado optimista” sobre la posibilidad de que ambas partes lleguen a un acuerdo sobre el futuro de Kosovo. Es que de hecho la propuesta prácticamente le otorga la independencia, aunque esa palabra no es mencionada en forma expresa, y el presidente serbio Boris Tadic ya ha afirmado tajantemente que su país “jamás aceptará la independencia de Kosovo” ni tampoco que sea creado un ejército kosovar. De todas maneras el mediador de la ONU sostiene que la ronda de negociaciones continuará durante todo febrero, al cabo de las cuales elevará los resultados finales al Consejo de Seguridad de la ONU, que resolverá en consecuencia.
    Por si fueran pocas las dificultades de que se llegue a un acuerdo en torno a esta cuestión, Rusia –recordemos que es miembro permanente del Consejo de Seguridad- ha tomado parte en la misma a través de los dichos de su ministro de Defensa, Sergei Ivanov, quien acaba de sostener que “la eventual independencia de Kosovo podría crear una reacción en cadena en otras regiones separatistas”. Palabras que conllevan el temor ruso a que se repitan las pretensiones independentistas de otras ex provincias rusas, que se fueron liberando del antiguo yugo soviético a poco de que Mijhail Gorbachov terminara con el comunismo, como sucedió con las ahora nuevas repúblicas de Azerbaiján, Turkmenistán, Kazajstán y otras cercanas al Mar Caspio. Y sobre todo por las dificultades y conflictos que le crea a Rusia la región de Chechenia, la cual se había proclamado república pero que Moscú, a sangre y fuego, atrajo nuevamente a su redil. De allí que Ivanov compare una posible independencia de Kosovo con el hecho de que, según expresó, “podemos abrir la caja de Pandora y ello podría tener consecuencias imprevisibles”.
    Por su parte el secretario general de la OTAN, Jaap de Hopp Scheffer, afirmó en una conferencia de prensa que “todos los países aliados han manifestado su pleno apoyo a la propuesta de soberanía tutelada por la Unión Europea planteada por el enviado especial de la ONU”. Aseguró también que “incluso algunos países son partidarios de acelerar ese proceso de transición hacia el nuevo status kosovar”, aunque no quiso revelar qué países mantienen esa postura.


Kosovo sigue esperando

   
Todo lo aquí expuesto no hace sino mostrar de qué manera los intereses de la política –esa vieja dama indigna que siempre desprecia a los débiles- se anteponen a las urgentes necesidades por las que viene atravesando Kosovo desde hace más de treinta años.
    El enfrentamiento entre las principales minorías étnicas de la región, exacerbado además por instancias similares en las repúblicas que la rodean, que albergan un conglomerado de culturas y religiones ancestrales y a la vez muy diferentes; la reticencia de los albaneses y serbios de Kosovo, como la del presidente de Serbia, en poner siquiera algo de su parte para facilitar el camino hacia un acuerdo; la escasa capacidad de la intervención de la ONU y de las fuerzas militares allí destacadas, después de más de siete años de presencia, para poder solucionar algo al menos la situación desesperante de los refugiados kosovares diseminados en esa provincia y en los países vecinos que no los expulsaron; el hambre, la falta de servicios sanitarios y de educación que sufren los habitantes de Kosovo tras tantos años de guerras; y el continuo desgarro de esa provincia no sólo por los angustiantes problemas que vive, sino también porque las principales potencias occidentales y Rusia, además de la OTAN, parecen jugar su destino en una mesa de dados, son aspectos que no hacen sino sumir aún más a los kosovares en la desesperación.
    Hace mucho ya que sus necesidades no tienen más tiempo de espera. El hambre no puede esperar. La falta de techo y abrigo no pueden esperar. La reunión de las familias separadas no puede esperar. Pero Kosovo continúa obligado a seguir esperando. Y lo hace, además, ante la indiferencia del resto del mundo y de los grandes medios de prensa.
    Hace tiempo que sólo se habla de la guerra en Irak. Bien o mal, a favor o en contra –últimamente más de esto último- pero es el único tema bélico que parece merecer la atención de los medios y de quienes los consumen y que, obviamente, reciben solamente lo que se les ofrece. Entonces prácticamente no hay quienes puedan crear algo de conciencia sobre lo que ocurre en Kosovo. Una de las guerras olvidadas en el planeta. Un pequeño punto perdido en los Balcanes que muchos, seguramente, no saben dónde queda y cuyo nombre, en todo caso, puede parecerles exótico.
    Pero Kosovo está. Y sigue esperando...

 

Carlos Machado

 

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