“Si no consigues presentar batalla cuando estás con la espalda contra la pared, perecerás”. Sun Tzu
¿Cómo se negocia con un libro en la mano –la Constitución Nacional- con gente que viene con un revólver a robar, matar y destruir? ¿Qué hicieron las democracias europeas ante la maquinaria militar de Adolfo Hitler?
Evidentemente, los argentinos, siempre tan estatistas, no merecíamos tener un país propio y hoy, por una serie secular de actos suicidas, lo hemos perdido. A quien dude, le bastará con ver qué ha ocurrido –las tomas de tierras, el separatismo de los mapuches, la liberación de presos, el crecimiento exponencial del narcotráfico y la cesión del poder territorial a las bandas, la guerra contra el campo y la falta de clases por exigencia de los gremios- desde que un importante porcentaje de los ciudadanos, justificadamente descontentos con el fracaso económico del gobierno anterior, optó por reponer al kirchnerismo en el poder y, así, transmutar a Cristina Fernández de multiprocesada saqueadora a verdadera emperatriz.
Obligado por los compromisos que asumió al ser designado vicario, Alberto Fernández devalúa su palabra, profundiza la grieta que parte en dos a la sociedad para enterrar en ella cualquier viso de autoridad presidencial, convierte en una mera fantasía la pregonada unidad nacional y fracasa en todos los objetivos que busca. El primero y más palpable es, después de 178 días de “cuareterna”, la incontenible propagación del virus y el crecimiento exponencial de los fallecimientos; más grave es, sin duda, la bomba atómica que el desmesurado confinamiento ha detonado sobre el tejido económico-social, que todavía no percibimos en toda su magnitud. Pero también lo es la tan auto-celebrada renegociación con los acreedores externos, que en realidad fue una resignación total a las pretensiones de éstos.
El Gobierno no ha sido capaz de esbozar un plan económico –deberá presentarlo al FMI cuando renegocie la deuda-, pese a que ya resulta esencial para cualquier tentativa de recuperar la confianza en su gestión; de todas maneras, el cambio absurdo y prepotente de las reglas de juego por decreto –Vicentín, la hidrovía, las telecomunicaciones, la prensa libre, el impuesto “solidario” a la riqueza, el teletrabajo, la energía, el transporte y las low-cost, etc.- obviamente conspiran contra esa necesidad. Y la frustrada tentativa de llevar a Gustavo Beliz como Presidente del BID contra un candidato de Donald Trump para el cargo; si éste ganara las elecciones norteamericanas de noviembre, será otra piedra en el zapato.
Por si eso fuera poco, abre nuevos frentes de conflicto, cada vez más graves: insulta al Ejército ordenándole borrar un homenaje (un simple tuit) a dos oficiales asesinados por la guerrilla en democracia “para no agredir a ciudadanos” mientras tolera manifestaciones de Montoneros y ERP, avanza a tambor batiente sobre la Justicia y el Procurador General,recorta jubilaciones para continuar expandiendo el Estado parasitario e inútil, enfrenta a las provincias con la Ciudad de Buenos Aires, genera roces permanentes con todos los países amigos, y esta semana debutó con un fuerte desacato de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
Se ha especulado acerca de la probabilidad de que haya sido el propio Gobierno el autor ideológico de la insubordinación para tener una justificación, por endeble que resulte, para obedecer a la Vicepresidente y recortar fondos a la Ciudad; si eso fuera verdad, Alberto Fernández y su equipo, una recua de fracasados e inútiles, habría demostrado una precisión tal como para hacer hoyo en uno. Y si fue la propia Cristina Fernández quien soterradamente encaminó la protesta hacia la residencia del Presidente para ayudar a su ahijado el Gobernador, el daño que ha infligido a ambos, que cedieron bajo presión a un justo reclamo, es irreparable. El miércoles, la Argentina estuvo allí a un tris de una confrontación armada que podría haberla dejado regada con sangre: mientras los efectivos se manifestaban, algunos movimientos sociales y políticos fogoneaban una contramarcha para apoyar al Gobierno; es fácil imaginar qué hubiera podido pasar entonces.
De todas maneras, resultó inexplicable que dos teóricos perjudicados directos por la desobediencia policial –Axel Kiciloff, y su Ministro de Seguridad, Sergio “rambito” Berni- festejaran en público el final de la crisis, ya que se habilitarán nuevos reclamos de los empleados públicos, comenzando por el personal de salud, tanto en Buenos Aires cuanto en otras provincias; ¿a qué otro manotazo recurrirá el Gobierno en ese caso?
Pese al enorme recorte ordenado sobre las finanzas de la Ciudad, el gran beneficiado de todo esto es, obviamente, Horacio Rodríguez Larreta quien, con su presentación del jueves, se transformó en el gran líder de la oposición; resulta por cierto ponderable, a pesar de haber pecado de excesiva ingenuidad en su relación con el Ejecutivo central, su mesura y sus modales en la respuesta a la puñalada trapera que recibió del Presidente para satisfacer el irracional odio de Cristina Fernández. Ahora, la Corte Suprema deberá ponerse los pantalones y restablecer las cosas a su justo cauce, como también debe hacer, antes de que sea demasiado tarde, con la modificación en la conformación del Consejo de la Magistratura y con el vengativo traslado de los magistrados que procesaron o tendrán que juzgar a la delincuencial vicepresidente.